“Existe una vinculación entre mirar y escribir. Estoy segura”, dice Mercedes Halfon (Buenos Aires, 1980) hacia la mitad de su libro. Y así es, claro, e incluso parece una obviedad que la escritora ha tardado en categorizar. Pero no tanto, porque el libro parte de una confesión y da cuenta de una indagación: Halfon ha padecido estrabismo desde su infancia y trata de averiguar los condicionamientos de la mirada estrábica sobre la escritura que, previamente, han de ser los condicionamientos de un modo de ser y estar en el mundo, de relacionarse. De percibir y ser percibida: la niña bizca, la niña gafosa, la niña distinta. La niña que mira diferente es mirada de forma diferente, y ésa es otra vinculación entre mirada y escritura.
El trabajo de los ojos (Las afueras), con excelente prólogo de Estrella de Diego, amaga con ser diario o dietario, recuento autobiográfico, novela de autoficción y ensayo, y es todo eso a la vez con el sostén o la urdimbre de una palabra –precisa, neta, concentrada- que delata la condición de poeta –cinco poemarios hasta ahora- de la autora.
El estrabismo –recordemos- es una enfermedad que consiste en que un ojo mira hacia su objeto, pero el otro se desvía hacia adentro o hacia afuera, busca al otro o se aleja del otro. Hay variantes de esta situación básica de confluencia o divergencia que, recuerda la escritora, afecta a la percepción de la profundidad, el tamaño y la distancia. Halfon, que metaforiza varias veces su dolencia, recuerda en una ocasión que algunos consideran el estrabismo como una “disposición viciosa”, no muy distante del concepto de “desviación”.
En cuarenta y seis fragmentos, de variable y, por lo general, breve extensión, Halfon recorre el proceso de su estrabismo desde su aparición en la infancia hasta su casi total corrección, dando detalles de las terapias abordadas, que no han incluido la intervención quirúrgica. Esta veta matriz acoge el relato confesional, biográfico, y el asomo de relato novelesco –una peripecia, en suma-, perfilando, junto a un autorretrato en gran medida espiritual, el retrato de la peculiar doctora que la trató y alojando tenuemente a otros personajes: la abuela, la madre, el marido (menos) y el hijo por nacer y recién nacido, por el que la escritora siente inicial preocupación dado el posible carácter hereditario de su dolencia.
Al paso de esta narración, sobre la base de este tejido narrativo, vienen las reflexiones y las indagaciones, relativas unas al núcleo fisiológico de la enfermedad y concernientes otras a su relación con la mirada, con el punto de vista del creador.
Así, Halfon se interesa por la ciencia oftalmológica, por Joseph-Antoine Ferdinand Plateau –quien definió a mediados del XIX el principio de la persistencia retiniana-, por Georg Bartisch –considerado el primer oftalmólogo, en el siglo XVI, de la Historia- o por Louis Braille, ciego, que en 1825 creó un alfabeto completo de signos en relieve que, como es sabido, permite leer a los invidentes utilizando las yemas de sus dedos.
Hay que decir aquí, sin tardanza, que estas y otras incursiones en el ámbito de la erudición en absoluto entrañan una deriva del libro hacia los confines de un prosaico tratado histórico-médico, sino que, por el tratamiento que reciben, se insertan a la perfección en el ajustado clima poético-narrativo que regenta el libro e, igualmente, en su esencia filosófica o especulativa –si se prefiere-, pues Halfon, y por decirlo en un lenguaje coloquial, procede a “sacar punta” a todo dato de experiencia o de conocimiento que trae a sus páginas.
Eso sucede igualmente cuando, como cabía esperar, se remite a los escritores ciegos o con grandes dificultades para la visión, convocando a Homero, Borges o Joyce. O, incluso, en el terreno del mito, al ciego adivino Tiresias.
¿Cómo miramos el mundo?, ¿cómo mira el mundo un escritor con problemas de visión? Halfon llega a decir que los ciegos, que apuntan sus ojos en cualquier dirección, tienen, en realidad, su mirada “caída hacia adentro”. Y escribe: “El estrabismo es distinto, porque los ojos pueden ver, pero están extraviados, no saben hacia dónde dirigirse. La escritura sería una forma de orientación posible, un mapa, una suerte de prótesis que conecta el interior con el exterior”.
Y antes ha escrito: “No todos reciben de la misma manera los rayos lumínicos y eso hace que la construcción de las imágenes también varíe. Hasta en visiones normales hay diferencias entre lo que cada uno ve. La pupila puede cerrarse o abrirse por el miedo, la ira o la atracción. En última instancia, la subjetividad y el punto de vista tienen un principio fisiológico antes que psíquico. La subjetividad pareciera ser objetiva”.
La mirada, el punto de vista, la subjetividad… eternas cuestiones en el análisis de las relaciones entre el artista y su creación. Y, en ese meollo, introduce Halfon un principio fisiológico determinador. Asunto interesante para seguir el hilo.