En un día de calor, viento norte y olor a tierra seca, un hombre apellidado Loprete llega a un pequeño pueblo argentino en busca de una mujer. Tres amigos que comparten tranquilamente charla y bebida manifiestan al recién llegado que desconocen a la mujer por la que pregunta. Hay recelo y tensión que no se apacigua compartiendo unas ginebras. Al contrario. Las cosas se ponen feas, el visitante saca un cuchillo y acaba muerto y enterrado en secreto. Dos semanas después aparecen en el pueblo tres jinetes. Buscan a su hermano, y no les convence la explicación que reciben. Volverán.
Así empieza Como si existiese el perdón (2016), primera novela de Mariana Travacio (Rosario, Argentina, 1967), autora de dos libros de cuentos, uno de ellos (Cenizas de carnaval, 2018) editado por Tusquets. Las afueras, buscando y rebuscando con muy buen ojo, publica de nuevo una obra de una escritora argentina muy valiosa, en sus comienzos y poco o nada conocida en España, como antes ya había hecho con Magalí Etchebarne (Los mejores días) y Mercedes Halfon (El trabajo de los ojos).
Según sugiere su arranque y confirma plenamente su desarrollo, Como si existiese el perdón es una suerte de western. Narrado en 62 capítulos muy cortos, el ritmo impuesto por la brevedad de los fragmentos concuerda y se multiplica con una prosa tersa y precisa que, al mismo tiempo, logra registros múltiples: gran sensorialidad y cromatismo en las palabras, intimista y potente angustia psicológica y la pintura de un paisaje en plano general que combina la desolación de las tierras yermas con la humedad acuática y lluviosa de las tierras verdes.
El maduro Tano y el joven Manoel -el narrador-, entre los que existe una relación de tipo paternofilial, se verán impelidos a efectuar un itinerario físico y espiritual -ingrediente canónico en todo western-, huyendo primero y en busca después de los hermanos Loprete, que resultan ser nueve (si contamos al muerto), tres de ellos, llamados los Furia, afectados por una descontrolada locura.
Y es que el incidente inicial, que mueve a los Loprete a la venganza, destapará con el paso de los días un episodio del pasado que hará brotar un hondo rencor en Manoel y su correspondiente ansia de venganza. El pasado, el presente y el incierto futuro se ensartan en una historia de violencia, odio, locura y sangre -y fuego, y polvo, y tormenta, y fantasmas…-, con un apocalíptico y extenso enfrentamiento final entre dos numerosos grupos de hombres que, por más que adquiera los rasgos de una tragedia operística o teatral sometida al dictado de la fatalidad y el instinto, la prosa de Travacio, rezumante de sobria poesía, sigue sujetando con severo rigor económico. Y no sólo eso, mientras van apareciendo viejas y nuevas historias familiares, viejos y nuevos personajes secundarios, la novela, en su hilo central, consolida, en un escenario infernal, sendas historias de amor, amistad y lealtad teñidas por el dolor, la pérdida y la delicadeza.
Como si existiese el perdón es una gran novela y una formidable sorpresa, y Mariana Travacio, amén de por todo lo dicho, se revela como una escritora dotada de gran pericia en el uso de sus herramientas, particularmente por el modo con el que consigue hacer avanzar siempre su historia -atrapando sin contemplaciones nuestra atención-, mientras, en todo momento, las revelaciones que impulsan su relato hacia adelante se alternan, sin que se produzca jamás ninguna atenuación del vigoroso ritmo de su relato, con apuntes sobre el pasado que cimenta el presente.
Cuando, al comienzo, el primer Loprete llegó al pueblo “empezó a hablarnos de sus campos. Grandes campos, decía, y lluvias que hacían crecer los pastos y la hierba. Todos lo mirábamos incrédulos, esa tarde, casi noche, cuando se tragaba la tercera ginebra. Tuvo que apoyar el vaso para toser con el cuerpo cuando el viento le trajo algo de polvo a los pulmones. No estaba acostumbrado a la tierra seca. Eso se notaba.
Es que allá llueve, nos decía, y la tierra queda agarrada al suelo. No hay viento que la levante. Todo abril y todo noviembre son de agua. Nosotros lo escuchábamos absortos, pretendiendo descubrir dónde era la tierra esa, tan generosa, que daba tanta hierba. La nuestra era mezquina, nunca daba mucho, ni cuando nos tocaban las pocas lluvias que teníamos”.
La tierra. La tierra también es protagonista y, nada más empezar la novela, queda fijada, concretada. Es el terreno del juego, el territorio del drama. La tierra. Las dos tierras, con sus diferencias, con sus determinaciones sobre los hombres. No me gusta hablar de la posibilidad de una película cuando escribo de una novela. Hay muchos malentendidos al respecto, y el principal afectaría al carácter absolutamente literario de esta novela. De todos modos, ¡qué gran película se podría hacer con ella!