Los espíritus de Fellini apareció por primera vez dentro de Gold Gotha, un libro de conversaciones con personajes de la “café society” que José Luis de Vilallonga (1920-2007) publicó en 1972 en Seuil, la editorial francesa en la que el escritor español -radicado en París- llevaba publicando sus novelas desde 1953. Ahora Elba edita Los espíritus de Fellini con prólogo de Ernesto Hernández Busto y con la misma traducción de Eduardo Gudiño Kieffer que tuvo Gold Gotha cuando Seix Barral sacó el libro en 1974. Faltaba poco para que el aristócrata, socialista, mundano y “bon vivant” se instalara en España y comenzara a conocerse de verdad su no desdeñable obra literaria -de Las Ramblas acaban en el mar a Fiesta-, que luego experimentaría -además del éxito- la trivialización resultante de sus andanzas públicas, sus polémicas, sus lances sociales y sus libros de oportunidad.
Los espíritus de Fellini aparece en el centenario del nacimiento del director italiano. Vilallonga y Federico Fellini (1920-1993), nacidos en el mismo año y en el mismo mes (1920, enero) con nueve días de diferencia, fueron buenos amigos. El escritor -que publicó en El País-Aguilar, en 1994, otro libro sobre el cineasta, Fellini, a secas- intervino como actor en Giulietta de los espíritus (1965), un hito en su no tan breve filmografía -unos dieciocho títulos- como intérprete secundario, que incluye películas y directores tan ilustres como Los amantes (Louis Malle, 1958), Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961), Cleo de 5 a 7 (Agnès Varda, 1962) y Patrimonio nacional (Luis García Berlanga, 1980).
La popularidad del inconfundible cine de Fellini es extensa e intensa y la bibliografía en castellano sobre el director y su obra es amplia. ¿Qué podemos esperar de Los espíritus de Fellini? Sin duda, nada que los interesados no conozcamos ya. Pero lo que sí encontramos para nuestro disfrute es un modo literario de contar historias, repasar temas y expresar confesiones y opiniones personales, a medias entre la oralidad del director entrevistado y el elaborado y libre cocinado del escritor entrevistador, que se mantiene en un segundo plano, pero que también pasa al primero, mete baza, comenta y va elaborando un texto a medias entre el reportaje, el perfil y la conversación. La entrevista se presenta hecha a trozos, en escenarios romanos distintos, pero, adoptando una sustancia literaria y la óptica del periodismo creativo moderno. Vilallonga bien pudo inventar o, al menos, recrear lo que le convenía y, desde luego, someter las palabras de Fellini a un minucioso tratamiento: nadie puede hablar espontáneamente con el ritmo, la riqueza de matices y adjetivos y el redondeo narrativo con los que -ventajosamente para el lector- aparece aquí la voz de Fellini, quien, sin duda, dio vía libre al procedimiento de composición que su amigo Vilallonga juzgara más conveniente.
Desde el comienzo, a bordo de un Jaguar, en la Via Bocca di Leone, hasta el desenlace, en el mismo vehículo, durante un amanecer en Piazza Navona, los amigos cubren un itinerario físico de escenarios romanos que contiene -en sucesivos bloques sustanciales- el recorrido por algunos de los grandes temas vitales y cinematográficos -son los mismos- de Federico Fellini, que aparece como un consumado narrador de historias y anécdotas.
El temario es el previsto, pero lo que importa, ya digo, es escuchar, volver a escuchar, la voz de Fellini y volver a entrar con él en su mundo: la natal Rímini, la familia -el padre, la madre-, la infancia y la juventud, los ociosos vitelloni locales, las turistas, los primeros escarceos eróticos, el primer amor, la playa y el mar, el circo, el peso intimidante de la religión católica -el pecado, la confesión, la fe sostenida-, la muerte, los sueños, la época fascista, su etapa como periodista y dibujante,su escasa afición inicial al cine, su estancia en Florencia, su hijo muerto y, claro, su esposa, la actriz Giulietta Masina, quien, dicho sea de paso, a mi juicio sale muy poco a la palestra, aunque deja una de las numerosísimas frases brillantes que pueblan el libro: “¡Federico! ¡Te he dicho mil veces que no hables del fascismo antes de almorzar!”
El libro es un libro amable. No entra en muchos temas, espinosos algunos -los amoríos de Fellini-, ni pretende ni debe totalizarlos todos. Han de quedar y quedan un testimonio y una semblanza del genio. De sus películas y del cine en general, ni se habla. Pero, eso sí, de los temas y asuntos que he enumerado, lo importante, lo decisivo y lo que nos interesa es el modo de contar de Fellini, las escenas, los personajes, los sucedidos y los ambientes que cada uno de esos temas contiene. De manera que Los espíritus de Fellini es, en buena medida, un libro de historias, de pequeñas historias muy bien narradas.
Elijo como cita, por ser un fragmento breve, el recuerdo de Fellini de su primera visita siendo niño a un cementerio, con ocasión del entierro de su abuela, una visita que le resulta epifánica y alegre por la blancura y la luz del lugar. El niño, muy excitado por el descubrimiento, se separa del condolido grupo familiar: “Eché a correr como un loco entre los sepulcros. Viejas fotos amarillentas por el tiempo recordaban a los vivos el rostro de sus muertos. Rostros de hombres jóvenes, viejos, barbudos, lampiños, severos, altaneros, ceñudos, tímidos, serenos…Rostros de mujeres amargadas, ridículas, adorables, nobles, apasionadas, vacías…Un general con traje de gala, una condesa de mejillas caídas, un anciano con bicornio, un sacerdote centenario, una joven con vestido de fiesta, los senos hinchados de importancia…Y campesinos. Muchos campesinos con traje de domingo, visible el botón del cuello bajo la nuez de Adán”.
¿Lo ven? Lo contado y el modo de contar. No es previsible que un niño viva el entierro de su querida abuela como una fiesta y un espectáculo. Es el punto de vista y son las emociones del futuro artista. Y, obviamente, nadie puede recordar así, hablar así en una entrevista. Aquí se advierte lo mucho que Vilallonga sabía de Fellini, lo que podía traer a colación de sus muchas conversaciones y, sobre todo, el tratamiento literario que tuvo la libertad de aplicar y que aplicó con acierto: “visible el botón del cuello bajo la nuez de Adán”…