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El rock & roll ya nos advierte que este no será un trabajo al uso de Woody Allen. En lugar de la tonada de jazz que habitualmente acompaña a los créditos en negro de sus películas, esta vez la energía de arranque la establece Volunteers de Jefferson Airplane y algunas imágenes de archivo documental que arrancan con el concierto de Woodstock. Evidentemente, la primera experiencia televisiva del autor de Manhattan será algo distinto, aunque solo sea porque el formato serial obliga, si bien es difícil no hablar de los seis capítulos de Crisis in Six Scenes como de una película forzada a ser una miniserie, es decir, interrumpida con un amago de cliffhanger allí donde hacía falta finiquitar cada episodio. Es evidente que el cineasta de Brooklyn ha tenido problemas para acoplar el relato (que probablemente descansaba desde hace tiempo en sus notas como idea para una película) en la estructura que requería el medio. Pero dado que la producción y distribución de Amazon (que entrega todos los capítulos a la vez) anula el tiempo de espera entre episodios, no es desde luego este detalle estructural el que agrava la “crisis en seis escenas” que, a todas luces, ha padecido el cineasta en su primera producción para la plataforma digital.
Cuando Woody ha viajado al pasado con su cine generalmente lo ha hecho a épocas y universos mitificados (La última noche de Boris Grushenko, La Rosa Púrpura del Cairo, Balas sobre Broadway, Sombras y niebla, Acordes y desacuerdos, Midnight in Paris, Cafe Society, etc.), acaso para extraer provecho de la permeabilidad de su propio mundo creativo a los romanticismos y las idealizaciones, y en esta ocasión se trata de los años sesenta de la contracultura norteamericana, un tiempo que él mismo vivió y del que algún modo participó como comediante en Greenwich Village. En la neurótica piel del acomodado escritor Sidney Mutzinger (que está tratando de escribir una serie de televisión), el autor judío se apropia de un personaje de pura estirpe alleniana. Cuando está en pantalla el relato resiste los embates de la rutina y la desapasionada dirección, pero no tarda en desvelar sus inconsistencias y debilidades desde el momento en que entra en escena Miley Cyrus como el personaje Lenny Dale, una hippy y activista que se refugia en la casa huyendo del FBI debido a su participación en las violentas protestas estudiantiles.
En un mundo justo, el nulo talento de Cyrus para encontrar un tono –entre cómico, sensual y bobalicón– y menos aún una personalidad a su personaje (aunque esto es también demérito del guion), debería poner fin a las ambiciones interpretativas de la cantante fabricada por Disney. Su incapacidad es tan manifiesta como incómoda. El problema es que se extiende como una metástasis para desactivar los escasos logros que van deparando los 180 minutos de la función. Es difícil pensar que el propio Woody Allen no se diera cuenta, aunque probablemente ya era demasiado tarde y había que cumplir con la cuota de popularidad. Los resultados son catastróficos especialmente al ponerla en contraste con la peculiar interpretación de Elaine May –como Kay, la mujer de Sidney, psicoterapeuta que tiene su consulta en el domicilio y lidera un club de lectura–, y también del joven John Magaro, futuro nuero del matrimonio que se enamora perdidamente de la joven comunista.
Concebida prácticamente como un vodevil que encierra gran parte de su acción en el domicilio de Sidney y Kay (quien se verá influida por las ideas políticas y los estupores revolucionarios de la prófuga), Crisis in Six Scenes pone el foco en las dinámicas de transformación política de unos pocos personajes como síntesis de los profundos cambios sociales y los anhelos de libertad que se produjeron a mediados de los años sesenta. La revuelta en las calles se cuela con ironía y descrédito en el domicilio intelectual y burgués, y el guion descarga un buen puñado de chistes a costa de ello. Lo más satisfactorio es ver de nuevo al autor de Annie Hall calzando los zapatos de un personaje al que acaso solo él pueda dar crédito, primo hermano de aquel que interpretó en Misterioso asesinato en Manhattan, y comprobar cómo afortunadamente la serie va ganando en interés si somos capaces de abstraernos de sus manifiestas minusvalías, pues no en vano los dos últimos episodios son los más interesantes. Más allá de eso, y de la inteligencia narrativa del enfoque teatral que adopta para retratar ese tiempo de incertidumbres, Crisis in Six Scenes es una creación realmente menor del neoyorquino, acaso solo apreciable por la clemencia de sus incondicionales.