El primer gran éxito de la selección española de fútbol data de 1964. Ya lo conocen: doblegamos a la URSS de Lev Yashin en la final de la Eurocopa celebrada en el Bernabéu, gol de Marcelino mediante. Pero en 1960 se nos escapó una pintiparada ocasión de conquistar ese mismo torneo, entonces llamado Copa Europea de Naciones. El fascismo (bueno, mejor dicho, el nacionalcatolicismo) se interpuso. Aunque por entonces el régimen quería sacudirse la imagen de autarquía cejijunta, tras la interesada unción recibida por Eisenhower, había líneas rojas que no se sentía capaz de traspasar. Por eso negó a los chicos de Helenio Herrera jugar los cuartos (entonces a ida y vuelta) contra la URSS. Los 'chicos' de HH eran: Di Stefano, Kubala, Gento, Luis Suárez… O sea, un equipazo.
Los ministros Carrero Blanco y Camilo Alonso Vega se enrocaron en el no. Alegaban la presencia de prisioneros españoles de la División Azul en suelo soviético. Franco intentó una maniobra alternativa: que se jugaran los dos partidos en un campo neutral. Pero el contrincante, que acabó llevándose el título tras derrotar a Yugoslavia en la final, rechazó esa fórmula. Y así se esfumó cualquier opción de agarrar la copa. Esta es una de las múltiples historias que recoge Cristóbal Villalobos Salas en Fútbol y fascismo (Altamarea), libro de un historiador con querencia periodística que documenta cómo el segundo (encarnado por Mussolini, Pinochet, Hitler, Videla…) intentó siempre que pudo manipular y parasitar el balompié.
En España el ejemplo más claro es el del Real Madrid. La leyenda asegura que fue el equipo mimado de la dictadura. Las estadísticas, al menos las de los años iniciales del franquismo, lo desmienten. La primera Liga tras la guerra la ganó el Atlético de Aviación, que tenía en su directiva varios militares. Entre 1939 y 1954, los colchoneros cosecharían cuatro Ligas. El Barça alcanzó cinco y el Athletic una y cuatro Copas. El Madrid no tocó 'chapa' en todo ese prolongado lapso. Son datos significativos. De hecho, Bernabéu los esgrimía indignado cuando le insinuaban que el club de sus amores se había beneficiado del contexto político.
El presidente blanco, además, tuvo sus tiranteces con significados jerarcas franquistas. Por ejemplo, vetó el acceso al palco de Chamartín al desabrido Millán Astray, tras propasarse este -presuntamente- con una señora en tan selecto cubículo. La anécdota se cuenta en el magnífico documental Bernabéu, de Ignacio Salazar Simpson, que perfila con hondura humanista al tótem merengue. El mismísimo caudillo terció en el rifirrafe, exigiendo disculpas al dirigente madridista, que se negó en rotundo a ofrecerlas y a restituir el derecho de acceso al militar mutilado. Los hechos están envueltos en la polémica de versiones dispares: que si Millán Astray no se propasó, que si sólo fue un malentendido, que si en realidad no iba al palco presidencial sino a otro que había detrás de este... Pero si ocurrió tal cual se cuenta en la cinta, me parece admirable su resistencia.
Lo que no admite discusión es que Franco se aferró al Madrid triunfante de la segunda mitad de los 50, dominador absoluto en Europa. Al fin y al cabo, era de las pocas cosas de las que podía sacar pecho en la palestra internacional. Pero Villalobos Salas recuerda que clubes como el Athletic o el Barça también fueron secundados en esa época. “La identidad catalana o la vasca eran compatibles con la del régimen en cuanto dichas identidades estaban jerarquizadas, estando la española por encima de estas, lo que posibilitó que el franquismo elevase el espíritu deportivo del Atlético de Bilbao [el vocablo inglés ‘Athletic’ pasó a mejor vida entonces] como muestra de admirables valores vascos, que a su vez representaban lo más auténtico de lo español”, argumenta. Quizá eso explique que los leones, a pesar de la tensión que generó la violencia etarra entre el País Vasco y el resto de España, siga gozando de amplias simpatías en todo el territorio nacional.
Respecto al Barcelona, particularmente significativa es la declaración de Agustí Montal, presidente azulgrana en los estertores del franquismo. Para él, el Barça debía ser “el símbolo de Cataluña y la mejor embajada española en el extranjero”. Y no hay que olvidar las condecoraciones con que el Barça agasajó a Franco. Pero el Madrid, que, hasta donde yo sé, no le ofrendó ninguna, quedó grabado a fuego como campeón del centralismo autoritario. Y en los 80 los talentosos jugadores de la Quinta del Buitre pagaron el pato. Hace poco, en una entrevista publicada en Jot Down, Míchel lamentaba la salvaje animadversión –acrecentada por su victoriosa hegemonía- que sufrieron en esa década convulsa y festiva, cuando las gradas estaban plagadas de pancartas con reivindicaciones políticas. “Se premiaba la puntería, si te tiraban una botella y no te daba, no pasaba nada, no se cerraban los campos. Íbamos a los estadios protegidos por la policía, rodeados de agentes, cambiando de autocar a la mitad. Teníamos una táctica para jugar al fútbol en el campo y otra estrategia para salir vivos del estadio. Lo que pasó con la final entre el Boca y el River en la Libertadores es lo que vivíamos nosotros todas las semanas”, contaba el elegante interior merengue.
Hoy los estadios españoles no son tan violentos. Mejor seguridad y más turistas en sus gradas, a los que les resbalan nuestras fricciones identitarias locales. Con su fetichista presencia rebajan el encono tribal de antaño. Pero tiene sentido preguntarse si sigue habiendo clubes favorecidos por el Estado. Y podría concluirse que sí. ¿Y quiénes serían…? Pues, curioso: el Real Madrid, el Barcelona y el Ahtletic (más el Osasuna). ¿Por qué? Porque son los únicos que no tuvieron que reconvertirse en Sociedades Anónimas Deportivas en el 90. Continúan siendo asociaciones y gozan por ello de un régimen tributario especial, para algunos privilegiado, lo que introduciría una desigualdad de raíz en la competición. Entre los que consideran injusto su específico status quo fiscal (es un asunto complejo, que requiere leer mucha letra pequeña antes de hacer afirmaciones categóricas, eso sí), está la Comisión Europea, que los ha llevado al Tribunal de Justicia de la UE por sus “ayudas estatales”. Resulta llamativo que, al final, la democracia vista las mismas camisetas que la dictadura. Sobre todo en el caso de los clubes con una numerosa (y quejosa) base social nacionalista/soberanista/independentista detrás. Paradojas de esta España nuestra...