En noviembre de 2010 se inauguró con mucho ruido político -y con protesta sindical a las puertas- el Centro de Arte Alcobendas, un vistoso edificio en una ciudad que, con 110.000 habitantes, es más grande que bastantes capitales de provincia. Costó 30 millones de euros pero, en realidad, es más un centro cultural que un centro de arte, a pesar de que tenga tres salas de exposiciones. Cuenta además con un auditorio, una mediateca y varias aulas para actividades. En febrero se supo que Belén Poole, hasta entonces comisaria en el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria, sería la directora del centro -nombramiento a dedo-, que desde su apertura ha ido dando tumbos sin que se sepa quién es el responsable último de su programación. Aquella inicial manifestación de los sindicatos se oponía a lo que se consideró una privatización pues, al parecer, buena parte de los servicios culturales están externalizados y son cubiertos por empresas. Hay o había una coordinadora, Charo Martín -que ya trabajaba en la antigua Casa de la Cultura-, y José María Díaz-Maroto, conservador de la Colección de Fotografía de Alcobendas, echa una mano organizando dignas exposiciones de fotografía y facilitando contactos, como el que permitió traer la importante colección Los Bragales, formada por Jaime Sordo.
He seguido la evolución del centro y he podido comprobar que el mérito de algunas exposiciones como la actual de Mitsuo Miura, comisariada por Pablo Llorca, que hacen imaginar hacia dónde podría caminar un centro de estas características, es ensombrecido por las que se dedican a artistas locales, muchas veces aficionados o, como ellos dicen, autodidactas. En septiembre del año pasado, en respuesta a otro grupo político, el gobierno municipal encabezado por Ignacio García de Vinuesa presumía de que, de las diez exposiciones celebradas en la Sala Anabel Segura, ocho correspondían a artistas de Alcobendas y de los once artistas o grupos que habían mostrado su obra en la Sala Punto de Encuentro siete eran de la localidad. Un error. Y un problema general en los centros culturales. Es fantástico que los ciudadanos tengan afición a la pintura y sería estupendo que todos los centros impartieran clases de arte, pero de ahí a exponer sus “ensayos” en un centro de estas dimensiones y visibilidad… El arte contemporáneo es otra cosa, más seria, más profesional, y puede hacerse una programación accesible y formativa sin renunciar a la calidad. Los ciudadanos reciben, con estas incoherencias de los centros culturales, mensajes contradictorios. Sería cruel poner en evidencia la escasa relevancia de muchos de los “artistas” que han pasado por aquí; no es culpa suya sino de quienes les han invitado o seleccionado. Pero ahora mismo tenemos en Alcobendas una exposición que me parece oportuno comentar, por el inmerecido eco social que puede tener. El protagonista es Fernando Cuétara, que resulta ser hijo del empresario de las famosas galletas. Su trayectoria profesional se limita a un par de exposiciones en las galerías Biondetta y Jorge Ontiveros de Madrid y en la Ricard Gallery de Miami. A sus inauguraciones asisten famosetes y hasta debe tener cierto éxito de ventas. Como grandes logros, se cita que sus obras están en las colecciones de Cristiano Ronaldo y de Carlos Slim. Todo tiene su explicación y todo queda en familia: Silvia Gómez-Cuétara estuvo casada con el fallecido José Luis García Cereceda, promotor de la urbanización en la que vive el futbolista, La Finca, y después tuvo una relación con el magnate mexicano. Que me da igual, pero es una pena que la gente con dinero tenga muchas veces tan poco criterio, y es inaceptable que un centro de arte público se preste a darle coba a un pintor que imita a Kiefer y a Barceló pero también hace cuadros con luces o telas arrugadas a lo informalista. Hay muchos buenos artistas jóvenes y no tan jóvenes que, contando con espacios como éste, estarían encantados de participar en un programa serio.