Al Musée Rodin de París le ha tocado el Gordo de la Lotería. Con lo que el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife le va a pagar en los próximos años, más de 16 millones de euros, va a sanear sus maltrechas cuentas después de una temporada en ese Infierno al que da paso la famosa puerta del escultor, obra que, además, se alquilará para el proyectado Museo Rodin tinerfeño por el módico precio de 150.000 euros al año.
El martes pasado se publicó la adjudicación del contrato de Suministro de obras escultóricas para dotar el Museo Rodin de Santa Cruz de Tenerife –que supone un desembolso inicial de 931.435 € y pagos anuales de entre 3 y 4,5 millones hasta 2026– y si todo esto no se pudiera parar antes de la formalización del contrato, lo único que cabría ya esperar es que este no incluya cláusulas de penalización por desestimiento y que las próximas elecciones traigan a Santa Cruz un equipo de gobierno más sensato.
El Museo Rodin de Santa Cruz es un empeño personal del actual alcalde, José Manuel Bermúdez (Coalición Canaria), que lo es por moción de censura desde julio de 2020 si bien había desempeñado ese cargo anteriormente, entre 2011 y 2019.
En resumen, se trata de adecuar el edificio neogótico del parque Viera y Clavijo paraexhibir los 68 ejemplares de ediciones limitadas en bronce, la gran mayoría de pequeño o mediano formato y producidos por el Musée Rodin en fechas muy recientes –o aún no producidos–, que el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife va a comprar.
Aunque se ha querido presentar la operación como un gran proyecto cultural con garantías de sostenibilidad económica, lo cierto es que no ha engañado a los mejor informados. Cerca de 3.000 profesionales de las artes y la cultura, con figuras de renombre en todo el país, han firmado en su contra y la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna ha expresado su rechazo frontal.
No existe ninguna justificación biográfica o histórico-artística para la instalación de un Museo Rodin en Tenerife, aunque, para agarrarse a algo, en todas las presentaciones del proyecto se argumente que Santa Cruz es una “ciudad de la escultura”, por la treintena de obras que se fueron instalando en ella desde 1973 –fecha de la Primera Exposición Internacional de Escultura en la Calle– gracias al impulso del Colegio Oficial de Arquitectos. Esa incongruencia importa poco a sus promotores.
El objetivo es conseguir, con poco esfuerzo pero con mucho dinero, una sucursal de un museo que se supone de gran atractivo para los turistas –se pretende emular el “efecto Picasso” en Málaga o Barcelona, y hasta el “efecto Guggenheim” en Bilbao, lo que es mucho pretender– sin tener en cuenta su imbricación en el tejido artístico local o, mucho menos, su valor cultural real.
Voy a intentar evaluar en primer qué contenidos tendrá el museo y después revisaré qué intereses, visibles y ocultos, mueven la operación.
Post mortem auctoris
He tenido acceso al expediente municipal completo de la compra de obras y me ha resultado jocoso y al tiempo clarividente un tropiezo administrativo que hubo que solucionar. El objeto del contrato de “suministro” o compra de ejemplares al Musée Rodin era en principio “Obras de arte”.
Pero, vaya, tales bienes no tienen código CPV de “suministro” sino de “servicio”, por lo que los revisores propusieron estas alternativas: 1. Instrumentos musicales, artículos deportivos, juegos, juguetes, artículos de artesanía, materiales artísticos y accesorios; 2. Estatuillas o 3. Equipamiento de exposición. Y sí, en este caso todas esas denominaciones resultan más adecuadas para definir lo que se va a adquirir que “obras de arte”.
Quede claro que tanto la legislación francesa como la Ley de Propiedad Intelectual Española (artículo 24) califican de “originales” los ejemplares de las ediciones numeradas, con “tirada” máxima de doce, realizados por el autor o por los herederos de sus derechos.
Pero cualquiera puede entender que una edición no tiene el mismo valor económico ni la misma relevancia artística que una obra única. Y que una edición fruto de la decisión del artista en vida, realizada con su intervención o su supervisión, no es lo mismo que la encargada por sus descendientes o las entidades que gestionen su legado, post mortem auctoris.
Tanto el Musée Rodin como el Ayuntamiento quieren evitar que cuestionemos el valor (más allá del precio) de las ediciones en bronce de las obras del artista. Pero les voy a recordar un caso reciente que les abrirá otra perspectiva.
En diciembre de 2021, Consuelo Císcar fue exculpada en la Audiencia de Valencia por la compra de supuestas falsificaciones de esculturas de Gerardo Rueda, delito por el que el fiscal pedía seis años de prisión para ella. Eran ocho obras de gran tamaño del artista producidas después del fallecimiento del artista, por las que el IVAM pagó 2,9 millones de euros.
Las copias se hicieron con autorización de José Luis Rueda, su hijo adoptivo, en la Fundición Capa, al igual que la mayoría de las otras 90 esculturas que donó al mismo tiempo al museo. Los abogados defensores y la jueza sentenciaron correctamente –aunque esta patinó al dictaminar que el precio pagado era hasta barato, cuando la comisión de valoración del IVAM había propuesto uno mucho menor–, pues se acogieron a la letra de la ley.
Pero lo que resulta interesante del juicio no es solo que a la Abogacía de la Generalitat y a la acusación particular de Acción Cívica contra la Corrupción les pareciera evidente que eso que se había comprado era “falso” y objeto de un delito de malversación y prevaricación sino también que diversos expertos citados apoyaran esa postura.
Se equivocaban desde el punto de vista legal pero expresaban el poquísimo aprecio que los entendidos tienen por las producciones post mortem. Testificaron como peritos judiciales, por ser integrantes de la Junta de Calificación, Valoración y Exportación del Ministerio de Cultura, Begoña Torres (hoy directora del Museo Lázaro Galdiano) y Rosario Peiró (directora del área de colecciones del Museo Reina Sofía), quienes, al igual que Josep Salvador (conservador en el IVAM), Jaime Brihuega (profesor, exdirector General de Bellas Artes), Javier Pérez (catedrático) y Vicente Todolí (exdirector de la Tate Modern), consideraron como originales solo las 36 piezas –entre las donadas– que se fundieron en vida del artista.
Capa, por cierto, cobró algo más de medio millón de euros por casi 70 obras; comparen luego con los precios de fundición que estima el Musée Rodin para sus ejemplares.
El vendedor
El Musée Rodin no está traicionando el legado moral del artista al producir y vender copias de sus trabajos –de cuyos derechos de autor es depositario– en ediciones limitadas de doce ejemplares. Él ya era, sobre todo en sus últimos años y desde que conquistó los mercados estadounidense y japonés, un gran businessman.
Pero, hasta hace poco, el museo había llevado con cierta discreción esta actividad comercial suya. Hasta que en estos últimos años sus balances contables se han desplomado.
Aunque es un museo estatal tiene el mandato de autofinanciarse, y los atentados de Bataclan, las manifestaciones de los chalecos amarillos y la COVID redujeron drásticamente el número de visitantes.
En la Memoria del museo de 2021, su directora, Amélie Simier, escribía que su “primera preocupación” era el déficit presupuestario y que había tomado medidas para incrementar las ventas de las ediciones de bronce.
En un informe del Tribunal de Cuentas francés se dan datos sobre el peso de la venta de ediciones en las finanzas del Musée Rodin:
Y se hace una apreciación que a mí me preocuparía si estuviera pensando en comprarles piezas: “La venta de bronces es una actividad sobre la cual el museo puede apoyarse a largo plazo. En efecto, posee alrededor de 12.000 moldes de Rodin y solo un pequeño número de obras están agotadas por haberse producido ya los doce ejemplares. Además, el museo tiene cuidado de no poner demasiadas ediciones originales en venta, para evitar una saturación del mercado que sería perjudicial para el valor de las obras y para el mantenimiento de la demanda”.
Por mucho cuidado que tenga, cada año crece el número de ejemplares en circulación, que se suman a los miles que están ya en colecciones o en el mercado, y la abundancia, como bien señalaba ese informe, abarata la mercancía.
La ley francesa empezó a restringir la edición de bronces en 1968 y en el período entre la muerte del artista y esa fecha hubo bastante descontrol; solo recientemente ha elaborado el Musée Rodin una base de datos sobre los bronces existentes y un inventario de los moldes disponibles.
Hay cerca de 8.000 bronces catalogados en colecciones privadas, un tercio de los cuales, afirma Jérôme Le Blay –del que hablaré enseguida–, serían falsificaciones. El mismo experto detallaba, por ejemplo, en un catálogo de subasta los 26 ejemplares realizados con autorización de la Danaïde y aquí pueden ver la cantidad de Pensadores que están repartidos por el mundo, incluyendo los 23 supervisados por el propio Rodin. Recuerden que el límite legal es 12.
Hay más. En 1987, las obras de Rodin pasaron a ser de dominio público. Cualquiera podría hoy reproducir una escultura suya sin tener que pagar derechos. La copia no se consideraría edición limitada autorizada y por tanto no se podría vender a precio de tal pero, con un buen molde y un buen fundidor, sería exactamente igual a las comercializadas por el Musée Rodin. (Si les interesa el tema, lean aquí sobre las ediciones de calidad no autorizadas que inundan el mercado o las exposiciones, y los pleitos para intentar detenerlas).
En la actualidad, los juzgados están dilucidando si el museo francés está obligado a proporcionar los escaneos 3D que tiene hechos (aquí en baja resolución) a quien los solicite –Cosmo Wennan, en el caso que se juzga– de manera que se puedan hacer copias en cualquier material. Esto echaría por tierra una parte del negocio del Musée Rodin: la venta de carísimas reproducciones en resina, quince de las cuales vendrían a Tenerife. Su precio: entre 63.000 y 244.000 euros. Y no tienen más valor que las reproducciones que se venden a los turistas en la tienda del museo parisino; solo son más grandes.
El Ayuntamiento no ha contado con un comité de expertos en Rodin –ni en arte en general– para diseñar la colección a partir de los fondos del Musée Rodin. Fue este el que presentó una propuesta de selección de piezas, que se incluye en el expediente y que se aceptó sin más, con una excepción.
En la lista no había apenas obras de gran formato, lo que desluciría las salas: solo una por encima de los 200 cm y, si no cuento mal, solo tres con más de 150 cm, frente a la abundancia de obras pequeñas, con una docena de menos de 30 cm y veinte de entre 30 y 50 cm.
Como los franceses pedían por el ejemplar de El beso –el último de los doce– cinco millones de euros y eso parecía demasiado a los compradores, decidieron sustituirlo por una reproducción en yeso de esa misma obra, que prestarían gratuitamente a largo plazo, y por tres piezas grandes, con más de dos metros. Como quien vende arte al peso.
En la selección hay nueve esculturas que nunca se han editado, lo que seguramente significa que no están entre las mejores. Y, fuera de la lista de la compra, una pieza “estelar” que, de nuevo, no es un bronce sino una reproducción en yeso de La puerta del Infierno, en alquiler, como ya mencioné, de 150.000 euros al año.
Muchos de los bronces encargados para Tenerife habría que producirlos. De los 68, solo 8 están ya realizados. Y de los bronces proyectados, únicamente 33 están incluidos en el catálogo razonado, Rodin et le bronze: catalogue des oeuvres conservées au Musée Rodin, de Antoinette Le Normand-Romain (Editorial RMN, 2007), “considerado como la fuente documental de referencia para este tipo de obra”.
Se ve que el museo incorpora cada vez más bocetos de Rodin al catálogo de ediciones. Piezas que, con gran probabilidad, el escultor no consideró como obras acabadas dignas de ser reproducidas.
El museo propone que los ejemplares sean producidos por sus fundidores de referencia y así lo recomienda también la tasación, que analizaré más abajo. Y son muy caros: hasta 450.000 euros para el bronce más grande.
Hay que saber que es posible que toda esta operación no la iniciase la actual directora del Musée Rodin, Amélie Simier, que lo es solo desde mayo de 2021 (el acuerdo con Santa Cruz se firmó en octubre). Su predecesora, Catherine Chevillot, mencionaba poco antes la posibilidad de hacer, “en otra ciudad”, “un proyecto similar” al fallido Museo Rodin en Shenzhen (China) que habría conllevado la venta de 50 bronces.
Chevillot conocía el medio artístico español, pues había comisariado dos de las exposiciones que el museo parisino coprodujo con la Fundación Mapfre –Camille Claudel en 2007, Rodin, el cuerpo desnudo en 2008, El infierno según Rodin en 2017 y Rodin, Giacometti y las formas de la vulnerabilidad en 2020– así como otra también para Mapfre pero con obras del Musée d’Orsay, ¿Olvidar a Rodin? Escultura en París, de 2009. Además había presentado en la Fundación Canal, en 2020, una nueva muestra confeccionada por el museo que dirigía: Rodin, Dibujos y Recortes.
Y conviene recordar asimismo que la “implantación” en nuestro país del Musée Rodin viene de antiguo, pues tuvo antes otro aliado estratégico aquí: la Fundación “la Caixa”. Esta hizo circular desde 1996 varias exposiciones con obras proporcionadas desde París por numerosas ciudades.
De ese año es Auguste Rodin y su relación con España (Zaragoza); entre 1999 y 2000, una gran exposición pasó por Valencia, Sevilla y Bilbao; en 2002 arrancó otra de Salamanca para ir a Santiago de Compostela y Tarragona; en 2004 se montó en CaixaForum Barcelona Rodin y la revolución de la escultura. De Camille Claudel a Giacometti.
Entre 2007 y 2012, siete esculturas monumentales se instalaron en calles y plazas de medio país, con parada en Las Palmas de Gran Canaria. Y en 2009 trajeron Rodin y la mitología simbolista a Málaga, A Coruña y Alicante. Las fundaciones no suelen revelar detalles de sus contratos para las exposiciones. Pero seguro que los clientes españoles son muy apreciados por los gestores del museo del escultor.
Los tasadores
Es una barbaridad invertir 16 millones de euros en una colección de 68 piezas de relevancia artística cuestionable. Voy a darles un ejemplo de lo que puede dar de sí tanto dinero.
En 2020, cuando cumplió 15 años, el MUSAC de León hizo balance de sus adquisiciones. Fue, recordemos, una colección ex novo que Rafael Doctor comenzó a formar para la Junta de Castilla y León. Desde 2003, dos años antes de su inauguración, hasta esa fecha el museo se hizo con 1.144 obras de 426 artistas, por importe de casi 14 millones de euros.
No voy a ponerla como ejemplo de colección bien diseñada porque se compró muy rápido, muy de mercado y en ocasiones muy caro, pero nos sirve el ejemplo para comprender que con ese importe que Santa Cruz quiere entregar al Musée Rodin se puede armar un museo de verdad.
Es algo que no tiene en cuenta la tasación encargada por el Ayuntamiento para cubrir el expediente.
Voy a explicarles cómo se ha hecho y quiénes la firman pero sepan que eso da exactamente igual: el Musée Rodin, en su selección de obras, les puso un precio que la tasación no hace otra cosa que corroborar.
La licitación no se divide en lotes –uno por obra sería lo normal– sino que fija un importe para el conjunto, así que las pequeñas variaciones entre precio solicitado y “valor justo” de mercado (con muchas incongruencias) que los tasadores proponen no tienen ninguna relevancia. Vamos a comparar esas cifras globales, que demuestran el paripé.
El museo de París pedía inicialmente 14.236.000 € por las ediciones originales y la tasación resuelve que han de pagarse 14.267.000 €; para las reproducciones en resina, el precio dado por el museo era 1.493.000 € y el que sugiere la tasación es 1.441.000 €.
Gracias a la escrupulosidad de los tasadores “independientes”, los contribuyentes de Santa Cruz se han ahorrado la friolera de 21 euros.
Para contratar la tasación, el Ayuntamiento solicitó ofertas a varias Universidades españolas: Las Palmas, Málaga, Valencia y Salamanca. Sería un contrato menor, con importe máximo de 15.000 euros. Solo concurrió La Fundación General de la Universidad de La Laguna, con un presupuesto de 13.482 euros, declaración de confidencialidad mediante.
El trabajo sería ejecutado por el Servicio de Análisis y Documentación de Obras de Arte bajo la dirección técnica de Elisa Díaz González, que se limitó a hacer unas medias de las tasaciones encargadas a dos expertos.
Se suponía que el trabajo incluiría una evaluación de la “oportunidad de adquirir otras obras de Auguste Rodin en el mercado libre” o “de adquirir un conjunto de reproducciones en resina del Museo Rodin de París”, extremos ignorados en el documento final.
El experto que ha marcado aquí la pauta es Jérôme Le Blay, cuestionado por las voces más críticas con este proyecto por su vinculación al Musée Rodin, dado que su inconcreto currículo menciona que comenzó su carrera allí, entre 1992 y 1997, como asesor del director y a cargo de la supervisión de “la edición y producción de los bronces póstumos”; además, “estuvo profundamente implicado” en la creación de la Rodin Gallery en Seúl, una sala en los bajos de la torre de Samsung Insurance en la que se exhibieron entre 1999 y 2016 sendas ediciones de La puerta del Infierno y Los burgueses de Calais.
En su inauguración alojó una exposición de 62 piezas prestadas por el museo de París. Sin más. No dudo de que Le Blay conoce bien la obra del escultor y, tras trabajar durante siete años para Christie’s, el mercado secundario pero sus credenciales no son incontestables. Tiene un gran borrón en el historial.
En 2017, un juez le obligó a entregar a los herederos de Matisse dos “recortes” del artista valorados en 4,5 millones de dólares, que este marchante, a través de su empresa CoteArt, había intentado vender con engaños, montando una empresa fantasma en Hong Kong para ocultar el origen de las piezas, robadas tiempo atrás a los herederos.
Le Blay forma parte del llamado Comité Rodin que, en realidad, está integrado por él mismo y un galerista, François Lorenceau, director de Brame & Lorenceau Gallery. Llevan lustros (desde 2004) preparando el catálogo razonado de las esculturas de Rodin, y, mientras sale a la luz, Le Blay cobra 1.400 euros por cada examen para expedir o no certificado de autenticidad (entre 200 y 250 al año).
La tasación para el Museo Rodin la firmó en junio de este año “para y en nombre de” CoteArt, empresa de la que es socio único. He hecho averiguaciones y constatado que CoteArt se declaró en suspensión de pagos en julio de 2021 y está desde octubre en proceso de liquidación judicial. De los 13.482 € que cobró por la tasación la Fundación General de la Universidad de La Laguna, Le Blay se llevó 9.252,35 €.
Los otros 4.228 € los cobró Nuria Segovia, “colegiada como perito judicial de obras de arte, antigüedades y bienes muebles, tasaciones y valoraciones por el Ilustre Colegio de Doctores y Licenciados y Ciencias de la Comunidad de Madrid”. Esposa de un exconcejal del PP en el Ayuntamiento de Santa Cruz en el mismo período en que ella era asesora de cosas varias allí, es profesora en el departamento de Historia del Arte en la Universidad de La Laguna, con un pobre historial de publicaciones.
El segmento del mercado en el que se mueve (vean aquí indicios de su actividad profesional) está a años luz de los precios que se manejan en la tasación y dudo que tenga gran experiencia en estas lides.
Los intermediarios
Estoy segura, por el contrario, de que los responsables políticos son capaces de concebir y liderar por sí mismos actuaciones tan absurdas como esta pero he observado que en ellas suele existir un intermediario en la sombra.
Alguien que interviene como facilitador, al servicio de la parte “vendedora” o por interés personal, y que saca tajada del negocio de una manera u otra. No sé de quién fue la idea de crear un Museo Rodin pero sí sé quién ha pilotado el proceso. Hablo de Javier Garabal, un emprendedor y “ángel de negocios” –así se define él mismo– muy bien relacionado a nivel político y empresarial.
En uno de los expedientes relacionados con la compra de las obras he observado que su empresa GBL Investrategy fue contratada para elaborar un “Proyecto de captación de fondos Next Generation EU Palanca 9, componente 24 (Revalorización de la industria cultural), consistente en acoger un museo internacional en Santa Cruz de Tenerife”. Que resulta ser ese desorientado “Informe de viabilidad” que esgrime el Ayuntamiento de Santa Cruz.
Cabe pensar que el Ayuntamiento tenía muy claro a quién quería para realizar ese trabajo porque hizo la solicitud reglamentaria de tres ofertas a GBL Investrategy y a dos empresas de las que hombres muy cercanos a Garabal son socios únicos (yo le sugeriría a algún interventor de la Administración que le eche un ojo al expediente): se trata de Digital Archer Solutions, propiedad de Alejandro Izquierdo García, un empleado de GBL que ha elaborado junto a su jefe el “Informe de viabilidad”, y Oncampus Training, de José Manuel Fortes Alayón, socio de Garabal desde hace poco en Archinext Personas y cofundador, junto a él y otros, de una startup: Botdreams.
Pero creo que debe de haber una parte del acuerdo que no se ha puesto sobre la mesa: este contrato menor de poco más de 15.000 euros es moco de pavo para las empresas consultoras que, como esta, optan a licitaciones públicas por encima del millón de euros, por lo que sospecho que podría estar moviéndose más dinero fuera del radar de la contratación pública.
Las funciones atribuidas en el proyecto de museo a Javier Garabal son muy amplias y, desde luego, no se limitan a gestionar la captación de fondos Next Generation, como hace pensar el nombre del expediente.
Se detallan en la memoria que presentó para conseguir el contrato: analizar en detalle la viabilidad económica del proyecto, la viabilidad de incorporarlo a los fondos Next Generation, el mejor modelo jurídico y de relación para realizar el acuerdo con el museo matriz y ejecutar con éxito el proyecto, diseñar el plan y supervisar su correcta ejecución, gestionar la relación con el museo matriz (“negociar en detalle las condiciones, aprovechar al máximo su know-how para el diseño del proyecto, evaluar la factibilidad de sus propuestas, etc.”) y gestionar a todos los agentes que podrían involucrarse, incluidos los posibles patrocinadores.
Según he podido comprobar en el material gráfico difundido, Garabal estuvo presente en París para la firma del acuerdo en el Musée Rodin en octubre de 2021 y también en las conversaciones con la delegación francesa cuando esta visitó Santa Cruz.
Luego volveré sobre su informe. Antes, he de mencionar a un segundo interviniente, Marcos Cohen Simancas. No sabemos en calidad de qué. Es conocido en los círculos políticos de Tenerife gracias a su breve paso por Ciudadanos y por sus supuestos tejemanejes para propiciar la dimisión de un concejal del partido, Juan Ramón Lazcano, y así dar entrada en el pleno a una sustituta que apoyaría la moción de censura por la que Bermúdez, bien avenido con Cohen, recuperó la alcaldía.
Este mediador en el affaire Rodin, al que vemos, con Garabal, en las fotos de las reuniones en París y en Santa Cruz, trabajaba para PriceWaterhouseCoopers como responsable de consultoría en Canarias y fue ascendido a director de esa oficina en julio de este año.
No se ha publicado ningún contrato de esta con el Ayuntamiento que explique la presencia de Cohen en las reuniones decisorias sobre el museo. ¿Acaso trabaja PwC para el Musée Rodin? ¿Está Javier Garabal asociado de alguna manera a la consultora en este asunto? No sería la primera vez: fue director, para la consultora –por recomendación de Fernando Clavijo, cuando este era presidente del Gobierno de Canarias–, de la Estrategia Operativa de Internacionalización de la Economía Canaria (EOIEC). Además, Garabal trata mucho con Cohen en otros escenarios.
Cohen, por otra parte, está casado con Aglaé Arbelo Hernández, que fue candidata de Ciudadanos a la alcaldía del Puerto de la Cruz en 2019 y es coordinadora general de Planificación Estratégica del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife desde julio de 2021. Y resulta que la adquisición de las obras de Rodin ha sido declarada “proyecto estratégico municipal”, a propuesta de la esposa de Cohen (y del coordinador general de Hacienda y Política Financiera).
Y ¿qué hace Enrique Arriaga, vicepresidente del Cabildo, firmando los acuerdos con el Musée Rodin, si la Administración a la que representa no tiene ninguna participación en el proyecto? A falta de otra explicación, propongo esta: figurar y prestar un aval simbólico al proyecto. También el Cabildo firma contratos abultados con PwC.
Los visitantes
El alcalde ha basado su defensa del futuro Museo Rodin en los números cocinados por Javier Garabal en el llamado “Informe de viabilidad”. El experto estima que el museo no va a costarles nada a los contribuyentes de Santa Cruz porque va a conseguir unos ingresos estupendos. Da por seguro un número de visitantes que alcanzaría, al quinto año de la apertura, los 664.000 en un escenario conservador (EC) y 1.089.000 en un escenario optimista. Bueno… ni en sueños.
Fijémonos en museos monográficos asimilables. El récord del Museo Sorolla, que está en Madrid –la ciudad española con más turistas–, que es mucho más atractivo por sus obras y por su condición de museo-casa-taller, es de 266.000 visitantes. El del Museo de El Greco en Toledo, de 236.000. Ah, y por citar uno de esos nuevos museos llamados a convertirse “en referentes” del arte moderno y el turismo: la Colección Roberto Polo en esa ciudad recibió en sus dos primeros años poco más de 50.000 visitas.
Pero, para comparar aún mejor: el Musée Rodin de París, infinitamente mejor nutrido de obras y con originales “de verdad”, recibía en sus buenos años alrededor de 700.000 visitas (ya no). No he logrado obtener cifras recientes del Rodin Museum de Philadelphia (Estados Unidos), un bonito edificio con 150 esculturas de mayor categoría que estas, gestionado por el Philadelphia Museum of Art, pero no es ningún bombazo: tenía una media de 51.000 visitantes al año (dato de 2012). Y eso que es gratis. Aquí, la idea inicial es cobrar 15 € por la entrada. Lo mismo que el Museo del Prado.
Es también muy conveniente comparar las promesas del “Informe de viabilidad” con los datos del Museo Rodin Bahia, un pop up que el Musée Rodin abrió en Salvador de Bahía (Brasil) entre 2009 y 2012 con 62 yesos, entre los que se contaban dos de sus iconos El pensador y El beso, y cuatro “réplicas en bronce” adquiridas por el gobierno regional. Se instaló en el elegante Palacete das Artes, con entorno ajardinado, como el de Philadelphia y el de Tenerife.
La idea era que el préstamo de tres años pudiera renovarse, con otras esculturas, pero no debió de ir tan bien la cosa. En el primer mes de apertura tuvo 14.000 visitantes y el balance que hacían al cumplirse los dos años era de 80.000. En una ciudad muy turística con más de dos millones de habitantes.
El TEA de Santa Cruz de Tenerife, seguramente con menor tirón popular por su dedicación al arte contemporáneo pero muy interesante para los amantes de la arquitectura, recibió en 2018 y 2019, años prepandémicos, alrededor de 90.000 visitantes.
Ingresos y gastos
El Museo Thyssen-Bornemisza, con una colección mil veces más importante y con exposiciones de fuste, recibió en 2021 “solo” 670.000 visitantes –supera el millón en años buenos–; es un número cercano al del “escenario conservador” para el Museo Rodin de Tenerife a medio plazo, lo que, gracias a la transparencia en las cuentas del museo de Madrid, nos va a servir muy bien para comparar importes, que redondeo para no cansarles (aquí el balance completo).
Dice Garabal que los ingresos en Santa Cruz por venta de entradas serían de 7,5 millones €; la taquilla del Thyssen, que no es nada barato (13 euros), supuso 2,6 millones. Dice que se puede confiar en conseguir entre 1 y 1,5 millones al año en patrocinios; el Thyssen, que es muy activo en su captación por su alto nivel de autofinanciación, logró 318.000 €.
La estimación de alquiler de espacios no es disparatada (125.000) y las ventas de la tienda (347.000) no sé yo pero tampoco influyen mucho en el balance, que suma 8 millones en ingresos propios. Miren: el Museo Picasso Málaga, extremadamente popular entre los turistas, no llegaba en años previos a los 5 millones.
Luego vienen los gastos. Los de personal ascenderían a 1,7 millones, con ¡54 puestos de trabajo! Y un director con sueldo de 70.000 €. ¡Pero si el CAAC en Sevilla, que es un museo de verdad y con mucha actividad, de tamaño enorme, anda por los 60…! Para publicidad, 1,3 millones. ¡Toma ya! Los querrían para sí muchos museos como presupuesto global.
Por contra, para la organización de exposiciones y actividades se reservan menos de 700.000 €. Total de gastos: 4,8 millones. En cuanto acabemos de pagar las ediciones de bronce, ¡vamos a ganar dinero!
Durante años, el único museo de arte en España con superávit fue el de la Fundación Dalí, que perdió dinero en pandemia pero se estará recuperando ya. Hasta el Guggenheim estaría en números rojos si no fuera por la aportación de las administraciones que lo sostienen (se autofinancia en un 62%). Así que pretender que esto de Rodin va a ir sobrado es una fantasía.
Si no funcionara… no pasa nada. Hay “plan B”: vender o alquilar las esculturas. Vamos, lo que hace un museo como Dios manda. Además, las posibles pérdidas quedarían compensada con lo que de verdad cuenta: el “impacto económico” en la ciudad, que será naturalmente brutal (hasta 132 millones al año).
¿Y el modelo de gestión? El informe recomienda la “concesión administrativa”, como si fuera una cafetería. ¿Para qué crear un equipo y formar profesionales?
Por cierto, el Ayuntamiento gastó 5.000 euros en un informe sobre los posibles modelos de gestión para el Museo Rodin que, según el contrato con GBL, debería haber presentado esta consultora. Pero no, lo hizo Nuria Segovia, la misma que participó en la tasación de las obras. S
u informe es un texto muy genérico que acaba concluyendo: “creemos conveniente convertir el modelo de gestión actual de museo, en una factoría de ideas empresariales, cuya plataforma sea el ámbito artístico y sus agentes principales las empresas”. ¿Eh?
¿Actividades previstas?
En las comunicaciones a la prensa de unos y otros protagonistas han dejado caer algunas ideas para dotar posteriormente de actividad el Museo Rodin. He leído que el Alcalde tiene intención de dedicar solo la mitad del edificio al Museo Rodin –y no me extraña: es muy grande y la colección muy pequeña–, dejando espacio a un “centro de interpretación y de investigación de la exposición internacional de esculturas en la calle, según lo que se establezca con el Colegio de Arquitectos”, al que en también ha denominado “Centro Internacional de Escultura Moderna y Contemporánea”.
Por su parte, Amélie Simier, dijo cuando estuvo en Santa Cruz: “Contamos con que haya exposiciones en común, rotativas, entre los dos museos de París y Tenerife”. Cuidado: estas posibles muestras que seguramente sí merecerían visita no serían gratuitas.
El Rodin, como tantos otros museos, obtiene una parte de sus ingresos montando exposiciones con sus fondos para otros museos o salas (como ha hecho para la Fundación “laCaixa”, la Fundación Mapfre o la Fundación Canal) que cobra a alto precio. Ese presupuesto de apenas 700.000 € para la actividad del futuro museo en Tenerife ¿acabaría también en París? Incluso si se tratase de coproducciones, con préstamos de otros museos, la factura sería muy elevada.
Todavía queda todo por hacer en la fase arquitectónica. Acaba de publicarse la licitación para la rehabilitación del edificio en Viera y Clavijo y mejora del entorno inmediato, con importe de 12,5 millones.
En el pliego, al enumerar los usos del edificio se mencionan “espacios administrativos vinculados a uso de la concejalía de Cultura”, “cuatro salas polivalentes por planta, para impartir cursos y talleres”, que serán “nidos de creación, aprendizaje y exposición”. El proyecto “ha dejado las salas diáfanas de modo que se podrán adaptar a las necesidades concretas todavía sin definir”.
El volumen central, la antigua capilla, “se deja como un espacio de sala de exposiciones flexible y, donde al mismo tiempo se puedan impartir charlas, realizar foros culturales, exposiciones itinerantes”. Habrá, claro, cafetería con entrada desde el parque y en la cubierta se podrán realizar actividades.
Pero no se dice palabra sobre el Museo Rodin y no sé si el proyecto arquitectónico estará concebido para responder a todas las necesidades de unas instalaciones museísticas. Y no incluye, desde luego, el proyecto museográfico para la instalación de las piezas, un capítulo que suele conllevar un gasto considerable y que aquí parece que nadie ha previsto.
Es lo que tiene pensar que cualquiera puede idear y poner en marcha un museo, un centro de arte o cualquier institución cultural de importancia. La ingeniería cultural como herramienta para la política o para el negocio de consultoras o empresas que se deberían mantener en los terrenos que realmente conocen puede muy fácilmente desembocar en el desastre. A estos pensadores habría que bajarlos de sus peanas.