Células IPS que se han diferenciado a neuronas

El director del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona, Juan Carlos Izpisúa, abre para El Cultural una serie en la que los principales científicos españoles destacarán los desafíos científicos que marcarán el milenio. Izpisúa, que acaba de publicar en Nature un revolucionario estudio para combatir la progeria (vejez prematura), apuesta por la regeneración de órganos y tejidos.

La idea de poder regenerar órganos y tejidos ha estado presente en la imaginación humana desde tiempos inmemoriales. Representaciones de manos sin dedos ya aparecían en las paredes de las cuevas paleolíticas, y alusiones a métodos y recetas para tratar de inducir la curación y regeneración de determinados órganos se encuentran en la medicina practicada por las civilizaciones sumeria, egipcia, inca y china. Durante las civilizaciones griega y romana figuras destacadas de la medicina como Hipócrates y Galeno ilustraron de manera teórica los conceptos de la vejez, la inmortalidad y la regeneración de tejidos.



Pero fue quizás la mitología griega la que más contribuyó al imaginario popular de la regeneración tisular: Tras haber robado del Olimpo y entregado a los hombres el secreto del fuego, Prometeo fue castigado por Zeus, quien ordenó que fuera encadenado en las montañas del Cáucaso, y atacado continuamente por un águila para que se comiera su hígado. Siendo Prometeo inmortal, su hígado volvía a crecerle cada noche, y el águila volvía a comérselo cada día. Más cercano a nuestra civilización actual aparece el Prometeo moderno, Frankestein, cuya esencia íntima está ligada con su deseo de descubrir la regeneración y con el secreto divino de la inmortalidad .



Independientemente de esta reseña anecdótica y mitológica, la realidad es que siglos, incluso milenios, han transcurrido sin avances tangibles. No ha sido hasta hace unas décadas, a partir de 1960 y tras los primeros transplantes con éxito de órganos y tejidos (corazón y médula ósea), junto con los más recientes descubrimientos sobre las células madre humanas, cuando se justifica el hecho de que nos volvamos a preguntar, ya de una manera más realista, si el secreto de la regeneración de nuestros órganos y tejidos está al alcance del hombre, o, por el contrario, sigue siendo una mera utopía.



Durante el último siglo el hombre ha realizado avances médicos extraordinarios, principalmente en áreas relacionadas con enfermedades agudas como las infecciones víricas y bacterianas. Mientras el progreso en este caso ocurre a pasos de gigante, uno de los desafíos médicos más acuciantes del milenio que acaba de empezar son las enfermedades crónicas y el deterioro de nuestros órganos conforme envejecemos. En este nuevo reto, la medicina regenerativa, la inducción de nuevos órganos y tejidos, podría convertirse en el equivalente de la era de los antibióticos del siglo XX. El desarrollo de este potencial va a requerir el esfuerzo interdisciplinar de médicos, biólogos, químicos, físicos y expertos en áreas tan dispares como las ciencia de la información, los biomateriales y la ingeniería. Entre los abordajes principales que deben considerarse se debe incluir el transplante exógeno de células, la implantación de tejidos bioartificiales y, quizás, el más deseable de todos ellos, la regeneración endógena in vivo, bien a partir de células y tejidos sanos preexistentes en el individuo, o bien mediante la inducción de los mismos a través de compuestos químicos. Son muchas las preguntas y escasas las respuestas conocidas. ¿Qué ventajas evolutivas conlleva la capacidad de regeneración presente en determinados animales y ausente en otros? ¿Cuáles son las señales moleculares que facilitan la regeneración en ciertos animales y la inhiben en otros? ¿Qué mecanismos controlan que la estructura regenerada tenga el tamaño y forma apropiada, se desarrolle en el lugar idóneo y con la orientación especial correcta? ¿Que relación existe entre regeneración e inmortalidad celular?



Prometeo reveló al hombre el secreto del fuego, revelación que cambió por completo la vida humana. A la vez nos dejó otro desafío, quizás más importante aún para el devenir de la humanidad que el fuego: la regeneración de nuestros órganos y la esperanza de la inmortalidad. Éste es sin lugar a dudas un desafío para nuestro milenio. Merece la pena bajar del Olimpo y tratar de hacerle frente dentro del laboratorio científico.