Especial: Lo mejor del año

El director general del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares y del Instituto Cardiovascular Mount Sinai de Nueva York, Valentín Fuster, repasa para El Cultural algunos hitos científicos de este año y nos da los ingredientes para abordar la ciencia del año que entra.

Sí. 2013 ha sido un año de crisis en España y negarlo sería mirar para otro lado. Pero siempre me ha gustado ver las crisis como oportunidades y, en concreto en el campo de la ciencia, este año tenemos numerosos ejemplos de que esta visión no está desencaminada. Más allá del campo de la biomedicina, España ha destacado por méritos propios pese a la escasez de recursos, lo que debería hacer reflexionar a las personas encargadas de establecer los presupuestos. Este mismo mes, el paleontólogo Juan Luis Arsuaga publicaba en Nature el ADN más antiguo de la humanidad jamás conocido, proveniente de un fósil de Atapuerca. Es un ejemplo de la excelencia de la ciencia en España, pero no es el único. En Estados Unidos, y en mi misma ciudad, Nueva York, Rafael Yuste dirige un importante proyecto para desentrañar los misterios del cerebro. En Europa se está llevando a cabo otro similar, también con importante participación patria. Españoles también había en el equipo que descubrió el bosón de Higgs y si alguien argumenta que se trata de científicos que han salido de España, que es verdad, yo les diría que su formación sí ha sido en la mayoría de los casos en territorio nacional. Sin salir de nuestras fronteras y ya en el ámbito de la biomedicina, el año 2013 ha sido también testigo de varios hitos. Desde el CNIO, que comparte el reconocimiento Severo Ochoa de organismos de excelencia con el centro que dirijo, se publicó en Nature un interesantísimo artículo sobre células pluripotenciales, en el que, por cierto, colaboraron investigadores del CNIC. Y en el propio Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares demostramos de forma significativa cómo la inversión en ciencia puede tener consecuencias directas en la mejora de la economía, algo que de nuevo han de tener en cuenta los políticos.



Lo hicimos con uno de los estudios que a mí me gusta definir como ‘joyas' de la investigación traslacional, ejemplos casi perfectos de cómo una ciencia muy básica puede acabar salvando miles de vidas en un periodo de tiempo mucho menos amplio del que pensamos. El estudio Metocard demostró que la administración de un antiguo fármaco muy barato -menos de dos euros- en las primeras horas del infarto, en la ambulancia, no solo mejora el pronóstico de estos enfermos, sino que supone un ahorro a largo plazo en costes farmacológicos y hospitalarios para las administraciones sanitarias. Es más que probable que en muy poco tiempo este trabajo -publicado en la revista Circulation- cambie la práctica clínica, algo a lo que debe aspirar cualquier investigación traslacional de relevancia. El estudio Metocard solo fue posible por dos razones: la tenacidad de los investigadores, que desarrollaron la hipótesis y trabajaron (trabajamos) para demostrarla. Otra, aún más importante, es la financiación que recibimos gracias a los fondos del Ministerio de Economía y Competitividad, una beca de investigación competitiva del CNIC y la distinción Severo Ochoa, obtenida en 2011, que han sido claves también para lograr llevar a cabo un ensayo de un coste elevado.



Así, la conclusión principal que hay que sacar de este 2013 que termina es que no nos podemos dejar llevar por el desánimo, pero tampoco debemos dejar de trabajar. Estimular la curiosidad científica desde las edades más tempranas, hacer ver a los políticos y encargados de presupuestos que la inversión en ciencia es positiva -y comunicarlo adecuadamente a través de una correcta divulgación científica- y, sobre todo, seguir estableciendo hipótesis e intentar demostrarlas, son mis recetas para un 2014 aún más productivo