Selfie del módulo Philae desde el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko

Desde la visita del Halley en 1986 se han sucedido las misiones espaciales a cometas. El caso de Rosetta supone un gran avance sobre las anteriores misiones ya que es la primera vez que una sonda orbita uno, el 67/P Churyumov-Gerasimenko, y también la primera ocasión en la que se posa sobre uno de estos bólidos. El módulo Philae perforará la corteza a través de su taladro SD2 con el fin de analizar químicamente su composición. Asistiremos a un espectáculo inédito: el despertar de un cometa.

"Se incendiará cuando, al acercarse el cometa al Sol, la temperatura supere el punto de sublimación de los hielos que lo componen, transformándose en gases -explica a El Cultural el geólogo planetario Francisco Anguita- . El aumento de volumen producido dará al proceso un cariz explosivo: los gases surgirán en géiseres y serán expulsados formando la cola cometaria".



Los investigadores de la ESA bucearán en la estructura y la composición del núcleo de 67/P, incluido el polvo que emitirá a medida que el cometa se acerque al Sol. Según Michael Kueppers, coordinador de las operaciones, se trata de uno de los bloques que formaron los planetas del sistema solar: "Los pequeños cuerpos, los asteroides y cometas, son los 'restos' que se quedaron de su formación hace 4,6 mil millones de años. Estos cuerpos pasan la mayor parte del tiempo lejos del Sol, por lo que en ese ambiente frío mantienen su estado original".



Para Anguita, las misiones a cometas son en cierto sentido investigaciones arqueológicas, viajes en el tiempo: "Los planetas son cuerpos rebosantes de energía, y por tanto en constante cambio. Los cometas, por el contrario, pasan casi toda su vida en una tumba helada. En los últimos años, estos fósiles nos han proporcionado datos claves, a menudo sorprendentes, sobre el nacimiento del Sol y su corte".



"El origen del agua en la Tierra es un tema clave -sentencia Kueppers-. Una hipótesis es que los cometas trajeron el agua en los primeros cientos de millones de años, cuando había más colisiones cósmicas que ahora. Por eso, Rosetta compara la composición del agua del cometa con la de la Tierra. Otro objetivo es entender en detalle cómo funciona la actividad del cometa".



La coordinación de la misión ha sido muy intensa. Las operaciones del descenso de Philae han sido realizadas por el LLC (Centro de Control del Lander) en Colonia y el SONC (Centro de Operaciones y Navegación) en Touluse. A su vez, estos centros comunican con el Centro de Control del Satélite en ESOC, Darmstadt, y el Centro de Operaciones Científicas en ESAC, Madrid. Sobre los pormenores del aterrizaje, el ingeniero de la ESA Miguel Pérez Ayúcar nos explica que el primer paso fue la selección del lugar preciso de aterrizaje. Tras alcanzar el cometa en agosto de este año se realizó una campaña de observaiones dedicada a caracterizar globalmente el cometa seguido de un estudio de unos diez emplazamientos. "La premura en el proceso es obligada -puntualiza Ayúcar- ya que el aterrizaje debe producirse a unas tres Unidades Astronómicas de distancia del Sol, a mitad de noviembre, cuando la actividad del cometa es aún débil. Más tarde será mucho más activo, por lo que imposibilitaría la operación".



Y es que no todos los cometas encierran el mismo tipo de información. Los que van precedidos por un número y una letra, como es el caso de 67/P, son los llamados cometas periódicos, que cada cierto tiempo visitan el Sistema Solar. Sus órbitras están aproximadamente en el mismo plano que la de los planetas y por ello, nos explica Francisco Anguita, se supone que forman parte del disco de material en cuya parte interior se formaron. Otros cometas, por el contrario, sólo han aparecido una vez en la historia. "Esto hace suponer que sus órbitas son muy grandes, por lo que tardan mucho en recorrerlas. Sus trayectorias no están en el mismo plano que las de los planetas. La mejor hipótesis sobre estos cometas aperiódicos es que provienen de una gran estructura esférica que rodea el Sistema Solar y que se denomina Nube de Ort".



Selfie del módulo Philae a 16 km del cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko

Durante su trayectoria de diez años Rosetta ha pasado tres veces por la Tierra y una por Marte tomando datos ininterrumpidamente. También ha pasado por dos asteroides (2867) Steins, un pequeño objeto de un diámetro de cinco kilómetros, y (21) Lutetia, de diez kilómetros. Además, ha observado el cometa Tempel 1 durante dos semanas, cuando la misión Deep Impact de la NASA disparó un proyectil en su núcleo. Los datos de Rosetta permitieron determinar la evolución de la nube de gas y polvo creado.



¿Podemos deducir de todos estos datos que los cometas pueden llegar a ser peligrosos? Para Anguita, todos los cuerpos situados en órbitas que corten a las de los planetas son potencialmente peligrosos: "El riesgo aumenta por la alta velocidad con la que llegan al interior del Sistema Solar. Hasta ahora, los cometas observados son cuerpos pequeños, de decenas de kilómetros de diámetro, pero deben existir también cometas gigantes, de cientos de kilómetros. Al menos, ésta es la mejor interpretación de algunos fenómenos que se observan en sistemas planetarios lejanos. Un impacto de uno de estos gigantes podría acabar con la Tierra".



Además del 67/P otros cometas nos han aportado abundante información de su composición y estructura. El Halley nos "contó" que algunos cometas contienen mucho polvo y poco hielo. En 2005, el Wild 2 proporcionó la mayor sorpresa al comprobar que contenía olivino, un mineral de alta temperatura que se creía exclusivo de los planetas. Según Anguita, los científicos planetarios creen que el mineral se generó en erupciones del inestable Sol primitivo. En el mismo año, el citado Temple 1 volvió a sorprender al mundo científico al comprobar que su superficie mostraba cráteres de impacto e indicios de vulcanismo, un rasgo inesperado, según el geólogo planetario, "en cuerpos que se suponen inactivos".



Así las cosas, y con estos fascinantes antecedentes, solo cabe preguntarse ya qué sorpresas nos tiene preparados el 67/P. Lo sabremos cuando los harpones de Philae penetren en su aún inexplorada superficie.