Óscar Fernández-Capetillo, en su despacho del CNIO.

Es uno de los científicos más relevantes para la revista Cell y uno de los grandes talentos del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas. Óscar Fernández-Capetillo estudia, con resultados clínicos y farmacológicos, la relación entre estrés replicativo, envejecimiento y cáncer.

El trabajo que Óscar Fernández-Capetillo (Bilbao, 1974) realiza en el CNIO se centra en explorar los mecanismos que tienen las células para reparar su ADN, ya que se sabe que estos resortes son claves para prevenir enfermedades asociadas al envejecimiento, incluyendo el cáncer. También trata de usar, junto a su equipo, ese conocimiento para el desarrollo de nuevos fármacos antitumorales. Y puede darle continuidad gracias a la reciente concesión de una Consolidator Grant del Consejo Europeo de Investigación y de aportaciones privadas procedentes de instituciones como el estadounidense Howard Hughes Medical Institue y la Fundación Botín. Fernández-Capetillo ha sido seleccionado recientemente por la revista Cell como uno de los investigadores jóvenes más relevantes del mundo.



-¿Cáncer y envejecimiento van de la mano?

-De momento, porque el cáncer es una enfermedad cuya frecuencia incrementa exponencialmente con la edad. Pero además, porque ahora sabemos que las razones que inician ambos procesos son compartidas. Tanto el cáncer como el envejecimiento se inician por lesiones en el genoma de nuestras células, localizadas en genes concretos en el caso del cáncer, y generalizadas en el caso del envejecimiento.



-¿Qué resortes biológicos podrían frenar este proceso?

-El primero el sentido común, que supongo que se puede llamar ‘resorte biológico'. Podemos tratar de limitar nuestra exposición a agentes que dañan el ADN, como la luz ultravioleta o el tabaco. Cuando el primero falla, hay que invocar a la ayuda. Por fortuna, la evolución nos ha dotado de un amplio repertorio de proteínas cuya función es la de reparar lesiones en el genoma. Pero incluso estos mecanismos no son perfectos, y es por lo que acabamos acumulando daño en nuestro ADN.



-¿Pueden sus trabajos tener una aplicación clínica inmediata?

-Inmediata no, cercana quizá. Algunos de nuestros hallazgos han derivado nuevos fármacos. Parte de mi trabajo es ayudar a trasladarlos a la clínica. En los años cincuenta, un médico podía coger gas mostaza y dárselo a un paciente de cáncer a ver si mejoraba la cosa. Ahora, los ensayos se hacen con mucho más cuidado, lo que hace que llevar un fármaco a la clínica cueste varios años. En nuestro caso ya hemos avanzado bastante, y, aunque al principio me parecía una quimera, cada vez veo más cerca que nuestras ideas puedan llegar a los pacientes.



-¿Qué sinergias existen entre sus estudios y la industria farmacéutica?

-Uno de nuestros trabajos, en colaboración con el Programa de Terapias Experimentales del CNIO, consistió en el desarrollo de un nuevo fármaco con propiedades antitumorales. Esto atrajo el interés de algunas compañías.



-¿Cómo se materializó su relación con la farmacéutica Merck?

-Por desgracia, los costes asociados a poner un fármaco en la clínica son inasumibles para un entorno académico. Estamos hablando de cientos de millones de euros. Así, a día de hoy, la única manera de conseguir que un fármaco nacido de un laboratorio como el nuestro llegue a los pacientes es licenciándolo a una gran empresa que crea en el proyecto lo suficiente como para asumir su elevado coste. Eso es precisamente lo que conseguimos con Merck.



-¿Cree que el estudio del cáncer debe ser multidisciplinar, o sea, abordarlo desde distintas áreas científicas?

-Ya lo es. En el CNIO convivimos informáticos, farmacéuticos, veterinarios, médicos, biotecnólogos, físicos, químicos orgánicos… Y es la norma en la actualidad. Sólo desde enfoques multidisciplinares es desde dónde se dan grandes zancadas que abren nuevos campos y no pequeños pasos especializados.



-¿Ve lejana la posibilidad de que llegue a convertirse en una enfermedad crónica?

-No, tengo la esperanza de que mi generación pueda llegar a ver una cronificación o curación de la mayoría de los tumores. Aunque esto demande 20 ó 30 años más, el cáncer nos acompaña desde que el hombre es hombre, así que pensar en términos de décadas es hablar de algo muy "cercano".



-¿Cómo ve el sistema de investigación en España en estos momentos?

-Con preocupación. Durante unos años vivimos la ilusión de que podríamos unirnos al grupo de cabeza, pero en cuanto llegaron las curvas económicas somos uno de los colectivos que se dejó caer a plomo. Sin embargo, la preocupación principal no está en mi generación, ni en los grupos ya consolidados, sino en la falta absoluta de oportunidades que hay para la gente joven que quiere empezar su grupo ahora.