El rover Curiosity durante una de sus prospecciones en Marte. Foto: NASA
Los problemas financieros del proyecto Mars One, que pretende iniciar la colonización de Marte a partir de 2024, y la selección de dos españoles para el viaje de no retorno ha puesto de actualidad la habitabilidad del planeta rojo. El geólogo planetario Francisco Anguita analiza su viabilidad tomando en consideración el ciclo solar y los rayos cósmicos.
Un huracán de partículas
Parecería que ésta es una buena noticia para los viajeros espaciales: menos actividad del Sol significa menos viento solar, el flujo de protones que baña el espacio entre los planetas, y de cuyos efectos mutágenos (derivados de su capacidad de romper enlaces en las moléculas de nuestras células) nos protegen la atmósfera y el campo magnético. Sin embargo, los enemigos más peligrosos de los astronautas no son los protones solares, sino los rayos cósmicos, un huracán de partículas superenergéticas que llegan desde las grandes fábricas de energía de la galaxia (las supernovas, o el agujero negro que habita en su centro) y que puede incluir hasta núcleos de hierro, unas 600 veces más dañinos que los protones en virtud de su muy superior carga eléctrica. Cada segundo que pase en el espacio, el cuerpo de un astronauta será atravesado por unos 5.000 núcleos atómicos.
¿Por qué la pereza del Sol es una mala noticia para viajeros espaciales? Esta baja actividad significa también un campo magnético solar menos intenso. Y el gran campo solar es el paraguas, superpuesto al campo magnético terrestre, que protege a los planetas de los rayos cósmicos. A causa de la baja actividad del Sol, la dosis media de radiación cósmica en el espacio ha aumentado un 20% desde 1995, y sigue creciendo. Si continúa al ritmo actual, en 2020 se calcula que el tiempo máximo de permanencia segura en el espacio (que la NASA define como el aumento de un 3% en el riesgo de contraer cáncer) será de menos de un año.
La duración típica del viaje a Marte es de seis meses, así que los astronautas viajarían sin márgenes de seguridad. Las reacciones a esta noticia han sido variadas. Robert Zubrin, que preside la Mars Society, un grupo de entusiastas de la colonización del planeta rojo, argumenta que la radiación sigue siendo una parte pequeña de los riesgos de una misión a Marte. Y hay que suponer que la empresa que está tras Mars One, el proyecto privado que pretende colonizar Marte a partir de 2024, será igual de optimista. Pero los expertos en medicina espacial no lo ven tan claro, especialmente porque no existe un modelo para los efectos de la exposición continuada a dosis medianas de radiación, quizás no comparables a las exposiciones cortas pero muy intensas sufridas en accidentes nucleares. La respuesta inmediata ante la escalada del riesgo sería aumentar la protección en los vehículos espaciales: el problema es que ninguno de los teóricos escudos es técnicamente viable.
Recubrir las naves con materiales que absorban la radiación, como agua o polietileno, supondría añadirles una masa mínima de 500 toneladas. Escudos de energía, como un campo magnético generado en la propia nave, son también utópicos, ya que sería necesario un campo 600.000 veces mayor que el terrestre. Se desconocen los efectos que para el ser humano tendría el pasar meses sometido a un magnetismo tan descomunal. La mejor esperanza para una protección eficaz es conseguir medicación que repare los efectos de la radiación, que incluyen, además de cáncer, posibles daños cerebrales. Y cada vez suenan más voces a favor de viajes sin retorno. Esta reducción a la mitad del tiempo de exposición al ambiente espacial es sin duda un factor positivo; pero el problema se traslada a Marte.
Un alto flujo de protones
Desprovisto Marte de una atmósfera apreciable que frene el viento solar, y de un campo magnético que lo desvíe, los hipotéticos colonos se enfrentarían a niveles de radiación muy peligrosos. La mejor estimación actual, obtenida del contador de radiación de la sonda Curiosity, indica que una estancia de 500 días en Marte (que es el periodo mínimo para una órbita adecuada de retorno a la Tierra) implicaría un tercio de la radiación máxima aceptable para toda la vida. Si, como precaución ante los rayos cósmicos, el viaje se planifica en una etapa de gran actividad solar, el flujo de protones sobre Marte sería muy alto, lo que aumentaría el riesgo. Tanto los módulos habitables como los vehículos de exploración deberían por ello contar con una protección específica contra la radiación. En cualquier caso, la base tendría que ser subterránea; la posibilidad de utilizar cavidades naturales, como tubos volcánicos, se ha apuntado como una solución. Una solución parcial, ya que no tiene sentido viajar a Marte para permanecer encerrado bajo tierra. Habrá que confirmar y completar los datos de Curiosity, pero ya es evidente que mantenerse sano en Marte es una empresa tan complicada como cara.
¿Significa esto un punto final para la idea de la exploración espacial? Muchos científicos se empiezan a plantear seriamente esta cuestión, especialmente en vista del excelente comportamiento de las sondas automáticas. Es posible que nuestro futuro esté en las estrellas, pero tal vez esa frontera esté vedada a los sistemas biológicos. Hay que reconocer además que a la gran mayoría de los potenciales viajeros al espacio no les mueve la ciencia, sino el afán de aventura. ¿Justifica la sed de aventura (o el orgullo nacionalista) estas empresas multimillonarias? El ambiente económico y científico parece responder no, a la vez que los viajes espaciales (Interstellar como último ejemplo) se convierten cada vez más en un elemento de nuestra cultura. Pero tal vez los fanáticos del espacio tengan que contentarse con el turismo espacial. Eso, si son millonarios; si no lo son, James Cameron anuncia inagotables secuelas de Avatar...