Se nos ha ido Stephen Hawking, tan increíble ejemplo de lucha titánica contra la limitación humana que se le presentó bruscamente en forma de ELA cuando sólo tenía 21 años y estudiaba en Oxford, esa terrible enfermedad que provoca la degeneración progresiva de los nervios que controlan los movimientos musculares voluntarios. Los médicos le advirtieron entonces que no viviría lo suficiente para acabar su doctorado, pero él hizo frente a ese destino durante 55 años de discapacidad creciente que fue destruyendo poco a poco su cuerpo, pero dejando intacto su cerebro. En 1985 sufrió una neumonía de tanta gravedad que los médicos llegaron a decir a su mujer que no valía la pena mantener encendida la máquina de soporte vital. Ella no les hizo caso y él se salvó gracias a una traqueotomía que salvó su vida pero se llevó su voz. Desde entonces y en su silla de ruedas, sólo podía hablar mediante un ordenador que sintetizaba su voz y él controlaba moviendo un dedo, más tarde con la vista, para elegir las palabras que desfilaban por una pantalla. En esas condiciones extremas, llegó a producir una obra científica que estaría entre las más grandes del último siglo.
Al graduarse en física en 1962, mientras empezaba a sentirse algo torpe de movimientos, decidió trasladarse a Cambridge para hacer investigación. Su buen ánimo se sintió estimulado al conocer a Jane Wilde y enamorarse de ella. "Aunque había una nube sobre mi futuro, descubrí que estaba disfrutando de la vida más que antes", explicaba el propio Hawking. "Empecé a avanzar en mi investigación". Se dedicó con más fuerza a su trabajo pues necesitaba dinero, ya que Jane y él habían decidido casarse. Tuvieron tres hijos.
Sus temas de investigación fueron las grandes incógnitas que plantea la observación del universo, sobre todo la búsqueda de una teoría que consiguiera englobar o unificar la Gravitación y la Física Cuántica, necesaria para entender los primeros instantes del big bang, el principio del tiempo, los agujeros negros y las condiciones iniciales del universo que le permitieron llegar a su estado actual. Su obra seguirá siendo importante hasta mucho después de su muerte, pues llevará tiempo comprender todas su consecuencias.
Llegó a tener una gran popularidad, el único científico capaz de competir con Einstein como icono de esta época y de ser reconocido y admirado por millones de personas que encuentran demasiado abstractas sus ideas para poder comprenderlas. Su libro Breve historia del tiempo fue traducido a 45 idiomas y se vendieron más de diez millones de ejemplares. Además apareció en varias películas y series de TV y fue protagonista de un episodio de Los Simpsons.
Al considerar su impresionante obra, no deberíamos hacerlo por separado de sus trágicas circunstancias. Del examen global de su persona, surgen varias líneas de reflexión, motivadas por los grades éxitos de una mente humana en condiciones tan difíciles. ¿Hasta dónde puede llegar el poder de la razón? Si estamos de acuerdo en que la valoramos demasiado en el siglo XIX al considerarla puramente en sí misma, desconectada de los demás aspectos del pensamiento, ¿no estaríamos equivocándonos ahora al desconfiar tanto de ella? Si la respuesta a la última pregunta es afirmativa podemos preguntarnos si es hoy posible un pensamiento fuerte que sea adecuado para analizar la realidad del mundo de hoy, mediante una vía intermedia que use la razón sin olvidarse del sujeto. ¿No sería esa la única manera de enfrentarse con éxito a la globalización? Son preguntas importantes que debemos abordar. Nos va mucho en ellas.
Antonio Fernández-Rañada (Oviedo, 1939)
es Catedrático de Física