Pigmento de lapislázuli atrapado en el cálculo dental de la mandíbula inferior de una mujer medieval. Foto: Christina Warinner
El lapislázuli incrustado en la placa dental calcificada de una mujer del Medievo sugiere que podría tratarse de la primera escribana y pintora de manuscritos iluminados jamás encontrada. Este hallazgo no solo desafía la creencia de que únicamente los hombres ilustraban esos textos, sino que también revela la sorprendente historia de una mujer religiosa que vivió en la Alemania rural hace más de 900 años.
Hasta ahora, este desempeño artístico había sido exclusivamente asociado a los hombres de la época. Sin embargo, según informa la Agencia Sinc, un estudio publicado en Science Advances sugiere que las mujeres de antaño también pudieron participar de manera activa en la elaboración de estos manuscritos.
Este nuevo planteamiento histórico se apoya en el hallazgo de pigmentos de lapislázuli -un mineral de color azul intenso empleado en pintura y ornamentación- incrustados en la placa dental calcificada de la mandíbula de una mujer enterrada hace más de 900 años, que ha sido encontrada y analizada por los investigadores del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana (Alemania) y la Universidad de York (Reino Unido), entre otros.
Según afirman los expertos, este descubrimiento inesperado de un pigmento tan valioso y tan temprano en la boca de una mujer del siglo XI en la Alemania rural no tiene precedentes, pues podría ser un indicio directo de la implicación de la mujer en la creación de estos manuscritos.
La placa dental fue hallada en 2014 en un antiguo cementerio de un monasterio medieval de mujeres religiosas localizado en Dalheim, Alemania central. Aunque son pocos los registros que quedan de este monasterio, se estima que esta comunidad de mujeres se formó durante el siglo X.
Los primeros escritos conocidos del monasterio datan de 1244 d.C. y sugieren que albergó aproximadamente 14 mujeres desde sus inicios, hasta que fue destruido en un incendio durante una batalla en el siglo XIV.
Sergún explica a Sinc Christina Warinner, principal autora del estudio del Instituto Max Planck, casi ningún elemento del monasterio sobrevive en la actualidad. "Sin arte, sin libros, casi sin artefactos. Incluso el edificio está en gran parte destruido. Todo lo que queda hoy es un cimiento de piedra, un peine roto y un cementerio", comenta la investigadora.
Warinner y su equipo comenzaron a analizar los restos encontrados en el cementerio con el fin de investigar los hábitos alimenticios y el estado de salud de las personas en la edad media. Las primeras observaciones estimaron que esta mandíbula pertenecía a una mujer que se encontraba entre los 45 y 60 años de edad en el momento de su muerte, que tuvo lugar entre 1000 y 1200 d.C. Además, no se identificó ninguna patología en el esqueleto, ni evidencias de trauma o infección en el cuerpo. Sin embargo, al estudiar más a fondo los restos comenzaron a observar que esta mujer tenía más historia que contar.
La historia de una dentadura peculiar
La colíder del estudio, Anita Radini, de la Universidad de York, recuerda que fue "una verdadera sorpresa ver cómo, a medida que el cálculo se disolvía, este liberaba cientos de pequeñas partículas azules"."Descubrimos el pigmento azul en el cálculo dental por accidente. En realidad estábamos realizando un estudio dietético y buscando granos de almidón y polen. Una vez que lo encontramos, tratamos de identificar lo que era, y luego, lo que significaba", añade Warinner.
Vista ampliada de las partículas de lapislázuli incrustadas en el cálculo. Foto: Monica Tromp
Mediante varias técnicas se pudo determinar que estas partículas provenían del lapislázuli. "Examinamos muchos escenarios posibles en los que este mineral podría haberse incrustado en el cálculo (sarro y placa acumulados en los dientes y fosilizados con el paso del tiempo) de los dientes de esta mujer", comenta Radini."Basándonos en la distribución del pigmento en su boca, concluimos que lo más probable era que ella misma estuviera pintando con el pigmento y lamiendo el extremo del pincel mientras pintaba", afirma la coautora del estudio, Mónica Tromp del Instituto Max Planck.
En definitiva, esta podría ser "una evidencia directa de una mujer, no solo pintando, sino empleando un pigmento muy raro y caro, y en un lugar muy apartado. Su historia podría haber permanecido oculta para siempre sin el uso de estas técnicas y me hace preguntarme cuántos otros artistas podríamos encontrar en los cementerios medievales si miráramos con más atención", según nos explica Warinner.
El ultramarino, un pigmento tan codiciado como el oro
El pigmento lapislázuli, también conocido como pigmento ultramarino, fue uno de los materiales artísticos más caros de la Edad Media europea. Molido y refinado a partir de la piedra lapislázuli, el color se utilizó para representar los cielos y las vestiduras de la Virgen María. El empleo de este pigmento y su piedra, junto con el del oro y la plata, fue reservado a los más expertos. "Solo se les habría confiado su uso a los escribanos y pintores con una habilidad excepcional", señala Alison Beach, historiadora del proyecto e investigadora de la Universidad Estatal de Ohio (EE UU).Desde su origen en las minas de Badakhshan en Afganistán, el lapislázuli se comercializaba por tierra a ciudades del Levante y Egipto, desde donde se enviaba a Venecia, el principal puerto de entrada a Europa. Teniendo en cuenta estos datos históricos, los expertos deducen que el lapislázuli analizado en este estudio viajó más de 6.000 kilómetros para llegar hasta su destino final, en aquella pequeña comunidad religiosa de mujeres en Alemania.
"Esta mujer estaba conectada a una vasta red comercial global que se extendía desde las minas de Afganistán hasta su comunidad en la Alemania medieval, pasando por las metrópolis comerciales del Egipto islámico y la Constantinopla bizantina. La creciente economía de la Europa del siglo XI despertó la demanda del precioso y exquisito pigmento que viajó miles de kilómetros a través de caravanas y barcos de comerciantes antes de servir a la ambición creativa de esta mujer artista", explica el historiador y coautor Michael McCormick, de la Universidad de Harvard.
Aunque es sabido que Alemania fue un centro activo de producción de libros durante ese periodo, ha sido particularmente difícil para los historiadores identificar las contribuciones de las mujeres por aquel entonces. En gran parte esta compleja búsqueda se ha debido principalmente a la ausencia de la firma de los artistas que omitían su nombre en las obras como signo de humildad. "Ahora podemos tener una nueva manera de identificar a los artistas en el registro arqueológico. Sospecho que esto puede dar lugar a bastantes sorpresas sobre la historia del arte, tanto en la Europa medieval como en otros lugares", concluye Warinner.