Cuando Margarita Salas (Canero, Asturias, 1938) quiso registrar su polimerasa en 1989, en España se encogieron de hombros. “Me fui al CSIC a ver cómo se patentaba porque no tenía ni idea, y ellos tampoco estaban muy puestos”, recuerda a Sergio Ferrer, de la agencia Sinc. Treinta años más tarde, aquella patente es la más rentable de la historia del CSIC: entre 2003 y 2009, más de la mitad de los royalties obtenidos por la institución fueron gracias a la bioquímica asturiana y su descubrimiento, que permite amplificar el ADN y por ello tiene enormes aplicaciones en biotecnología.
Salas recibió este lunes en Viena el premio al Inventor del año 2019, entregado por la Oficina Europea de Patentes, en dos categorías: logro de una vida y voto popular. Se trata de un doblete nunca antes visto en los 14 años de historia del galardón.
“Estoy muy emocionada y me siento muy honrada de haber conseguido el premio”, asegura. “Ser finalista ya era un reconocimiento, pero que encima te lo den es el no va más”.
Salas es una defensora férrea de la ciencia básica y se declara “muy contenta” del récord que ostenta su patente. “El hecho de que a partir de una investigación básica, que es la que yo siempre he hecho, salga una aplicación biotecnológica de tanta importancia, es muy gratificante”.
La bioquímica no puede dejar de citar al premio Nobel Severo Ochoa, que fue su mentor. “Decía que hay que hacer investigación básica de calidad y dejar al investigador libertad para hacerla, porque de ella saldrán resultados prácticos que no son previsibles a priori pero que serán en beneficio de la sociedad”.
Esa imprevisibilidad define el descubrimiento de Salas, cuya importancia nadie podía prever. “Cuando empezamos a trabajar con el fago phi29 no teníamos ni idea de lo que podía dar de sí. Nadie podía”. Este virus contiene una proteína, llamada polimerasa, capaz de amplificar muestras pequeñas de ADN hasta permitir su análisis. Sin ella, la secuenciación genómica no habría revolucionado el mundo. Tampoco existirían series como CSI.
Esfuerzo, paciencia e imaginación
A sus 80 años, Salas todavía va al laboratorio cada día, divulga su trabajo y todavía tiene tiempo de asistir a eventos como el organizado hoy en Viena. “Yo creo que no debe haber jubilación para un científico. Si quiere, que se retire, pero si no quiere y está en buenas condiciones, ¿para qué? Tiene toda la experiencia que dan los años y puede producir mucho”.
Por ello asegura que su modelo es la neuróloga italiana Rita Levi-Montalcini, fallecida en 2012. “Murió con 103 años y con 100 iba todos los días al laboratorio. Decía que lo importante no era no tener arrugas en la cara, sino no tenerlas en el cerebro. Yo a veces digo en broma que de mayor quiero ser como ella”.
La importancia científica del trabajo de Salas contrasta con su anonimato para buena parte de la población española, incapaz de nombrar a un solo científico. Aun así, asegura que el panorama está cambiando: “Ya me empiezan a reconocer por la calle de vez en cuando”.
La investigadora aprovecha la ocasión para alertar de la situación de la ciencia española, que considera “al límite” por la “paupérrima” inversión. “En España hacemos milagros, porque hay muy buena investigación a pesar de la poca financiación que hay”, asegura.
Salas considera que una de las características de un buen científico, junto con el esfuerzo y la paciencia, es la imaginación. Por eso lamenta que la universidad española no enseñe a pensar. “Cuando vine de Estados Unidos en 1967 con mi marido, que también era científico, introdujimos la biología molecular en España y la enseñábamos desde un punto de vista experimental, no como un abc que aprenderse de memoria”.
Un rompeolas español
Salas no era la única española nominada este año. El ingeniero Antonio Corredor y su compañero Carlos Fermín competían en la categoría de Industria por su desarrollo de un nuevo tipo de diques rompeolas más eficientes y duraderos, que ya se están probando en países como Argelia, Dinamarca y España.
El invento, denominado Cubipod, añade unos salientes especiales a los cubos tradicionales para mejorar el resultado y reducir la erosión.
El galardón de Industria, sin embargo, ha ido a parar a manos de los austríacos Klaus Feichtinger y Manfred Hackl por su sistema de reciclado de plásticos.
En la categoría de Investigación el ganador ha sido el inmunólogo Jérôme Galon (Francia) por su herramienta de diagnóstico, que permite evaluar el riesgo de recaída en pacientes de cáncer.
En la categoría PyME el galardón ha ido a parar a manos del holandés Rik Breur, que ha desarrollado una envoltura antiadherente para barcos, inspirada en los erizos de mar, mucho menos tóxica que las pinturas que se utilizan hoy.
Por último, en la categoría para países invitados, no pertenecientes al territorio europeo, el ganador ha sido Akira Yoshino (Japón), el padre de las baterías de ion-litio que alimentan nuestros móviles, tabletas y ordenadores.
Los premiados han sido escogidos mediante un jurado independiente para las cinco categorías principales. Además, el premio popular ha sido votado online por el público.