Faltaban diez minutos para la pérdida de la señal al pasar la nave al otro lado del horizonte lunar y hacerse invisible a la Tierra cuando la tripulación recibió desde Houston el Go for LOI, la indicación que les decía que pronto iban a quedar confinados en torno al nuevo mundo al que habían llegado.
–Apolo 11, aquí Houston. Todos vuestros sistemas siguen en orden al doblar la esquina. Os vemos al otro lado. Cambio– les informó el Capcom refiriéndose así al momento en el que dejarían de ser visibles para la Tierra y, por tanto, para el MOCR [Sala de Control de Operaciones].
El tirón gravitacional de la Luna había hecho aumentar la velocidad del CSM/LM [Módulo de Mando/Módulo Lunar Eagle] hasta algo más de 2,3 km/s cuando solo 572 km lo separaba de la superficie del satélite en el momento en que pasó al otro lado del horizonte. La señal se perdió con apenas un segundo de diferencia con lo predicho desde Houston. La extraordinaria precisión con la que se dio la interrupción de las comunicaciones era siempre motivo de admiración para las tripulaciones. El efecto dramático de la primera desvinculación total del mundo del que procedían añadía un carácter providencial a aquella exactitud que tenía el poder de transmitir sin palabras a la tripulación un sentimiento de seguridad acerca del hecho de que los equipos de ingenieros en la Tierra que vigilaban sus pasos sabían lo que estaban haciendo.
Hacía unos minutos que el conjunto CSM/LM había dejado de volar dentro de la sombra proyectada por la Luna y, una vez que había salido el Sol para ellos, tanto la nave como la superficie que sobrevolaban volvían a bañarse de luz. Ya fuera de cualquier tipo de ayuda o de supervisión exterior, la tripulación continuaba revisando todo a bordo y ejecutando los pasos previos al encendido. Mientras, se esforzaban por no distraer la vista hacia el mundo arcano y paciente cuyo influjo invisible y desinteresado seguía curvando su trayectoria hasta atraerlos a tan solo algo más de cien kilómetros de su superficie, momento en el que se iniciaría el proceso por el que quedarían anclados voluntariamente a sus dominios.
A pocos segundos de la ignición, Armstrong exhortaba a su tripulación a no mirar a la Luna, para luego emitir un escueto “proceder” cuando el verbo 99 de la computadora preguntó por última vez a los tripulan tes del Apolo 11 si deseaban continuar con la ejecución del encendido, como si la máquina necesitara confirmar con perplejidad si estaban seguros de lo que hacían.
–Encendido –anunció Armstrong cuando se produjo la ignición en el momento preciso–. Todo en orden.
[…] Parece casi imposible que la empresa lunar pudiera forjarse con semejante capacidad computacional, especialmente cuando la comparamos con dispositivos que hoy en día tenemos a nuestro alcance y que usamos diariamente, cuyas capacidades superan en órdenes de magnitud a la de una computadora de a bordo en una nave espacial Apolo. […] Las comparaciones con modernos relojes de pulsera y teléfonos inteligentes no pueden ser más injustas con la realidad de un instrumento con el que, efectivamente, no se podía hablar con Siri ni cazar Pokémons, pero que, al contrario de todos los modernos artilugios de los que nos vanagloriamos, no podía fallar ni quedarse colgada. Desde el primer vuelo guiado no tripulado del Apolo-Saturno 202 en agosto de 1966 hasta la misión Apolo-Soyuz en julio de 1975, pasando por todas las misiones lunares y en órbita terrestre, incluidas las tres misiones SkyLab, ninguna computadora ni su software de vuelo fallaron una sola vez en ninguna de ellas. Esto exhorta a la pregunta clave cuando se compara a la AGC [Computadora de Guiado Apolo] con los dispositivos modernos de enorme capacidad de procesamiento y memoria con los que cazamos Pokémons: ¿en manos de qué artilugio pondría alguien su vida de forma ininterrumpida durante dos semanas? […]
–¡Precioso, precioso, precioso, precioso! –exclamó Collins con júbilo–. Hola, Luna, ¿qué tal la cara oculta?
Durante el encendido, uno de los tanques de nitrógeno, utilizado para presurizar las válvulas que permiten el paso del combustible y del oxidante a la cámara de combustión, había registrado una pérdida de presión de unos 150 psi, cuando lo normal era que solo se hubiera reducido en 50 psi tras la maniobra. No se trataba de un problema grave. El sistema de presurización con nitrógeno era redundante, el valor de presión estaba aún lejos de su valor mínimo de operación, y la pérdida se detuvo al cerrarse las válvulas una vez que cesó la maniobra. Serían informados de ello más tarde, cuando Houston pudiera inspeccionar los datos de la nave que esta transmitiría cuando se restablecieran las comunicaciones.
Mientras, el silencio era casi total en el MOCR, solo interrumpido por alguna conversación, breve y aislada, entre los controladores, que los rescataba de la planificación que todos hacían mentalmente, anticipándose a los posibles escenarios a los que podrían tener que enfrentarse una vez que se recobrara la comunicación con el CSM/LM cuando este hiciera su aparición por encima del horizonte lunar. Algunos sentados y otros de pie junto a sus consolas, esperaban con tensión la adquisición de la señal, el AOS, que sabían que debía producirse a las 76 horas, 15 minutos y 29 segundos si el LOI-1 [Inserción en Órbita Lunar] se daba a la perfección. Cualquier otro tiempo significaría que habría habido algún tipo de problema. Mientras tanto, a bordo, en contraste con la espera tensa en el MOCR producto de la incertidumbre, la tripulación, relajada después de un LOI-1 sin incidentes, se disponía a maniobrar la nave a una orientación más favorable para observar la Luna en su cara oculta y contemplar la Tierra cuando hiciera su aparición más tarde, al asomarse por encima del horizonte lunar en el primer amanecer terrestre que sus ojos contemplarían por fuerza desde otro mundo. Los tripulantes del Apolo 11 se regocijaban en el paisaje lunar como niños que miran a través de una ventana el interior de una tienda de juguetes. Entre ellos solo se sucedían las frases de admiración, abrumados ante la extraña belleza, cautivadora, del paisaje que contemplaban, ante los enormes cráteres que se sucedían, cada uno más grandioso que el anterior o ante los picos y elevaciones del terreno que en aquel instante resultaban amenazadoramente grandes.
Al igual que apreciaron los tripulantes del Apolo 10, la Luna les pareció marrón a los tres; “tostada”, con más precisión según Armstrong, llegando incluso a teñirse de algún tono levemente rosado oscuro para Collins. El color de la Luna visto en las distancias cortas había originado un pequeño debate amistoso entre las tripulaciones de las dos misiones que la habían visitado hasta entonces y ambas esperaban con revancha que el 11 emitiera el fallo que inclinara la balanza a favor de unos u otros. Sin embargo, la disputa quedaría sin vencedores ni vencidos. El color predominante de la superficie les parecía variar con el ángulo de incidencia de la luz solar, y los tres también coincidieron en que cuando la vieron de cerca por primera vez estando el Sol bajo en el horizonte, el color exhibido por la Luna fue, sin duda, gris, el único color que observaron los tripulantes del Apolo 8. La tripulación volvería a comentar el color del satélite en otras ocasiones mientras lo orbitaran, sin que el veredicto se viera modificado por futuras observaciones.
Transcurrían los minutos hipnotizados por las vistas desde su privilegiado balcón y se preguntaban unos a otros cuánto tiempo quedaba para la adquisición de la señal, como si ninguno de ellos quisiera que ese momento llegara nunca para no ser despertados de aquella experiencia casi onírica.
Y entonces, otra esperada aparición entró en escena.
–¡Ahí está, ya sale! – Aldrin interrumpió los comentarios a bordo acerca de si daría tiempo a que se completara la maniobra de cabeceo que había iniciado Collins para conseguir la orientación deseada en el AOS.
–¿Qué?– preguntó un Collins distraído.
–La Tierra. ¿La veis? –contestó Aldrin sin separar la mirada de aquel objeto familiar que para ellos se elevaba majestuosamente por primera vez por encima del horizonte escarpado y abrupto de otro mundo.
–Sí –afirmó Collins, atónito, sin poder apartar tampoco su vista de ella–, preciosa.
Extracto del capítulo "Inserción en órbita lunar" del libro "Apolo 11. La apasionante historia de cómo el hombre pisó la Luna por primera vez" (Crítica)