El placer es nuestro
¿Cuál es su utilidad, por qué ha evolucionado? El psicobiólogo Ignacio Morgado analiza qué activa la producción de endorfinas
17 julio, 2019 18:10Los humanos somos buscadores permanentes de placer. Igual que otras muchas especies animales, lo podemos conseguir de muchas maneras: bebiendo, comiendo, descansando, calentando o enfriando nuestro cuerpo, con masajes y caricias, aliviando cualquier dolor o malestar somático y satisfaciendo motivaciones sexuales.
Pero, a diferencia de otras especies, lo podemos obtener también mental e intelectualmente. Así, el desarrollo de la corteza cerebral humana nos permite disfrutar del amor y la compañía de nuestros familiares y amigos, del arte, la música y la ciencia, del éxito en nuestras relaciones sociales, de logros en el trabajo o la economía, de la naturaleza y los paisajes naturales, de competiciones deportivas, o de bromas, diversiones y juegos en general. Igualmente lo podemos disfrutar anticipadamente, imaginando lo bien que nos sentiremos cuando estemos de vacaciones, cuando consigamos el puesto de trabajo al que aspiramos, si nos tocara la lotería o recreando en nuestra mente la imagen de un pollo asado cuando estamos hambrientos. Desgraciadamente, el hacer daño al prójimo, o a los animales, también puede formar parte de nuestro repertorio humano placentero.
El placer resulta de la activación de un buen número de estructuras cerebrales mediante sustancias químicas como las encefalinas y endorfinas, producidas en el mismo cerebro. Pero, ¿Cuál es su utilidad, por qué ha evolucionado? El placer sirve antes que nada para controlar la conducta motivada, pues lo que hace que dejemos de comer o beber suele ser más el dejar de sentir placer al hacerlo que el dejar de sentir hambre o sed. Generalmente comemos y bebemos más de lo que necesita nuestro organismo. Abusamos a veces de los placeres porque son el medio por el que la naturaleza nos induce a conseguir preventivamente más nutrientes de los que necesita nuestro cuerpo y evitar de ese modo que pudiéramos caer en la enfermedad o la inanición. Otra cosa que hace el placer es ayudarnos a tomar decisiones. Así, el anticipar mentalmente la emoción y el placer de conseguir adelgazar y sentirnos con más salud y mejor aspecto y forma física puede influir en la decisión actual de restringir el consumo de calorías, es decir, en dejar de comer hamburguesas y pasarnos al pescado y las ensaladas.
Administrar estímulos placenteros tras aquellas conductas que queremos potenciar es también un poderoso medio para modular o cambiar el comportamiento de las personas. Es precisamente lo que hace el padre cuando, para que su hijo estudie más, le compra un balón de futbol tras sacar una buena nota en un examen. Es también lo que hacemos muchas veces al darle la razón en voz alta a quien acaba de opinar de un modo que compartimos o nos favorece. Los placeres son reforzadores que permiten mejorar el aprendizaje al convertir la conducta aprendida en un instrumento para conseguir premios. Son, por tanto, un modo muy eficaz utilizado por maestros y educadores para generar aprendizajes consistentes en sus alumnos.
El placer, en definitiva, es un importante componente de los procesos mentales que determinan el comportamiento y el bienestar de las personas. Quienes, por herencia, enfermedad o envejecimiento, ven disminuida su capacidad de sentir placer tienen también disminuida su calidad de vida. Disfrutar y sentir el placer de comer cuando las necesidades energéticas del cuerpo lo requieren es algo necesario y biológicamente establecido. Muchos placeres incentivos, como los de naturaleza básicamente intelectual, pueden tener también un papel beneficioso para el bienestar corporal y mental de las personas, pues disminuyen el estrés y están en el origen de las motivaciones que nos impulsan a comportarnos del modo conveniente para no dañar el organismo. Necesitamos sentir placer para estar bien, es decir, para tener bienestar somático y mental, además de ganas de vivir.
Ignacio Morgado es catedrático de Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona
y autor del libro Deseo y placer, publicado por Ariel.