El verano es tiempo de libertad, salir a la calle, paseos, playa, disfrutar del paisaje y observar a la gente que nos cruzamos y nos llama la atención. Unas personas nos atraen más que otras, por cómo visten, lo que dicen, lo que hacen o, simplemente, por su aspecto físico. Veamos una especial razón para esto último.
A Charles Darwin le obsesionaba la impresionante cola del pavo real, pues su teoría de la selección natural no explicaba cómo había podido evolucionar una característica que más que una ventaja evolutiva parecía un defecto que entorpece el movimiento y la conducta del animal. En un ambiente natural y con esa cola, el majestuoso macho pierde posibilidades de huir ante la presencia de un depredador. La cola no parece entonces adaptativa.
Pero el gran naturalista inglés encontró una explicación para la misma en la llamada selección intersexual, el mecanismo de elección de pareja que hace que los individuos de un sexo desarrollen características especiales para atraer a los miembros del sexo opuesto. Así, cuanto más vistosa y llena de 'ojos' es la cola del pavo real macho, mayor atractivo e incitación sexual sienten las hembras por el mismo, y cuanto mayor es el número de "ojos" de su cola, mayor salud y capacidad reproductiva tienen los machos, por lo que la hembra, al sentirse atraída por una cola rica en "ojos", lo que en realidad está eligiendo, sin saberlo, es un macho que le garantice una descendencia sana, con capacidad de supervivencia. La razón de ello es que los genes que determinan ambas cosas, el número de ojos y la capacidad reproductiva, van siempre juntos, por lo que quien hereda los que hacen posible una característica hereda también los que hacen posible la otra.
¿Hay en nosotros los humanos algún mecanismo de elección semejante? Parece que sí. Los varones de prácticamente todas las culturas se sienten especialmente atraídos por la figura femenina cuya relación entre el diámetro de la cintura y el de la cadera es 0,7. Cuerpo de guitarra, podríamos decir. Poco importa el peso del cuerpo si la proporción del 0,7 se mantiene, pues es el modelo ideal de cuerpo femenino desde la perspectiva masculina. Una prueba de ello la tenemos, además de en la propia y constatable opinión masculina, en el hecho de que el peso de la mujer considerado socialmente ideal ha disminuido progresivamente desde épocas antiguas, en que era alto, hasta hoy.
El historiador Antonio Fernández Luzón nos recuerda en una de sus publicaciones la exaltación de "los hermosos lomos y las ancas poderosas" tanto en los equinos como en las muchachas, que hacía "Le Ménagier de Paris", un tratado popular sobre la vida doméstica del siglo XIV. Un tipo ese de enaltecimiento que se conserva durante el Renacimiento italiano (como muestra la pictografía de la época) o la época dorada de Hollywood hasta la actualidad, en que los pasajes de modelos exageran la delgadez. Pero la proporción cintura/cadera 0.7 se ha mantenido estable a lo largo del tiempo, lo que indica que la selección sexual ha promovido esa característica del cuerpo femenino como un rasgo para atraer a los hombres, algo equivalente a la promoción de la cola del pavo real. Ello es una prueba de la naturaleza más biológica que social o educativa de la influencia de ese rasgo físico.
Pues bien, al igual que ocurre con el pavo real, hay datos que indican que las mujeres con esas proporciones tienen en general menor prevalencia de enfermedades como las cardiovasculares o el cáncer, aunque hábitos como el tabaquismo o la polución ambiental y el estrés hayan modificado y oculten esa posible realidad haciendo que incluso mujeres con otras proporciones corporales tengan mejor salud que las del 0,7.
En cualquier caso, el mecanismo natural parece seguir ahí y a los hombres nos sigue cautivando el modelo 0,7. Como la pava real, aunque en un mundo desnaturalizado, al elegir esa forma corporal parece que los varones estamos también eligiendo potencial reproductivo inconscientemente. Mecanismos similares, aunque menos estudiados, parecen existir en sentido inverso, de mujer a hombre, al igual que para otras importantes cualidades físicas, como la simetría corporal, cuya apreciada belleza podría también indicar la ausencia de algunos problemas de salud.
La naturaleza, en definitiva, nos inclina hacia lo que sentimos como bello en el otro sexo como un modo de orientarnos hacia la pareja con la que más y mejor podríamos procrear. Pero el desarrollo cerebral de los humanos nos confiere además capacidades para que en la elección de pareja tenga también un papel determinante el amor y los sentimientos, además de la educación y la cultura en la que cada uno de nosotros nos desenvolvemos.
Ignacio Morgado es catedrático de Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona
y autor del libro Deseo y placer, publicado por Ariel.