Dijeron que se trataba de una pandemia global; que nos preparáramos ante un posible escenario de millones de víctimas. El coronavirus responsable del síndrome respiratorio agudo y grave —severo, por su traducción literal del inglés SARS— fue el causante de una neumonía atípica que provocó un brote con unos pocos miles de infectados y un 10-15% de muertes, principalmente en China, entre finales de 2002 y 2004. Tras un año de incertidumbre, desinformación desde el gobierno chino y una actuación impecable de los sistemas internacionales de vigilancia epidemiológica, el brote, y con él el virus, quedó controlado.
Una década más tarde, en 2012, se detectó el primer caso de infección por un pariente filogenético del SARS-CoV en Arabia Saudita. Se trataba de otro coronavirus bautizado como MERS-CoV o coronavirus causante del síndrome respiratorio de Oriente Medio. El virus es un agente zoonótico, esto es, que puede transmitirse entre animales y entre estos y nosotros —animales también—. No se conoce exactamente su origen, aunque se descarta que sea una descendencia directa del SARS-CoV del 2003. La hipótesis más plausible a día de hoy es que se originara y mutara en murciélagos frugívoros y, desde aquí, pasara al dromedario como reservorio preferente desde el que se infectaría el humano. El contagio humano-humano, aunque no imposible, era y es muy difícil. Eso sí, al menos el 35% de los casos documentados de infección en humanos terminó fatalmente. Por supuesto, el número de casos de infección que, por su menor sintomatología, no requirieron hospitalización y, por lo tanto, no fueron notificados, se desconoce.
Los coronavirus son virus que tienen una larga cadena de ARN como material genómico —de las más largas dentro de los virus ARN—, un ciclo replicativo complejo y, por su naturaleza, una gran capacidad para acumular mutaciones en cada replicación. Coronavirus como el de la Gastroenteritis Porcina Transmisible no es desconocido en España.
Para complicar algo más esta vorágine de emergencias y reemergencias virales nos vuelve a llegar desde China, esta vez con eficacia y colaboración de las autoridades, la alarmante noticia sobre la detección de un nuevo coronavirus, desconocido hasta la fecha, causante de neumonía en humanos. Este nuevo agente infeccioso, ya bautizado como 2019-nCoV, apareció en un mercado de Wuhan, en el centro de China y en pocas semanas ha multiplicado su presencia hasta varios cientos de infectados, traspasando las fronteras presentándose casos —mientras escribo estas líneas— en Tailandia, Japón, Corea del Sur o incluso Australia. De momento, son más las incógnitas que las certezas sobre nCoV. No parece ser un virus evolucionado desde su primo SARS, menos desde el MERS, pero, por desgracia, sí parece haberse constatado su capacidad de transmisión entre humanos, paso previo para un más que factible brote pandémico —algo que algunos virólogos tememos que llegue a ocurrir con la también terrible gripe aviar—.
De nuevo, todo parece indicar que los sistemas de vigilancia epidemiológica, gracias a la colaboración y rápida respuesta ante los primeros casos de las autoridades chinas, está funcionando correctamente, aunque la evolución de cada emergencia viral es todo un misterio. Mientras tanto, desde la Organización Mundial de la Salud se hace un llamamiento a los expertos para estudiar cómo controlar el avance del 2019-nCoV, también conocido como coronavirus de Wuhan. Estamos en las primeras fases de estudio y seguimiento del brote. No obstante, la mortalidad, entre los casos documentados, parece inferior a la de sus parientes de 2003 o 2012. Claro está, el número de posibles infectados asintomáticos a día de hoy con capacidad infectocontagiosa también se desconoce. En este sentido, el MRC-Centro de Análisis de Enfermedades Infecciosas Globales del Imperial College de Londres elevaba la cifra de posibles portadores a cerca de 2.000, argumentando que algunos pacientes podrían presentar síntomas leves de diversas afecciones respiratorias. Tendremos que seguir esperando hacia dónde nos lleva esta ya mundial alarma virológica.
Finalmente, otro aspecto relevante en la caracterización y control del virus pasa por la identificación de sus posibles reservorios animales. Se sospecha que 2019-nCoV ha pasado a humanos desde animales vivos en un mercado de Wuhan donde coincidieron los primeros pacientes. Descubrir si este desconocido animal constituye el reservorio principal o si, a su vez, fue infectado desde otro portador —un murciélago, pongamos por caso—, resultará vital en la lucha por el control de la pandemia. En 2003 se señaló a la civeta, un mamífero que se vendía con intenciones gastronómicas en los mercados chinos, como foco de transmisión del SARS-CoV, aunque posteriores investigaciones dieron cuenta del virus en una gran variedad de animales, no solo en mamíferos. Lo dicho, los próximos meses serán cruciales para contemplar, con perspectivas virológicas, la magnitud de la nueva emergencia viral.
José Antonio López Guerrero es profesor y director del Grupo de NeuroVirología de la Universidad Autónoma de Madrid y director de Cultura Científica del CBMSO