¡Suma y sigue! Otra semana de locos. Empiezo a pensar que mi sintomatología va de lo somático a lo mental y viceversa. En cuestiones de salud, no hay nada peor, ni más cruel, que la incertidumbre. Sigo con molestias gástricas que quiero –no soy experto- localizarlas en la parte alta del estómago, con sensación de quemazón, de saciedad y alguna otra cosilla menor a la que, ahora, se le une un cansancio crónico sin explicación. Tras cuatro visitas a urgencias sigo sin algo parecido a un diagnóstico, sin algo parecido a una prescripción –de alguna prueba clínica, se entiende-. Me recetan, de oído, un protector gástrico. A las pocas horas de ingerir la primera pastilla se recrudecen los síntomas –náuseas, sudor…-. ¡Maldita incertidumbre! ¿Covid-19?, ¿úlcera?, ¿Helicobacter?, ¿locura transitoria o perpetua? ¡Suma y sigue!
Y mientras desespero, veo en televisión cosas que nadie más parece ver o, si lo hace, nadie comenta. Algo que, espero equivocarme, podría suponer un cierto repunte –ya veremos la magnitud- de nuevos casos en un par de semanas. A veces, lo obvio es lo que más desapercibido nos pasa por delante. ¿Se han fijado en la forma que tiene el personal de ofrecer las preceptivas mascarillas higiénicas a los trabajadores y clientes en algunas bocas de metro y farmacias? ¡Yo sí! Se sabe que nuestro personal sanitario es el más afectado por contagios con SARS-CoV-2 y que, al parecer, dentro de nuestras fuerzas de seguridad del estado, hasta un 25% del personal podría ser coronavirus positivo. Vaya por delante mi gratitud y sincero reconocimiento de la excelente, heroica y necesaria labor que están llevando a cabo. Esto no es óbice para que algunas cuestiones deban comentarse.
En mitad del confinamiento, con el distanciamiento y obligatoriedad de NO contacto físico –al menos sin protección- decretado, todos pudimos observar cómo un oficial –no recuerdo, ni importa ahora, el cuerpo en cuestión- saludaba con un sincero y emotivo apretón de manos –y algún abrazo- a una veintena de compañeros. Todo muy emotivo, pero, si me permiten la incorrección, algo irresponsable. Algo irresponsable como la forma que están teniendo algunos funcionarios y farmacéuticos de ofrecer mascarillas a trabajadores y clientes -estoy utilizando, por comodidad narrativa, el masculino neutro-. Protegidos con guantes –falsa sensación de protección si se usa incorrectamente- he visto en innumerables reportajes en varios informativos cómo, agarrando las mascarillas como si fueran cromos por la parte de la tela –en realidad capas superpuestas de ciertos polímeros- se las ofrecían al personal, muchos también ataviados con guantes, a saber desde cuándo, quienes se llevaban la mascarilla directamente a la nariz y boca para protegerse, deben pensar; para infectarse en algunos casos, creo yo. Se dijo desde el principio de la pandemia que, si la mascarilla se usa incorrectamente, más que una protección podría constituir un vehículo de transmisión vírica. Si no la cogemos por las gomitas o con las manos o guantes limpios –el virus puede permanecer hasta 12 horas en ellos-, estamos, de todas todas, diseminando el patógeno. ¡Cuidado con estos "detalles"!
Otro asunto que requiere una profunda reflexión sería el de las vacunas. De los cerca de un centenar de proyectos para obtener dicha golosina protectora –que quizás lleve hasta un Nobel aparejado-, media docena parecen los "caballos" más destacados: EE.UU. con una vacuna basada en ARNm que expresaría la proteína de la espícula viral, una del instituto Jenner de Oxford basada en un adenovirus recombinante –modificado genéticamente- para, también, expresar la proteína S viral, otra alemana con una combinación de compuestos con base en ARN, la china, basada en un virus inactivo y, si me lo permiten, una española del grupo de Mariano Esteban, en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB) con base en otro virus recombinante, el virus vaccinia. Todas ellas vacunas relativamente rápidas de diseñar que seguramente produzcan una respuesta principal, si no únicamente, humoral, es decir, con producción de anticuerpos. La efectividad y durabilidad de estas vacunas tampoco suelen ser óptimas –aunque todo dependerá de cómo se comporte la respuesta inmune frente a los inmunógenos –las proteínas virales-. Otra vacuna distinta sería la de otro grupo español también del CNB. El grupo de Luis Enjuanes e Isabel Sola están diseñando toda una partícula viral, similar en cierta medida al SARS-CoV-2 original, pero carente de los genes de virulencia. Será, por lo tanto, una vacuna segura, replicativa y, ya puestos, capaz de despertar toda la respuesta inmune –humoral y celular- que debería luchar con más avidez, especificidad y memoria contra el virus de la COVID-19. Aunque lleva más tiempo diseñarla, por genética reversa, podría ser una vacuna duradera. Todo un frente combativo contra esta mala bestia pandémica.
¿Cuál es el problema? ¡El tiempo! Cada vez que nos preguntan a los divulgadores sobre cuándo estará una vacuna en clínica, solemos dar una respuesta estándar de 12 ó 18 meses. Solo, de momento, desde el instituto inglés se han atrevido a hablar abiertamente del próximo otoño. Esto es peligroso y crea falsas expectativas. El diseño, elaboración y comprobación de seguridad y eficacia de una vacuna es un proceso laborioso y largo; por "largo" estoy hablando de muchos años. Estamos en una singularidad sanitaria que podrá acortar algunos plazos. Pero no nos engañemos, acortar los plazos significa, en la balanza riesgo-beneficio, desplazar el binomio a la izquierda. Pensemos que las vacunas son el único "medicamento" que recibimos estando sanos y lo podrán hacer miles de millones de seres vivos. Cualquier minúsculo contratiempo, efecto no deseado que pase desapercibido en ensayos precipitados o con poca muestra de voluntarios, podría ser catastrófica –y aquí no quiero comentar lo que me parece éticamente que haya voluntarios que se ofrezcan a que les inoculen el patógeno-. Me viene a la mente una vacuna contra el virus Dengue que, por la peculiaridad del ciclo infectivo del patógeno, llegaba a exacerbar los síntomas de la infección a los vacunados. No parece que sea el caso, pero sí es cierto que, en la mayoría de los pacientes con los síntomas más graves de la Covid, la respuesta proinflamatoria inmunológica del paciente, con producción incluida de anticuerpos, ha jugado un papel crucial. Soy el primero que quiere una vacuna en el mercado, aunque puede que, para mí, como para otros millones de españoles, ya sea tarde, pero tenemos que asegurarnos de cumplir con todos los preceptos de análisis clínicos exhaustivos, por mucho que dicho proceso pueda retrasar su comercialización. Nos jugamos mucho. ¿Quién dijo aquello de “vísteme despacio que tengo prisa”? Otra cosa distinta son los fármacos terapéuticos; medicamentos que se utilizarán directamente sobre pacientes. Aquí, el "uso compasivo" está más que definido y los tempos podrían ser algo más justos.
Finalmente, en este último bloque querría tratar alguna estupidez –peligrosa estupidez- y otras noticias preocupantes con poco viso de ser ciertas. El señor Trump debería hacérselo mirar. Si la semana pasada se lanzó a amenazar a China con información largamente desmentida por prestigiosos virólogos –y lógicamente no hablo de mí- sobre la posible creación y dispersión del virus desde un laboratorio de virología de Wuhan, ayer, tras leer un informe donde se comenta los beneficios de algunos compuestos en la desinfección de superficies contaminadas por el coronavirus, no se le ocurre otra cosa que decir –y no es una transcripción literal- que ¡podría estar bien inyectarnos desinfectante directamente en los pulmones! Acto seguido dijo que no era científico, pero tenía un gran… -apuntó con su dedo a la cabeza, supongo que queriéndose señalar el cerebro, aunque de este señor ya no sé qué esperarme-. Una ayudante científica que lo acompañaba no sabía dónde meterse. Si esta estupidez la dijera "Juanito", mientras se toma una caña virtual con Ramón, sería hasta simpática. Sin embargo, lo dijo una de las personas más poderosas de la tierra, con acceso a misiles nucleares y muchos millones de votos, detrás de los cuales hay ciudadanos que, con todo el derecho del mundo, creen a su Presidente. Y lo creen hasta el punto de que 24 horas más tarde, cuando el Presidente comentó que había sido sarcasmo, ya había un gran número de intoxicados por ingerir –no sé si llegaron a inyectarse- productos tóxicos. Aquí en España tenemos a nuestros propios iluminados que ven en una suerte de lejía –MMS-, un producto altamente peligroso, tóxico y prohibido, la prueba de que el señor Trump es, en realidad, ¡un visionario! ¡Lamentable! Veamos otras declaraciones altamente polémicas…
Li Lanjuan, una viróloga china septuagenaria considerada como una heroína en su país por contribuir al control de la, por entonces, epidemia del SARS-CoV-2 en la región de Hubei, alerta de que el virus está mutando y que las mutaciones más virulentas han ido a parar a Europa y Nueva York. Es cierto que el SARS-CoV-2, aunque menos que otros virus ARN, muta. Ya desde el principio se definieron dos posibles cepas, la L y la S, aunque no quedó claro si alguna era más virulenta que la otra. En Europa, por secuenciación de los genomas virales –ya se acercan a 2.000 los analizados- se han observado algunas variantes víricas, llamadas A, B y, efectivamente, C. En un artículo publicado en la prestigiosa revista PNAS por un equipo de la universidad alemana Christian-Albrecht de Kiel, se comparan las relaciones filogenéticas de 160 genomas de SARS-CoV-2 y se analizan estas tres variantes A-C. Según los autores, la variante A sería la ancestral de la que derivan las otras dos. Tanto A como C estarían presentes en el Este de Asia, en Europa y América, mientras que la variante B sería más común en China y alrededores. Sin embargo, ninguno de los cambios entre variantes aportaron detalles significativos sobre posibles modificaciones de tropismo o virulencia. Por el contrario, la mayoría de los cambios son en regiones secundarias del virus. La naturaleza es muy sabia y evolutivamente lo que se impone es la adaptación de estos patógenos intracelulares a su hospedador hacia un equilibrio más llevadero y ventajoso por ambas partes.
El pasado 23 de abril se hacían públicas las conclusiones, en la revista BMJ, sobre las primeras autopsias realizadas en el hospital Policlínico de Milán a víctimas de la Covid-19. Como era de esperar, se han encontrado pruebas histopatológicas del daño inflamatorio en pulmones, destacando "la presencia de trombos de fibrina plaquetaria en pequeños vasos arteriales", importante hecho que se ajusta a la ya descrita aparición de coágulos en muchos pacientes. Hasta aquí, los datos médicos. Sin embargo, rápidamente empezó a extenderse en las Redes el bulo de que dicho descubrimiento desmontaba la eficiencia de todos los tratamientos utilizados hasta el momento. De nuevo, además de confundir y perjudicar a más de un sanitario, dicha información carece del menor rigor científico. Ya se sabía que, en la fase avanzada de la infección, en pacientes con síntomas graves, se producen trastornos circulatorios con pequeños coágulos; al fin y al cabo, en el endotelio vascular el virus encuentra muchos receptores ACE-2 para su invasión celular. Recomiendo encarecidamente el artículo aparecido en Science el pasado 17 de abril con el título How does coronavirus kill? Clinicians trace a ferocious rampage through the body, from brain to toes donde se describe cómo, dónde, cuánto y porqué ataca el SARS-CoV-2 nuestros distintos órganos: desde el cerebro hasta el dedo gordo del pie.
¡Ah!, no querría despedirme sin un breve comentario. Según el Índice de Respuesta a la Covid-19, informe elaborado por el ICMA (Institute of Certified Management Accountants) australiano, España estaría situada en la cola mundial de la gestión de la pandemia. Permítanme que cuestione dicho informe, máxime si nos comparamos con países como Brasil o el mismísimo EE.UU. Sea como fuere, en algo sí parece que estamos situados a la cabeza mundial: en los discursos políticos broncos y electoralistas que los españoles no nos merecemos.