Si algo distingue a la ciencia de la pseudociencia es que, la primera, evoluciona; es, por método, falsable, es decir, puede verificarse, contrastarse o corregir cualquier resultado, cualquier hallazgo anterior, por muy válido que fuera en su contexto, por nuevos resultados mejor adaptados a las observaciones experimentales. Ahí tenemos, sin ir más lejos, la genialidad de un gigante, Isaac Newton y sus leyes de la gravedad siendo superado y actualizado por otro genio universal, Albert Einstein, y su legendaria teoría de la relatividad. La pseudociencia se basa, no obstante, en dogmas de fe, en elucubraciones y creaciones de iluminados que son inamovibles y perduran por los siglos de los siglos. Los principios de la homeopatía, por ejemplo, fueron creados por la mente del médico alemán Samuel Hahnemann a finales del siglo XVIII. Sus fantasías con aquello de que "lo semejante cura lo semejante" si lo diluimos más allá del número de Avogrado –cuando deja de haber moléculas de soluto en el solvente– y lo sometemos a un rocambolesco proceso de agitación-ritual sigue rigiendo un lucrativo negocio donde se ofrece, a buen precio, agua –con algo de azúcar– como medicamento.
Pues bien, mucho es lo que hemos aprendido en solo un par de meses sobre el virus que ha cambiado el paradigma existencial de la humanidad, el SARS-CoV-2. También es mucho, mucho más de hecho, lo que todavía nos queda por aprender. A lo largo de estos ya casi cinco meses desde que se detectara el primer infectado en Wuhan el análisis de los datos experimentales que se han ido cosechando han obligado a cambiar paulatinamente muchas cosas: criterios de contagios, de protección, epidemiológicos, clínicos, terapéuticos. Sin embargo, en las últimas semanas están surgiendo muchos analistas que se animan a hacer predicciones… del pasado, un ejercicio subjetivo que puede tener importantes consecuencias sociales si se utiliza para lanzar mensajes y consignas en un entorno ya de por sí crispado. En cualquier caso, he aquí algunos ejemplos de rectificación científica a la luz de los resultados preliminares que ha arrojado el sondeo de seroprevalencia que está coordinando el Ministerio de Sanidad y el Instituto de Salud Carlos III sobre unos 90.000 españoles, junto a los obtenidos del análisis de más de 1.300 personas en Nueva York y alrededores en pacientes con infecciones confirmados o sospechosos.
Por un lado, la idea de que más del 80% de los infectados eran asintomáticos, idea apoyada por un estudio publicado desde el Imperial College de Londres, podría cambiar drásticamente si se confirman las primeras aproximaciones de las pruebas –test si prefiere el anglicismo– serológicas rápidas y por ELISA que se están llevando a cabo, como he señalado, en más de 36.000 hogares elegidos al azar. Según esos primeros resultados, menos del 30% de los sospechosos de haber pasado la Covid-19 lo habrían hecho asintomáticamente. Es decir, el virus parece haberse transmitido menos desde asintomáticos de lo que se suponía. Aún así, el número de infectados totales podría pasar holgadamente de los 2 millones, 10 veces más del cómputo oficial de confirmados por PCR, pero lejos del deseado 70% de inmunidad de rebaño o, incluso, del 30% que con una metodología de NO confinamiento opuesta al resto de Europa han alcanzado en Suecia. Una consecuencia directa de los resultados, además de que todavía nos quede mucha batalla y responsabilidad por delante contra la pandemia, es que la letalidad del virus desciende un orden de magnitud, situándola, de momento, en torno al 1%, más alta, no obstante, de lo que personalmente esperaba teniendo, como tenía, una estimación de la transmisión asintomática mayor. La mortalidad por cada 100.000 habitantes se mantiene, no obstante, de las más altas del mundo.
Otro de los puntos que ha causado cierta sorpresa ha sido la constatación de que las pruebas por ELISA –método semicuantitativo, más sofisticado, que lleva más tiempo realizarlo y que requiere una mayor muestra de sangre y aparatos de lectura específicos, pero que ofrece una alta sensibilidad para detectar IgG, IgM o, incluso, IgA– no difieren tanto como se pensaba de los test serológicos llamados rápidos, consistentes en un pinchazo en el dedo y una prueba de inmunocromatografía lateral que no requiere de aparatos sofisticados y cuyos resultados pueden ser interpretados por personal no necesariamente cualificado en unos 10 minutos. La horquilla de coincidencia entre los resultados por ELISA o inmunocromatografía van, según los sondeos realizados, desde el 90 al 97%, nada despreciable puesto que se calculaba una fiabilidad del segundo método inferior al 80%.
También se ha ido adaptando la ciencia, y con ella el mensaje lanzado a la sociedad, a la necesidad, o no, de las mascarillas. En un principio, sin apenas conocimiento de la transmisión del SARS-CoV-2 y con la única referencia del SARS-1 de 2002, la Organización Mundial de la Salud, OMS, no recomendaba el uso de mascarillas para personal que no tratara con pacientes ni fuera uno de ellos. El mal manejo de las mismas y la falsa sensación de seguridad, decía la OMS, podría ser contraproducente. Sin embargo, luego llegó la constatación de que el virus podría difundirse entre asintomáticos –hasta el 80% de los infectados, nos decían desde Londres– y, por ello, cualquiera podría ser infectocontagioso sin saberlo; cualquiera podría diseminar el virus. Con esos nuevos mimbres, el uso de la mascarilla se hacía imprescindible, algo que no va a modificarse con el 25% de trasmisión asintomática sugerida actualmente. Sobre el uso de guantes, el criterio no ha cambiado; no se recomienda para un público general y sí una constante higiene y lavado de las manos con agua y jabón –o geles desinfectantes–.
En cuanto a la vital y eterna cuestión –desconocida de momento– de si tras el contacto con el virus desarrollamos inmunidad contra una posible reinfección, los datos de los que se dispone actualmente –recuerde que la ciencia no es estática– a través de varios estudios realizados, como el mencionado anteriormente llevado a cabo desde la Escuela de Medicina del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, permiten ser optimistas. Según dicho estudio, la inmensa mayoría de los casos analizados, el 99%, desarrolló anticuerpos neutralizantes contra el virus. La mayoría de los infectados cursaron, además, con síntomas leves. Lo que no dice, ni puede, el estudio es por cuánto tiempo tendríamos esa inmunidad, ¿años como con el SARS-1, o mucho menos, como contra algunos coronavirus catarrales? Esperemos que el "rebaño" que se vaya inmunizando tras contactar con el virus lo sea, dicho con respeto y cariño, durante mucho tiempo. De ello dependerá la posible futura eficacia de la ansiada vacuna y la vuelta a una nueva-nueva o nueva-vieja normalidad.
Dentro del mismo estudio llevado a cabo por investigadores del mencionado Hospital Monte Sinaí, un dato merece mención aparte. Al parecer, el punto álgido de mayor productividad de anticuerpos de alta avidez –IgG– se situaría un par de semanas después de que hayan desaparecido los síntomas o, estadísticamente, un mes después de empezar con ellos. La horquilla, no obstante, desde que se activa la respuesta inmune específica hasta que la presencia del virus se hace indetectable es muy amplia y depende de cada individuo. Esto explicaría toda la casuística que se está produciendo en aquellos pacientes a los que se les hace simultáneamente RT-PCR y serología: PCR+ IgM- IgG-, PCR+ IgM+ IgG- y así con casi todas las posibles combinaciones (PCR+ IgM- IgG+ se me antoja, no obstante, algo más raro, pero no imposible). En cualquier caso, la recomendación sería extremar las precauciones durante un par de semanas después de dejar de tener síntomas. Unos resultados óptimos de PCR- IgM- e IgG alta sería el mejor indicador de una respuesta inmune efectiva.
Finalmente, comentar una curiosa noticia que nos llega desde la revista Antimicrobial Agents publicada por un grupo del ISERM francés. Tal y como afirman los autores, el virus ya habría estado circulando por Francia desde diciembre del año pasado. En una unidad de cuidados intensivos de un hospital al norte de París habrían tratado a un paciente con problemas serios respiratorios. Una RT-PCR realizada restrospectivamente con muestras congeladas han dado positivo para SARS-CoV-2. El paciente nunca estuvo en China. Quienes sí estuvieron en China, en Wuhan, en octubre del 2019, fueron los deportistas de la delegación francesa –y española–que participaron en los Juegos Mundiales Militares. Varios de esos deportistas, franceses y españoles, han asegurado que estuvieron enfermos con síntomas compatibles con la Covid. A la luz de estos datos, muchos de ellos meramente especulativos por la dificultad que entrañaría verificar un supuesto contagio seis meses atrás, cabría preguntarse… ¿desde cuándo está transmitiéndose, silente, este estratega de la guerrilla virológica con corona?