Acostumbrado a viajar por medio mundo impartiendo conferencias y asesorando a políticos e instituciones, el físico y divulgador científico Ranga Yogeshwar (Luxemburgo, 1959) lleva varios meses sin prácticamente salir, como casi todos, de su casa de Lanzenbach, un pueblecito cercano a Colonia, desde donde asegura por teléfono a El Cultural que en las últimas semanas mantiene prácticamente intacta su agenda. Una tarea nada fácil para quien es miembro de la junta de varias instituciones de investigación y fundador de varias iniciativas científicas, además de uno de los científicos más populares de Alemania, cuyos libros alcanzan millones de ejemplares vendidos, y estrella frecuente en la prensa, la radio y la televisión, donde ha presentado numerosos programas y debates.
Su próximo acto es una conferencia online que tendrá lugar esta tarde a las 19:00 en el marco del ciclo Repensando el Mañana que ha puesto en marcha la Fundación Telefónica reuniendo a multitud de expertos en los más variados campos para analizar el mundo postcoronavirus. La visión de Yogeshwar, que en esta charla avanza sus opiniones sobre aspectos como el teletrabajo, el futuro imparable de la digitalización, el papel de la Inteligencia Artificial o el control sobre las grandes multinacionales tecnológicas, es de un contagioso optimismo que esta crisis no ha logrado cambiar y que ya irradió en nuestro país cuando viajó hace dos años a presentar su libro Próxima estación: futuro, publicado por Arpa. “Mi objetivo siempre ha sido crear un debate en el seno de la sociedad sobre lo que queremos para el futuro, y esta pandemia ofrece nuevas e interesantes perspectivas”, sostiene.
Pregunta. En su última visita a España hablaba con optimismo del futuro, ¿en qué sentido esta pandemia ha cambiado su visión?
Respuesta. Esta crisis del coronavirus ha supuesto una fuerte perturbación en el seno de nuestras sociedades. Más allá del dramatismo de los miles de fallecidos, en un sentido amplio, ha permitido descubrir déficits y e inestabilidades latentes, como la flaqueza de muchos sistemas sanitarios o la insuficiente investigación científica, pero también ha sido un catalizador de ciertos desarrollos incipientes que ha acelerado mucho, por ejemplo, todo lo relacionado con la digitalización de nuestras vidas, como hemos visto en aspectos como la educación o el teletrabajo masivo. Además, nos ha dado la oportunidad de repensar nuestras prioridades, y parece absolutamente impensable volver al punto en el que estábamos antes. Sigo siendo optimista en el sentido de que nos ha enseñado que todo aquello que parece imposible puede convertirse en realidad, lo que tiene también una cara positiva. Aunque es cierto que probablemente caeremos en muchos de nuestros viejos vicios y errores, la incertidumbre que ha generado la pandemia ha favorecido una cultura de la escucha que valora la nueva información y se aleja de los dogmatismos, y espero que esa actitud arraigue cuando todo haya pasado definitivamente.
P. Como dice, el teletrabajo ya es hoy algo natural en nuestras vidas, ¿qué supondrá a medio plazo a nivel laboral y social?
R. Como en todo,existen aspectos positivos y negativos. Para empezar, no estamos hablando de teletrabajo exclusivo, hasta ahora ha sido así, pero mucha gente y empresas recuperan ya la normalidad. En los últimos meses hemos visto que es posible combinar ambos modelos, el presencial y el telemático. Esto tiene una gran ventaja: ofrece mucha flexibilidad para, por ejemplo, la conciliación familiar o para paliar nuestro perenne déficit de tiempo. ¿Cuánta gente hoy en día pierde varias horas yendo y viniendo de sus puestos laborales en los que se pasa la jornada sentada frente al ordenador? Esta nueva situación puede permitirnos crear una definición diferente de trabajo, más dinámica y provechosa.
"El gran reto del teletrabajo es conseguir ser alternativo al trabajo presencial para disfrutar de lo mejor de ambos modelos"
P. No obstante, la digitalización es tan vertiginosa que todavía estamos en proceso de adaptación, ¿cómo podemos evitar sus peligros?
R. Es cierto. Todos estos procesos son como bucear a ciegas, debemos ir haciendo una especie de ensayo-error sobre qué funciona y qué no o qué es nocivo y qué provechoso. Hay quien especula, por ejemplo, con que el teletrabajo favorecerá el individualismo y la insolidaridad. Veremos. De lo que sí nos hemos dado cuenta durante estas semanas es de que debemos ser muy precavidos y no plegarnos ciegamente a los intereses de las empresas. Por ejemplo, debemos establecer horarios estrictos para no trabajar demasiadas horas, separar férreamente el mundo privado del laboral y exigir que las empresas habiliten ciertos elementos presentes en las oficinas para que el trabajador no sufra sobrecostes. El gran reto del teletrabajo es conseguir ser alternativo al trabajo presencial para disfrutar de lo mejor de ambos modelos.
P. Esta crisis sanitaria también ha servido de caballo de Troya para crear aplicaciones que favorecen el control de la población. ¿Dónde debemos poner el siempre difuso límite entre seguridad y libertad?
R. Soy claramente consciente del alto precio que la privacidad hoy en día, que cada vez se hace un bien más complejo de conservar. Esta tecnología de control de la ciudadanía ha generado un fuerte debate en Alemania, donde se ha propuesto una App que precisamente mantiene el anonimato individual, permitiendo recabar datos importantes para contenerla pandemia. No obstante, esta clase de debates no harán sino aumentar en el futuro, porque nuestro consumo tecnológico nunca dejará de aumentar. En mi opinión, el límite debería estar en no permitir que una única empresa, sea la que sea, o el propio Estado, tenga recopilada una cantidad tan grande de información que podría derivar en el caldo de cultivo que permita a X partido político o institución el control de los ciudadanos. Pero quizá es hacia dónde nos dirigimos...
Una mirada realmente global
La información y su control es una de las grandes preocupaciones de Yogeshwar, gran defensor del papel crítico y capital de los medios de comunicación, “del que muchos han desertado en favor de los clics y la audiencia”, y ácido enemigo de las fake news. “Los informadores y divulgadores de ideas debemos convencer a la gente con argumentos racionales y no solo con consignas que proclamen los líderes, no sólo políticos, sino de cualquier tipo. Si no lo hacemos viviremos en sociedades pasionales e irracionales, y por tanto muy peligrosas, que corren el peligro de ser anacrónicas y anticuadas”, opina el divulgador. “El papel devastador que las fake news han jugado en esta pandemia solo puede evitarse si la gente cree en ti y la convencen tus razonamientos, pero sin confianza da igual qué digas”.
"El papel devastador de las 'fake news' solo puede evitarse si la gente tiene confianza en unos medios que presenten argumentos racionales y no consignas"
P. Más allá de esta epidemia, la percepción general hacia el futuro es de incertidumbre y temor, algo que contrasta con la mantenida desde mediados del siglo XX. ¿Por qué se produce esta situación?
R. La gran cantidad de cambios masivos y la velocidad, inédita en el pasado, de estos es lo que provoca esta incertidumbre. Pero la situación no es la misma en todo el planeta. Frente a los discursos más o menos unívocos y dominantes de décadas pasadas hoy existen varios relatos y perspectivas. En países como China o India la innovación tecnológica ha aumentado mucho la calidad de vida en los últimos 30 o 40 años. Por el contrario, en Occidente ya hemos disfrutado durante décadas de una buena vida. Cuando pierdes tu estatus, como ocurre con las sociedades ricas, prefieres la preservación y el inmovilismo a los cambios. La realidad es que pecamos de cierto pesimismo y ombliguismo, pero si miramos al conjunto del planeta, a valores como la tasa de alfabetización, la salud real de la democracia o la gente que aún pasa hambre, esta es la mejor época de la humanidad.
P. En su último libro dedicaba un espacio importante a los algoritmos. ¿Además de predecirlo, pueden modificar el comportamiento humano?
R. Sí, y esto es nuevamente un gran peligro. Hoy en día lo que vemos son las anonadantes ventajas que supone el hecho de que muchas empresas puedan conocer nuestras preferencias y datos a la hora de ofrecernos productos o de hacer más fácil nuestras compras o nuestro consumo de ocio. Pero todo tiene su otra cara. Si una empresa puede predecir qué es lo siguiente que vas a comprar o a consumir, esta información no tiene únicamente un valor puramente comercial, sino que influye también en otras áreas como la política. La gran pregunta es cómo esa información puede influir en tus ideas, decisiones y pensamientos. La primera vez que se especuló con una actuación masiva de este tipo fue con el escándalo de Cambridge Analytica, pero creo que el futuro nos aguarda sorpresas nada agradables en este sentido.
"Debemos preservar el elemento clave de nuestras sociedades, el libre albedrío. Y la clave para hacerlo es destruir los monopolios de Google, Amazon, Facebook..."
P. ¿Hasta qué punto esta influencia pone en peligro la democracia y cómo podría entonces evitarse?
R. Es complicado. En la sociedad actual vivimos en burbujas creadas en gran medida por las redes sociales. El MIT ha hecho recientemente un estudio que demuestras que las fake news tienen seis veces más incidencia y viajan más rápido que las noticias reales porque los algoritmos amplifican su eco, y eso desestabiliza la sociedad y como se ha demostrado con sólidos ejemplos, atenta claramente contra el sistema democrático y la independencia de voto. Debemos ser muy cuidadosos para preservar el elemento clave de nuestras sociedades, el libre albedrío y la propia voluntad. Y en mi opinión la clave para hacerlo es tratar de destruir los monopolios que han destrozado aquel sueño noventero de internet como gran herramienta de la democracia. Facebook, Youtube, Google, Amazon... Nunca es buena idea dejar una gran cantidad de poder en las mismas manos, sean empresarios o políticos.
Un progreso sin freno
P. Es muy crítico con la respuesta de Europa a todos estos dilemas, pero, como se vio tras Cambridge Analytica o en los actuales contenciosos con Google y Amazon, ¿es posible controlar a estas empresas?
R. El gran problema viene cuando estas empresas se hacen sistémicas y los Estados dependen en ciertos sentidos de ellas. Son debates en marcha y muy abiertos, pero personalmente pienso que tras el escándalo de Cambridge Analyitica los políticos europeos deberían haber prohibido Facebook en el continente. Así de sencillo. Debemos recuperar la sensación de que el poder pertenece a la gente y no a las empresas o a los políticos, pues al final todo depende de las personas, que somos quienes sostenemos a esos trasatlánticos empresariales. En este sentido, creo que deberíamos recuperar la figura del ostracismo vigente en la Grecia clásica. Hace ya 2.500 la gente se dio cuenta de que no era bueno dejar el poder político, económico o social en unas pocas manos, pero parece que lo hemos olvidado.
P. Tras todo lo dicho, ¿qué nos espera en el futuro más inmediato y por qué debemos verlo con optimismo?
R. Es muy habitual mirar al pasado con ojos indulgentes y nostálgicos, imaginándolo casi siempre mejor de lo que en realidad fue. Pero de esa manera debemos ver el futuro. El gran mérito del siglo XX, especialmente de su segunda mitad, fue la idea global de tratar de hacer un mundo mejor. Esa continúa siendo mi motivación, y la clave de mi optimismo es que, si miras hacia atrás en la historia, aunque haya habido momento en los que ha perdido impulso, el progreso nunca se ha detenido. Y en los próximos años tendremos una gran libertad para elegir cómo cambiar el mundo y debemos encontrar la manera de combinar ese progreso tecnológico con un progreso humano. Los cambios nunca han sido tan vertiginosos en la historia, y eso nos permite ser mucho más ambiciosos a la hora de ponernos metas. Sin embargo, esto también nos hace mucho más responsables de qué sucederá. La clave para construir un buen futuro es ganar la batalla por la información y potenciar la discusión y la reflexión, conseguir que la sociedad entera esté involucrada en este objetivo.