Antonio Diéguez Lucena (Málaga, 1961) lleva más de 30 años impartiendo Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga. Uno de sus objetivos centrales como profesor ha sido ayudar a los alumnos en la preparación de la asignatura, proporcionándoles materiales seleccionados y debidamente estructurados para facilitar la comprensión de los temas y para que no tengan que tomar apuntes, cosa que, considera, “es poco universitaria”. Después de mucho tiempo elaborando esos materiales, decidió escribir un libro que sirviera de introducción a este campo filosófico, aportando una visión personal. Así nació Filosofía de la Ciencia. Ciencia, racionalidad y realidad, que publicó en 2005. El que ahora ve la luz en UMA Editorial es una actualización y revisión, con algunos apartados nuevos y con aportaciones que se han venido realizando en los últimos años en cuestiones especialmente candentes, como son el debate sobre el papel de los modelos en la ciencia o en los entresijos de la discusión acerca del realismo científico y de sus posiciones rivales. Entre las novedades, un apartado especial al pensamiento de Stephen Toulmin, un autor, considera el catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia, “injustamente olvidado”.
Pregunta. En la introducción señala que es un trabajo para el mundo académico pero también lo hace extensible al gran público...
Respuesta. El interés por la ciencia es creciente en la sociedad actual, como cabe esperar, dada la importancia cultural, social y económica que tiene la ciencia y la tecnología basada en ella, pero sigue habiendo un gran desconocimiento entre el gran público acerca de lo que la ciencia es en realidad, en su práctica cotidiana. Desconocimiento que abarca también al significado de conceptos fundamentales como ‘teoría’, ‘hipótesis’, o ‘ley científica’; y, por supuesto, a cuestiones de gran importancia práctica, como por ejemplo, qué características distinguen a la ciencia de las pseudociencias y de las disciplinas no científicas como la filosofía. Son muy pocos los que pueden dar cuenta, aunque sea a grandes rasgos, de cómo se realiza la investigación en los grandes equipos interdisciplinares; o del papel de la racionalidad científica y de los diversos métodos de inferencia empleados; o de cómo se produce el cambio de teorías en la ciencia; o acerca del modo en que deben interpretarse las afirmaciones realizadas por las teorías científica, etc.. Todas estas son cuestiones tratadas en el libro están analizadas en un lenguaje claro y accesible para un lector no especialista. No hace falta tener profundos conocimientos de filosofía o de alguna ciencia en particular para entender esos análisis. Basta con la formación que pueda tener en estos asuntos alguien que haya cursado el bachillerato. Si una persona puede leer libros de divulgación, puede entonces leer este libro.
Título: Filosofía de la Ciencia. Ciencia, racionalidad y realidad
Autor: Antonio Diéguez Lucena
Editorial: Universidad de Málaga (UMA Editorial)
Año de publicación: 2020
Disponible en Unebook
P. En su libro se plantea cuestiones básicas como qué es la ciencia. ¿Es función de la filosofía de la ciencia fijar los grandes conceptos?
R. Digamos que entre sus objetivos está clarificar y, en la medida de lo posible, fijar algunos conceptos relacionados con la ciencia como modo de conocimiento y como actividad humana que se realiza de forma institucionalizada y reglada. Dicho de otro modo, una de las funciones de la filosofía de la ciencia es la de dilucidar y pulir los conceptos metacientíficos, como el propio concepto de ciencia. Pero no es su única tarea. No se trata, obviamente, de enmendarle la plana a las ciencias en sus propias funciones y resultados, sino de arrojar luz sobre aspectos que los propios científicos no suelen considerar, porque no es su misión hacerlo ni forma parte de su trabajo. La filosofía de la ciencia trata, en definitiva, de interpretar desde claves filosóficas ese fenómeno tan sorprendente en su éxito que es la ciencia. El ser humano no ha conseguido alcanzar conocimientos más firmes sobre el universo que los que ella nos proporciona, y eso es ciertamente algo que ha admirado a los filósofos. Es el caso de Kant, cuya Crítica de la razón pura no se entiende sin su admiración por la física newtoniana, a la que otorgaba el papel de piedra de toque para cualquier cosa que pretendiera aspirar a ser considerada como conocimiento genuino. La ciencia ha tenido y tiene un enorme interés desde un punto de vista epistemológico y ontológico.
P. Genoma humano, ingeniería genética, hitos astronómicos, avances en enfermedades neurodegenerativas… ¿Ha cobrado especial relieve la filosofía de la ciencia en las últimas décadas a la luz de los grandes descubrimientos?
R. Ciertamente así es, y muy en especial debido a los grandes avances realizados en la biología y en la biotecnología. De hecho, la filosofía de la biología se ha convertido en la rama más activa de la filosofía de la ciencia actual. A lo largo de todo el siglo XX lo fue la filosofía de la física, a la que se identificó incluso durante un largo tiempo con la filosofía de la ciencia sin más. Era algo lógico, puesto que tanto los científicos como los filósofos estuvieron profundamente impresionados durante mucho tiempo por los dos grandes avances realizados por la física a comienzos de ese siglo: la teoría de la relatividad, de Einstein, y la mecánica cuántica, en la que colaboraron numerosos físicos, pero fundamentalmente Bohr, Heisenberg, Schrödinger y Born. En este siglo XXI parece que el relevo en la promoción de avances espectaculares lo han tomado diversas disciplinas biológicas. El surgimiento en torno al 2000 de la biología sintética, por citar solo un ejemplo, ha despertado grandes esperanzas, pero también grandes temores. No en vano su propósito declarado es crear vida artificial. Pero mientras lo consigue, está rediseñando organismos simples, como las bacterias, para ponerlas al servicio de fines humanos. Algunas de las promesas del transhumanismo se basan en estos logros ya conseguidos.
P. ¿Hemos llegado a tal nivel de conocimiento que es la ciencia el único horizonte a seguir por el ser humano? ¿Ha desplazado a otras disciplinas más especulativas?
R. Para algunos, así es. Pero creo que esto es una posición errónea. Los avances espectaculares de la ciencia no la convierten en la única fuente de autoridad epistémica en todos los asuntos. La ciencia también tiene límites. Por mucho que estos límites vayan ensanchándose con el tiempo, en cada momento histórico su conocimiento del mundo es parcial y no hay ninguna razón de peso para pensar que esto no seguirá ocurriendo en un futuro previsible. Hay aspectos de la realidad que no tienen explicación científica y no podemos asegurar que la vayan a tener pronto, e incluso hay otros en los que no parece que sea pertinente el enfoque científico para tratarlos adecuadamente. Seguirá habiendo temas que, por falta de datos, por insuficiencias metodológicas, por limitaciones técnicas, por su generalidad o radicalidad, o por la mera finitud de la mente humana, las distintas ciencias no podrán abarcar de forma adecuada. Pero, además, hay asuntos, especialmente asuntos humanos (que también son naturales en cierto sentido del término), que no quedarían jamás exhaustivamente entendidos mediante un enfoque científico de los mismos por mucho que éste consiga profundizar en sus análisis.
P. ¿Qué nombre de la filosofía de la ciencia marcó un antes y un después de la disciplina?
R. Probablemente desde fuera de la filosofía de la ciencia se mencionaría el nombre de Karl Popper, un filósofo que fue en su momento tan influyente que la imagen de la ciencia que predomina en buena parte de los científicos proviene de él: la idea de que la ciencia se caracteriza por ser conocimiento falsable. Pero me parece que los filósofos de la ciencia nos inclinaríamos más por mencionar el nombre de Thomas Kuhn, quien, con su libro de 1962 La estructura de las revoluciones científicas, hizo entender que la imagen en exceso racionalista de la ciencia que habían dado los neopositivistas y Popper se ajustaba con dificultad a muchos episodios reales de cambio de teorías (paradigmas, en su terminología) y que los factores sociales habían tenido un peso en dichos cambios que los filósofos de la ciencia habían tendido a ignorar.
P. ¿De qué forma condiciona la ética o la moral del científico en su labor investigadora?
R. Supongo que eso depende mucho de cada científico. Lo que sí se puede decir es que los controles éticos y legales de la ciencia y la tecnología son cada vez mayores. En la actualidad, por ejemplo, no se puede llevar a cabo ningún ensayo o experimento con animales que no haya pasado por un control ético por parte de comisiones creadas a tal efecto, que velan para que se minimice al máximo el número de animales empleados y el sufrimiento causado. Una disciplina como la bioética es ya elemento fundamental en la investigación científica y ha sido desarrollada sobre todo por los propios científicos. Hay quien reclama también la necesidad de una tecnoética o de una ética para la inteligencia artificial. No me cabe duda de que ese será un tema al que se le prestará gran atención en los próximos años. Son los científicos concernidos los que reclaman orientación en estos asuntos, como se vio claramente a raíz del nacimiento de las dos hermanas manipuladas genéticamente por el biólogo chino He Jiankui.
P. ¿Debe tener en cuenta la ciencia y su vertiginosa capacidad para la creación de nuevos conocimientos a la filosofía de la ciencia? ¿Cuál de las dos debe figurar en primer lugar a la hora de actuar?
R. Se puede hacer buena ciencia sin tener conocimiento alguno de filosofía de la ciencia, como lo prueba a diario el trabajo de muchos buenos científicos a los que no les interesa la filosofía. Aunque también es cierto que hay casos de científicos a los que sus conocimientos filosóficos les han ayudado notablemente en su trabajo. Es el caso del físico Ernst Mach a finales del XIX, quien realizó una crítica demoledora de los conceptos de espacio y tiempo absolutos, o de Einstein y Bohr en la primera mitad del XX. A veces les digo a mis alumnos que uno de los debates filosóficos más importantes del siglo pasado fue el que mantuvieron Einstein y Bohr sobre los fundamentos de la teoría cuántica. En la actualidad, por poner otro ejemplo, los filósofos de la biología han hecho contribuciones importantes en el tema de la selección de grupos, en el de los distintos niveles sobre los que opera la selección natural o en la clarificación del concepto de eficacia biológica (fitness).
P. ¿Qué relación tiene la filosofía de la ciencia con la tecnología? ¿Qué otros ámbitos forman su campo de estudio?
R. La filosofía de la ciencia mantiene una relación muy estrecha con la filosofía de la tecnología porque, al menos desde después de la Segunda Guerra Mundial, con el surgimiento de la tecnociencia, es muy difícil considerar por separado ciencia y tecnología. No son la misma cosa, pero su unión es ya inextricable. La ciencia actual no puede realizarse sin la ayuda de instrumentos basados en una tecnología muy sofisticada y, a su vez, esa tecnología no sería posible sin los avances teóricos realizados por la ciencia. Estudiar la ciencia actual significa inevitablemente estudiar también la tecnología. Hay otras disciplinas que son importantes para el desarrollo de la filosofía de la ciencia. Por ejemplo, aunque la separación es cada vez mayor, la epistemología, es decir, teoría del conocimiento en general, sigue proporcionando nociones imprescindibles. Tampoco podría hacerse filosofía de la ciencia de espaldas a la historia de la ciencia y de la tecnología, a la sociología de la ciencia, o al campo que se conoce como Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) o, en el mundo anglosajón, Estudios Sociales de la Ciencia. En los últimos tiempos ha habido un retorno de los problemas relacionados con la ontología, de modo que la metafísica también está resultando de gran ayuda. Un camino, por cierto, que está teniendo retorno, puesto que la metafísica basada en la ciencia ha experimentado un auge que algunos estimaban ya imposible.
P. ¿Es posible identificar ciencia y verdad? ¿Cómo se relacionan estos conceptos?
R. No se las puede identificar, entre otras razones porque hay también verdades fuera de la ciencia. Ahora bien, desde la perspectiva del realismo científico, que es la que yo defiendo, el objetivo principal de la ciencia (aunque no el único) es conseguir explicaciones (aproximadamente) verdaderas de los fenómenos, y cuando las consigue, esas explicaciones suelen ser exitosas a la hora de hacer predicciones sobre fenómenos futuros (aunque no siempre), así como útiles para basar en ellas nuevas realizaciones tecnológicas. De acuerdo con el realismo científico, las teorías que contienen un buen número de explicaciones de este tipo pueden considerarse también como aproximadamente verdaderas, aunque versen sobre entidades teóricas inobservables, como los quarks o las cuerdas. Eso no significa que todo lo que haya dentro de ellas deba ser considerado como verdadero. Pueden contener modelos explicativos que se sabe que son irreales o tan idealizados que pueden ser considerados como falsos (un péndulo ideal, un gas ideal, o una población infinita no existen). Pero, aun así, el conjunto teórico se aproxima a la verdad en el sentido de la correspondencia con los hechos. No todos los filósofos de la ciencia ven, sin embargo, este asunto del mismo modo. La principal postura rival a esta que he descrito se conoce como empirismo constructivo y mantiene que en el único ámbito en el que podemos hablar de verdad en la ciencia con garantías epistémicas suficientes es en el puramente observacional, es decir, el nivel de las afirmaciones o predicciones sobre fenómenos concretos que pueden ser observados. Pero cuando ascendemos al nivel teórico, al nivel en el que intervienen términos que se refieren a entidades o procesos cuya existencia se postula, pero que no son directamente observables, lo prudente es suspender el juicio sobre su verdad y sostener únicamente que se trata de enunciados “empíricamente adecuados”. Hay también quien prefiere desterrar la noción de verdad, debido a lo problemática que resulta, de cualquier descripción de la ciencia. Suelen ser instrumentalistas que piensan que las teorías científicas deben ser interpretadas solo como herramientas conceptuales útiles para resolver problemas y generar tecnología. Y aún hay otras muchas posiciones al respecto que introducen matices.
P. ¿Qué lugar debe ocupar la ciencia en situaciones tan complejas como la epidemia que estamos atravesando?
R. La investigación científico-técnica puede considerarse hoy como uno de los principales factores que configura nuestras sociedades e incluso la marcha histórica de la humanidad. Durante la pandemia de Covid-19 esto se ha hecho particularmente claro para mucha gente. La opinión de los científicos ha marcado las políticas que se han llevado a cabo en los países que mejor han controlado la situación y todos (o casi) esperamos que la ciencia encuentre una vacuna efectiva para poder pasar en nuestras vidas la página de estos meses tan difíciles. Para conseguir esto, para marcar el rumbo de la vida de los seres humanos y modificarla hasta extremos impensables hace tan solo un siglo, la ciencia y la tecnología han tenido que cambiar sustancialmente con respecto a sus orígenes (los de la ciencia en el siglo XVII y los de la tecnología basada en la ciencia en el siglo XIX). Aunque también hay que decir que esta imagen pública positiva de la ciencia y esta influencia cultural se está viendo contrarrestada en los últimos años, al menos en los países desarrollados, por el auge de los negacionismos, de las pseudociencia y de la anticiencia. En estos meses de pandemia hemos tenido oportunidad de ver los efectos destructivos que estos movimientos producen. Es de suponer que seguirán siendo minoritarios, pero resulta preocupante comprobar su creciente apoyo social.