Con motivo de la exposición Color. El conocimiento de lo invisible, que podrá verse desde el 16 de junio en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid, me he preguntado cómo sería mi vida si no pudiese apreciar los colores, si todo se redujese a la percepción de las fronteras que limitan los cuerpos-objetos y de las texturas de sus superficies, situación que conocen bien los invidentes. Los colores alegran o entristecen nuestros días, nos diferencian en preferencias, guían incluso algunas de nuestras actividades. Admiramos a los artistas que los manejan con una sensibilidad y capacidad de discernimiento imposible de alcanzar para el común de los mortales. Pero, ¿qué es el color?
Los objetos no tienen color, lo que hacen es reflejar las radiaciones electromagnéticas que reciben. Y es finalmente el cerebro el que “interpreta”, produciendo la sensación de color
La física no tiene dudas al respecto. Sabedora de que la luz es una onda, esto es, la vibración del “portador” –el campo– de la fuerza electromagnética, centra su definición en la denominada “longitud de onda”, la distancia entre los picos (o las simas) de esa oscilación. El espectro (rango de variación) de la longitud de onda del campo electromagnético es muy amplio; avanzando de las longitudes más largas a las más cortas, se pueden clasificar como ondas radio, microondas, infrarrojo, visible, ultravioleta, rayos X y rayos gamma.
La “ventana visible” para los humanos es estrecha; en realidad nos movemos por el mundo como si estuviéramos sumidos en una espesa niebla que limita seriamente nuestras percepciones: el Universo es mucho más “polícromo”. Se fue verdaderamente consciente de semejante “policromía” cuando en el siglo pasado se iniciaron las observaciones astrofísicas en el rango de las ondas radio (radioastronomía). Se supo entonces que existía mucho más “de lo que ve el ojo”: cuerpos no imaginados como los púlsares o los cuásares. Recuerdo una visita que hice al complejo astronómico del Roque de los Muchachos en La Palma: cuando por la noche entré en algunas de las salas en las que trabajaban los astrofísicos pude observar las pantallas de los ordenadores que recogían los datos obtenidos, y en las que aparecían imágenes muy alejadas de lo que entendemos por “imagen”.
De hecho, los objetos no tienen color, lo que hacen es reflejar las radiaciones electromagnéticas que reciben; éstas llegan a nuestros ojos, primero a la córnea, que inclina la luz a la pupila, que regula la luz que alcanza el cristalino, desde donde pasa a la retina, un conjunto de células fotorreceptoras situadas en el fondo del ojo. Y es finalmente el cerebro el que “interpreta” todos estos mecanismos produciendo la sensación de color. De esta manera la ciencia del color pasa de la física a la biología y a la neurología. Y puede suceder que algunas de estas células tengan defectos genéticos, lo que ocasiona la imposibilidad de distinguir algunos colores, habitualmente el rojo, el verde y ocasionalmente el azul. Es el “daltonismo”, en honor de John Dalton (1766-1844), que lo describió en 1794.
No es correcto, en cualquier caso, reducir la noción de color a longitudes de onda, entendidas estas en el contexto de la teoría, “clásica” (esto es, no acorde con los principios de la física cuántica) del campo electromagnético, que introdujo en la década de 1860 el físico escocés James Clerk Maxwell. Al llegar la radiación al ojo es preciso recurrir a la física cuántica, ya que hay que basar nuestras explicaciones aceptando que lo que alcanza la retina son “cuantos de luz” –las unidades que según la teoría cuántica componen la luz– que interaccionan con las células fotorreceptoras.
La historia de la ciencia incluye episodios memorables relativos al color. Es obligado mencionar en primer lugar a Isaac Newton, quien en 1666, utilizando un prisma de cristal, mostró que la aparentemente indivisible luz “blanca” está compuesta de una combinación de diferentes colores elementales, como muestra con particular claridad el arco iris, producto de un fenómeno similar al del experimento de Newton pero con gotas de lluvia desempeñando el papel de prismas. Otro problema particularmente interesante es el estudio de qué colores se pueden obtener a partir de la combinación de otros. Thomas Young (1773-1829) sostuvo que existían tres “sensaciones elementales de color” –para él, rojo, verde y violeta– de cuya combinación, pensaba, se producen todas las sensaciones de color.
Otros dieron preferencia a rojo, verde y azul, pero de hecho no es posible obtener todos los colores, aunque sí muchos, mediante una mezcla de tres colores primarios. También Maxwell se ocupó de esta cuestión, para lo cual utilizaba discos de papel de diferentes colores y una especie de peonza en la que los colocaba. Aplicó, asimismo, sus investigaciones a la fotografía: el 17 de mayo de 1861, durante una conferencia, proyectó la primera fotografía en color tricromática. También Santiago Ramón y Cajal se ocupó de este asunto en un libro que publicó en 1912: La fotografía de los colores. Fundamentos científicos y reglas prácticas (1912): “De acuerdo con la teoría de Young, Helmholtz, Maxwell, etc., desígnase colores fundamentales o primarios los que, ocupando en el espectro grande extensión, provocan en nuestro ojo, aislados o combinados dos a dos, todos los colores de la naturaleza, y juntos el blanco y el gris. Tales son el azul violado, el verde y el rojo anaranjado”.
Como se ve, hay mucha ciencia en los colores. Y eso que no he mencionado nada sobre otros temas, como lo que significó, a partir de la década de 1930, la aplicación de la química orgánica a la producción de tintes artificiales. Color: física, biología, neurociencias, química e industria.