Ha dedicado 35 años de su vida a estudiar los mecanismos del envejecimiento. José Viña Ribes (Valencia, 1953) es uno de los pioneros en el estudio de un estado fisiológico que, aclara, “no es una enfermedad” pero sí un proceso, el del envejecimiento de la sociedad, del que se ha empezado a tener consciencia en las últimas dos décadas. “Hoy ya es un hecho muy claro pero es importante que no lo veamos como una situación problemática sino como un reto: podemos conseguir tener una sociedad mayor pero muy feliz”, sentencia el catedrático de Fisiología de la Universidad de Valencia y Premio Nacional de Investigación en Biomedicina de 1998.

"Todos los órganos no envejecen a la misma velocidad. El cerebro es uno de los más afectados por la relativa rapidez de su proceso y por lo irreversible de algunos de los cambios"

Para ello, subraya, debemos entender los procesos fundamentales del envejecimiento, especialmente para prevenir los efectos asociados a lo que llama la “fragilidad” y a enfermedades como el Alzheimer. “Hay que evitar la dependencia. Si no hacemos algo, en veinte años la mitad de la población de más de 65 años será dependiente”. Las cifras que baraja el investigador valenciano desvelan que un tercio de las personas de más de 65 años ya lo son. Su cálculo estima que el gasto de una persona dependiente es de unos 14.000 euros al año, lo que supone un total de 18.000 millones dedicados a personas en esta situación. Lo más importante, en su opinión, es que la transición de la fragilidad a la dependencia puede retrasarse.

Pero Viña no está solo. Además de haber sido apoyado por la Fundación Ramón Areces en su última convocatoria en Ciencias de la Vida y de la Materia (y de participar en su primer Nobel Prize Dialogue en 2019 sobre 'El futuro del envejecimiento') colabora con el doctor Rafael de Cabo en Baltimore, con la doctora Ana María Cuervo en Nueva York, con Jeremy Watson en la Universidad Johns Hopkins y con Manuel Serrano y Pura Muñoz en Barcelona. Casualmente, mientras se produce esta entrevista recala en el Centro Príncipe Felipe de Valencia la exposición A vivir que son cien años, organizada por el CSIC.

Pregunta. ¿A qué denominamos “fragilidad” en el envejecimiento?

Respuesta. Es un síndrome clínico geriátrico que muestra el deterioro de una persona y que se puede detectar mediante prácticas clínicas sencillas, como por ejemplo la capacidad de levantarse de una silla, coger una botella que pese, la velocidad de marcha y la pérdida de peso espontánea, entre otros. Constituye lo que conocemos como un fenotipo, es decir, un aspecto general de la persona que nos indica que pronto va a pasar a la dependencia.

P. Otro concepto que utiliza es el “colapso energético”…

R. Sí, asociado a la edad se refiere a cómo las personas mayores pierden la capacidad de obtener suficiente energía para mantener la vitalidad. Un orgánulo fundamental en el envejecimiento es la mitocondria, que tradicionalmente se concibe como la planta energética de la célula. Hace años demostramos en el laboratorio por primera vez que las mitocondrias estaban dañadas en el interior de las células de animales mayores. El desafío fundamental, y sobre el que estamos trabajando muchos grupos, es el de revertir ese daño y vigorizar las células para así resolver el colapso energético producido.

P. ¿Qué le parecen los trabajos de Maria Blasco sobre telómeros?

R. Excepcionales. Ha hecho contribuciones del máximo nivel analizando el papel de la telomerasa y los telómeros en varios procesos fundamentales de la biología tanto en lo que respecta al envejecimiento como al cáncer. Es un ejemplo de inteligencia, dedicación y éxito en los esfuerzos para aclarar los mecanismos fundamentales de la biología.

P. ¿Qué papel juega el cerebro en el envejecimiento? ¿Sigue las mismas pautas que otros órganos?

R. Todos los órganos no envejecen a la misma velocidad. El cerebro es uno de los más afectados por la relativa rapidez de su proceso y por lo irreversible de algunos de los cambios. Muchas investigaciones se están centrando en estudiar cómo actúa. También en enfermedades relacionadas con él como el Alzheimer, donde se está haciendo un esfuerzo tremendo para entender sus mecanismos, que son muy variados y complejos.

P. ¿Podrá pararse el avance de la enfermedad preventivamente?

R. Tengo una esperanza razonable de que se pueda retrasar, en unos años, la transición del deterioro cognitivo a la demencia de tipo Alzheimer. No creo que esté en manos de la ciencia actual en revertirlo completamente pero veo, no lejos, mantener al paciente y a su cerebro en unas condiciones que no se deterioren tan rápidamente como ocurre ahora. Para ello, es fundamental el diagnóstico precoz.

P. ¿De qué forma podemos intervenir en nuestros hábitos?

R. Existen bastantes medidas que podemos tomar pero las dos más importantes son el ejercicio físico y la nutrición. Se debe abandonar, por insuficiente, la idea del “paseo saludable”. Se trata de ejercicios específicos que solo los profesionales expertos pueden dirigir. El ejercicio, a ser posible social (con otras personas), es la decisión de salud más importante que se puede tomar después de iniciativas como dejar el tabaco. Es una enorme oportunidad para mejorar la calidad de vida de las personas mayores. Eso sí, quiero advertir que ejercicios que pueden servir a una persona joven pueden no ser útiles para una mayor. Es importante que nos demos cuenta de la trascendencia que tiene que la gente se encuentre bien haciendo ejercicio, que se reduzcan las visitas a los centros de salud a la mitad.

P. ¿Ocurre lo mismo con la alimentación?

R. Casi el 40 por ciento de las personas de más de 65 de Europa están deficientes de proteínas. Se puede compensar tomando suplementos cuando por razones de edad no se puede tener una dieta óptima. En el siglo XXI no estamos intentando lograr una nutrición mínima. Eso era de principios del siglo XX. Lo que queremos ahora es una nutrición para llegar a un envejecimiento saludable. El concepto ha cambiado. Es más difícil de lograr pero tampoco es extremadamente complicado.

@ecolote