¿Quiénes son los culpables del cambio climático?
Fernando Valladares
Profesor de Investigación de CSIC
Una ocasión de oro
Glasgow albergará la cumbre de Cambio Climático en plena temporada de inundaciones. Hace unos 30 años, las inundaciones históricas en la ciudad provocaron el desbordamiento del río Clyde, la muerte de dos personas y enormes daños materiales. El centro de convenciones que ahora albergará a los líderes mundiales y a miles de expertos climáticos tuvo que clausurarse. Aunque es improbable que tenga que volver a cerrarse ahora por nuevas inundaciones, Escocia es territorio en riesgo. La Agencia Escocesa de Protección del Medio Ambiente calcula que unas 170.000 personas de Glasgow y sus alrededores corren el peligro de sufrir inundaciones, cifra que aumentará un 30% en 2080 por el Cambio Climático. Precisamente del año que se viene a hablar en la COP26. Aunque el Reino Unido tiene uno de los objetivos más agresivos del mundo para descarbonizar su economía, el Comité de Cambio Climático del país ha advertido que no se está haciendo lo suficiente para proteger a los ciudadanos británicos de los impactos del calentamiento global. Y eso que el país anfitrión de la COP26 ha planteado una reducción del 70 % de las emisiones para 2030 que deja muy atrás el 55 % de la Unión Europea y ridiculiza la ambición española establecida en un 23 %.
El formato y la rigidez normativa de las cumbres del clima, y los pasos que deben dar los países firmantes, generan discursos, negociaciones y conversaciones vacíos e interminables
A pocas horas para su inicio, posiblemente la cumbre del clima más importante desde la que dio lugar al Acuerdo de París en 2015, el activismo ambiental no se muestra muy optimista. Greta Thunberg ha resumido el sentir de este extenso colectivo con su crítica al ‘blablablá’, al greenwashing y al simbolismo de los gobiernos y las grandes corporaciones. Todo indica que seguiremos en una situación en la que las palabras reemplazan a la acción. El formato y la rigidez normativa de las cumbres del clima, y los pasos que deben dar los países firmantes del convenio, generan discursos, negociaciones y conversaciones vacíos e interminables. Aunque nadie puede negar la importante atención mediática que reciben estas cumbres. Una oportunidad de oro para darle la máxima prioridad a la mitigación del Cambio Climático en las agendas políticas y económicas. Una ocasión que no deberíamos desaprovechar
La humanidad ha experimentado en 2020 y 2021 lo que es una emergencia global. Los gobiernos movilizaron grandes recursos para afrontar la Covid-19. La crisis climática debería enfocarse de manera similar, como una auténtica emergencia global. Pero no es el caso. No todos los países han planteado la salida de la crisis sanitaria de la misma forma, aunque predomina el regreso a una economía muy intensiva en carbono. Como si no hubiéramos aprendido nada, como si el sentimiento de vulnerabilidad ante la pandemia se haya disipado sin posibilidades de inspirar acciones preventivas ante el Cambio Climático. Muchos ojos están puestos en la COP26. Movimientos ambientalistas y juveniles de cientos de países, científicos de todas las disciplinas, intelectuales y ciudadanos de todos los rincones del planeta. Para todos ellos es una reunión clave. La COP26 se celebrará en un momento histórico.
Antonio Ruiz de Elvira
Catedrático de Física Aplicada
Energía y financiación
Este domingo comienza en Glasgow una más de las “Conferencias de los Interesados” (“Conference of the Parties”) que tratan de conseguir avances en la implantación de medidas eficaces para frenar el Cambio Climático. En la COP21 de París, los Estados se comprometieron por escrito a poner en marcha esas medidas, pero han pasado seis años y no se vislumbra ningún efecto en las emisiones de gases de efecto invernadero. Si observamos la curva de crecimiento de CO2 vemos como ha seguido creciendo exactamente igual que desde que comenzaron las medidas. Ni siquiera la pandemia ha sido capaz de frenarla.
En esta COP26 los Estados deben mantenerse firmes en forzar a las empresas a sentar las bases de sus futuras ganancias con inversiones en el presente y sin empobrecer a los ciudadanos
El aumento de concentración de CO2 en la atmósfera y el consiguiente aumento de metano producen, desde ahora y durante al menos 120 años, un aumento de la temperatura media global del planeta y, como muestran todas las medias, un aumento de las temperaturas extremas, entre otras las del Ártico. Este aumento de temperaturas en el Polo Norte cambia la circulación de la atmósfera y propicia fenómenos como las altísimas temperaturas en el noroeste americano y en Finlandia, inundaciones en Alemania, secuencias constantes de gotas frías en España, incendios, y demás fenómenos meteorológicos. Daños que se contabilizan en cientos de miles de millones, y que nos empobrecen a todos.
Esta COP26 se va a dedicar a los problemas de financiación de las medidas para frenar las emisiones de esos gases contaminantes, que no son otras que sustituir la energía obtenida de la quema de combustibles fósiles por la obtenida directamente desde el Sol, mediante centrales fotovoltaicas, termosolares y eólicas. Realmente es difícil entender por qué hay problemas de financiación para esto. Las grandes petroleras no tienen esos problemas para montar plataformas de extracción en lugares como la costa norte de Alaska. Está claro que tampoco tendrían problemas para montar de forma masiva centrales solares de cualquier tipo. Las empresas de fabricación de vehículos no tienen problemas para fabricarlos si sus motores utilizan derivados del petróleo. Tampoco tienen, por tanto, problemas para hacerlo si son eléctricos.
Ahora bien, con la excusa de que los ciudadanos quieren ahorrarse el empobrecimiento que supone el Cambio Climático, esas mismas empresas quieren que esos ciudadanos financien los cambios necesarios en sus factorías, transformaciones que en buena lógica deben asumir los empresarios, pues ganarán dinero con ellos, más o menos, más pronto o más tarde, pero ganarán dinero, como han ganado con las tecnologías anteriores. Una cultura anticapitalista promovida por los propios capitalistas es algo bastante común, aunque se entiende mal. Ha ocurrido, por ejemplo, con las centrales nucleares españolas. En esta COP26 los Estados deben mantenerse firmes en forzar a las empresas, mediante los inmensos recursos que detentan, a sentar las bases de sus futuras ganancias con inversiones en el presente y de ninguna manera aceptar que esas inversiones deban empobrecer hoy a nuestros ciudadanos.