A falta de unas pocas horas para que concluya la Cumbre del Clima de Glasgow (la llamada COP26), el balance que de ella hacen científicos y activistas es unánimemente agridulce, o peor. Como suele pasar en estas conferencias multilaterales, los intereses particulares y cortoplacistas de cada país, sumados al consenso necesario de los casi 200 países participantes, hace prácticamente imposible llegar a compromisos firmes que agarren el toro por los cuernos para lograr ese objetivo que se ha repetido estos días como un mantra y que casi nadie se cree: limitar el aumento global de la temperatura a 1,5 ºC reduciendo el 45% de las emisiones de los gases de efecto invernadero antes de 2035 y reducirlas a cero en 2050. Antes de empezar la cumbre se repetía una y otra vez que esta era quizá la última oportunidad para salvar el planeta y que, como afirma el historiador de la ciencia José Manuel Sánchez Ron, hace tiempo que rebasamos el tiempo de las palabras, hay que pasar a la acción.
A estas horas se está ultimando la declaración final de la COP26, aunque nadie prevé que haya cambios sustanciales con respecto al último borrador lanzado esta mañana, y que pide a los países “acelerar la eliminación progresiva de la energía de carbón y de los subsidios ineficientes para combustibles fósiles”. Para Fernando Valladares, profesor de Investigación del CSIC y uno de los principales científicos españoles especializados en la ecología y el cambio climático, “las declaraciones finales de las COP siempre son imprescindibles pero insuficientes”. Al menos, opina, poner negro sobre blanco el tema de los subsidios a las fuentes de energía contaminantes hará que a los países “les dé vergüenza” hacerlo.
La declaración final de la COP26 también propone que los países más ricos doblen su contribución al fondo común para ayudar a los países menos desarrollados a luchar contra el cambio climático. “De esto se lleva hablando mucho tiempo. Se supone que se iban a dar 100.000 millones de dólares a los países en vías de desarrollo. Se ha ido pagando una parte, pero en diferido y de una manera no muy clara. En vez de hacer grandes promesas, deberían decir cuánto, cuándo y cómo se va a pagar”, opina Valladares.
Pero no todo son quejas. Entre las cosas buenas que ha dejado esta cumbre es una mayor defensa, al menos sobre el papel, de los bosques frente a la deforestación, así como el protagonismo “merecido” que ha ganado la conversación sobre el metano, que es el gas de efecto invernadero que según las estimaciones provoca el 25% del cambio climático. 103 países han firmado un convenio para reducirlo un 30% de aquí a 2030. No obstante, este centenar de países forman parte del grupo de “los que no tienen mucho que perder y sí mucho que ganar, porque están desesperados. Se ponen de acuerdo enseguida, pero su capacidad de cambiar el equilibrio de emisiones es muy escasa”, señala el científico del CSIC. Por eso aconseja leer con cautela los titulares sobre los acuerdos climáticos.
En el extremo opuesto se encuentra un segundo grupo de países, conocidos como los villanos del clima, “que siempre se quieren librar de cumplir con su parte, entre los que están China, India, Rusia, Emiratos Árabes Unidos o Arabia Saudí”, afirma Valladares. Y en un terreno intermedio se encuentra, por ejemplo, la Unión Europea, “que no está tan unida como parece, como demuestra la pretensión de Francia de que la energía nuclear sea considerada una energía verde”. Según el profesor, la UE tiene un papel importante a la hora de romper equilibrios, ganar adhesiones, y tiene una política más ambiciosa, aunque su huella de carbono es más grande, así como su legado histórico contaminante.
Otra buena noticia, que ha llegado un poco por sorpresa, es el acuerdo bilateral al que han llegado Estados Unidos y China, los dos principales países emisores de gases de efecto invernadero. Se trata, explica Valladares, de “una declaración bastante firme” de mantener un diálogo abierto entre ambos países para tratar las cuestiones relacionadas con el cambio climático. “Es algo que no se consideraba posible en la era Trump y tampoco en la anterior COP de Madrid”. Es, como el texto de la declaración final de la cumbre, “un paso imprescindible, pero no basta con eso”.
En sentido contrario, otro de los países más poblados y más contaminantes, en este caso India, ha anunciado un retraso de 20 años en la fecha en la que prevé alcanzar la neutralidad en carbono, de 2050 a 2070. Para Valladares se trata del típico caso que puede verse como un vaso medio vacío o medio lleno. “Es mil veces mejor tener un plan y reconocer que llegarán más tarde que no decir nada y no cumplir nunca”, opina el científico. También China anunció el año pasado que alcanzará la neutralidad en carbono en 2060 y no en 2050. “El problema de ambos países es que han invertido mucho dinero en centrales de carbón y tienen que rentabilizar esa inversión”, explica Valladares.
Por su parte, Joe Biden, el actual presidente de Estados Unidos, “al principio de su mandato pensaba que podría ser más independiente y subir mucho el pago compensatorio que hacen las empresas de su país por la emisión de CO2, pero ha recibido presiones de las grandes corporaciones”, señala Valladares. “Por cada tonelada, hace unos años se pagaban apenas 5 dólares, ahora está en torno a los 50, y Biden pretendía subirlo a 100”.
Otro acuerdo forjado durante la COP26 es el que han firmado 30 países y seis fabricantes de automóviles para dejar de producir vehículos con motor de combustión en 2035. “Es una buena noticia, son seis fabricantes muy importantes que mandan una señal clara al resto del mercado, y puede tener un efecto positivo no solo en su imagen de marca. Aunque, por otra parte, los coches eléctricos tampoco son la panacea, tienen sus ventajas pero en su construcción se producen muchas emisiones y las baterías son polémicas porque los minerales con los que están compuestas no son infinitos. En cualquier caso, ayudan a ir situándonos en la buena senda”, concluye el experto.
Antes de empezar la COP26, Valladares exponía en las páginas de El Cultural que los gobiernos deberían abordar la crisis climática de manera similar a como lo han hecho con la pandemia de coronavirus, "como una auténtica emergencia global. Pero no es el caso". La amenaza del virus fue claramente percibida por todo el mundo como algo tangible y cercano, mientras que el cambio climático aún es percibido "como una abstracción", lamenta el científico, a pesar de todos los efectos que ya está causando alrededor del planeta. También explicaba en su artículo cómo el Reino Unido, anfitrión de esta COP26, tiene actualmente un plan de lucha contra el cambio climático muy ambicioso, ya que ha planteado "una reducción del 70 % de las emisiones para 2030 que deja muy atrás el 55 % de la Unión Europea y ridiculiza la ambición española establecida en un 23 %".