El Parque Natural de Cumbre Vieja de La Palma era el 19 de septiembre un motor en combustión. El magma se abría camino a más de 12 kilómetros bajo su paradisíaco manto de biodiversidad. Preparaba silenciosamente su asalto en estratégicas cámaras que propiciaban el factor sorpresa. Nadie esperaba que su furia, agazapada por la presión de los tubos volcánicos, rompiera la “calma” de una pandemia convertida, hasta ese momento, en la única amenaza para el ser humano. A punto de cumplirse cien días (el próximo día 27) de aquella desatada furia cabe preguntarse qué nos ha enseñado el fenómeno y cómo sacar rendimiento a las huellas dejadas por este monstruo tan bello como cruel.
Los frentes a estudiar han sido muchos: los conos volcánicos, el ritmo de las lavas y sus deltas, la propagación del magma en la corteza, la dispersión de las cenizas, los parámetros de comportamiento… El leviatán ha luchado por ser más fuerte que las erupciones vecinas de El Charco (1712), San Juan (1949) o Teneguía (1971). Y lo consiguió. “La larguísima historia magmática de las Canarias ofrece condiciones para que el magma alcance, como en Hawái, fenómenos muy explosivos”, explica a El Cultural Gianfilippo De Astis (Bari, 1962), del Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología de Roma. De Astis lo describe “como un volcán con actividad efusiva y una actividad explosiva que varía entre un tipo hawaiano-stromboliano y uno con explosiones de energía más alta, con columnas de cenizas capaces de alcanzar los cinco kilómetros”.
Los continuos datos geológicos, geofísicos y geoquímicos han desbordado el día a día en Cumbre Vieja. Pese a todo, la incertidumbre ha sido la gran protagonista de unas jornadas interminables en las que su caprichosa voluntad ha puesto en jaque a la comunidad científica y a los vecinos de la zona, que han visto cómo se transformaba en poco tiempo el paisaje de su tierra mientras se tragaba literalmente casas, parcelas, campos de cultivo y pertenencias. Los datos del sistema Copernicus fueron de gran ayuda en la crisis. “El uso de drones ha sido fundamental -explica Inés Galindo Jiménez (Telde, Las Palmas, 1973), coordinadora del grupo del Instituto Geológico y Minero de España (CSIC)-. Nos han servido, por ejemplo, para realizar la cartografía de las lavas y de los centros de emisión, la identificación de los flujos activos y la inspección de taludes con probabilidad de desprendimiento”.
Esos mismos ingenios voladores nos han mostrado un cono del que es muy probable que no vuelva a surgir nuevas erupciones. La futuras reactivaciones se realizarán, en todo caso, a través de otras fisuras. Meritxel Aulinas (Gerona, 1976) lo califica, desde la Facultad de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Barcelona, de monogenético: “Dentro de este tipo de volcanes, el de Cumbre Vieja, al igual que sus predecesores históricos, es un cono de escorias. Estos conos suelen ser circulares o a veces elongados en planta con cráteres circulares o en ocasiones en forma de herradura, como en el caso del Teneguía. En Cumbre Vieja los conos de escorias se han formado por acumulación de materiales piroclásticos (picón principalmente) expulsados durante la erupción”.
28 de septiembre. Once de la noche (hora canaria). La colada llega al borde del acantilado de Playa Nueva. La tecnología vuelve a ser esencial para la monitorización de los efectos del volcán en la costa y en los fondos marinos. Juan Tomás Vázquez Garrido (Albolote, Granada, 1962), destaca desde el Centro Oceanográfico de Málaga (IEO-CSIC) la monitorización de los cambios producidos mediante una sonda de batimetría multihaz de alta resolución: “Obtiene hasta 400 datos en cada pulso acústico que realiza, distribuido en una anchura que es aproximadamente 2,5 veces la profundidad. Además, hemos realizado transectos con el Rov Liropus (submarino no tripulado) que va equipado con cámaras de alta definición. Hemos filmado también los fondos afectados por la caída de las cenizas e hialoclastitas y los cubiertos por las coladas”. El equipo de Vázquez Garrido ha dispuesto además, desde los buques Margalef y Ángeles Alvariño, de un dispositivo en forma de brazo que le ha permitido obtener muestras de rocas, una roseta oceanográfica equipada con un carrusel de botellas para recoger muestras de agua a gran profundidad y sensores para caracterizar las variaciones de la columna de agua.
El leviatán ha luchado por ser más fuerte que las erupciones vecinas de El Charco (1712), San Juan (1949) o Teneguía (1971).
El PEVOLCA (Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias), donde están representados numerosos organismos científicos, no ha conocido el descanso. Tampoco el CSIC, que ha mantenido la vigilia a través de instituciones como los mencionados IGME e IEO y de otros como el Instituto de Geociencias (centro mixto en el que participa la Universidad Complutense de Madrid), instalando equipos de medida de inclinación y deformación del terreno, y el Instituto de Productos Naturales y Agrobiología (IPNA), encargado de realizar muestreos del proceso eruptivo para su estudio geoquímico y petrológico.
Adelina Geyer Traver (Barcelona, 1980) pertenece al GEO3BCN (Geociencias de Barcelona), que también depende del CSIC. La investigadora destaca la valiosa información obtenida gracias a la observación y el estudio de las erupciones en tiempo real, ya sea mediante equipos de recogida de cenizas, de toma de imágenes o de medición de gases, deformación y sismicidad: “Es muy útil por ejemplo poder relacionar los fenómenos que van ocurriendo a lo largo de la erupción con el tipo y aspecto de los depósitos que se van formando. Este conocimiento es el que nos permite reconstruir erupciones pasadas”.
Los registros de actividad sísmica, los fenómenos de deformación anteriores a la erupción, la migración de fluidos y los datos vía satélite nos proporcionarán las señales de futuras erupciones. “A medio plazo -concluye De Astis- se podrán obtener datos también de los productos volcánicos emitidos como xenolites, vidrios o cristales. También se podrá recoger información sobre el interior de la Tierra, ya que el magma del volcán se origina a una profundidad de decenas de kilómetros. Y comprenderemos mejor los efectos que la entrada del magma en el agua del mar ha tenido en la fauna y floras marinas”.