La semana pasada traté de las relaciones entre generaciones diferentes. Me referí al distanciamiento, cuando no, acaso, a cierto desprecio que parte de las generaciones actuales más jóvenes parecen sentir hacia los valores o modos de vida de quienes les precedieron. Es posible detectar tales sentimientos en numerosos ámbitos; en la política, por ejemplo, cuando se critica a la denominada Transición política que se produjo a partir de 1975 tras la muerte del antiguo jefe de Estado, el general Francisco Franco. No existe duda de que no se purgaron entonces no pocos comportamientos, ajenos a un Estado democrático, que tuvieron lugar durante las largas décadas de la dictadura franquista, pero quienes minusvaloran ahora aquella Transición cometen uno de los peores errores que se pueden producir en la Historia: el anacronismo, juzgar el pasado con los criterios y situaciones del presente.
Los descubrimientos de Leakey ayudaron a demostrar que los humanos proceden de África, y aunque él no se ocupó del origen más reciente de los Homo sapiens, contribuyó a ello
Aludí, asimismo, en mi artículo anterior, a que la ciencia se construye sobre pilares (generaciones) previos. Es famosa la frase que escribió Isaac Newton en una carta de 1676 a otro de los protagonistas de la Revolución Científica, Robert Hooke: “Si vi más lejos, fue porque permanecí a hombros de gigantes”. Sin embargo, mi intención cuando comencé a escribir ese artículo era solo tratar del reciente fallecimiento del paleoantropólogo y conservacionista Richard Leakey (1944-2022), pero, como bien saben los narradores, las historias terminan por adquirir vida propia.
Lo primero que quiero mencionar sobre él es que sus progenitores fueron los famosos paleoantropólogos Louis y Mary Leakey, recordados por sus numerosos descubrimientos de restos fósiles de homínidos, muchos de ellos realizados en el yacimiento de Olduvai, en Tanzania, yacimiento que José María Bermúdez de Castro, uno de los tres codirectores de Atapuerca, ha descrito de la siguiente manera en su último libro, Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana (Crítica, 2021): “Hace dos millones de años el lugar donde hoy se encuentra la garganta de Olduvai era un territorio muy apropiado para la vida de plantas y animales, con un magnífico lago donde encontrar todo tipo de recursos. En aquella región vivieron y murieron decenas de especies de vertebrados, incluidas dos de homínidos. Cuando el clima cambió y el lago desapareció, muchos de los restos óseos de aquellas especies fueron cubiertos por sedimentos arrojados por el volcán Ngorongoro, que en la actualidad está extinguido.
Poco a poco, los sedimentos de origen diverso cubrieron lo que un día fue un vergel, hasta que los restos quedaron enterrados a cien metros de profundidad. Mucho más tarde, los cursos fluviales de las llanuras del Serengueti horadaron los sedimentos y dejaron al descubierto los restos fosilizados de las especies que habían vivido durante el Plioceno y Pleistoceno”. Un buen ejemplo para apreciar lo cambiante que puede ser a largo plazo la superficie terrestre. Ciertamente, la trayectoria de Richard Leakey no se puede comprender sin tener en cuenta sus antecedentes familiares, lo que aprendió de la generación, encarnada en sus progenitores, que le precedió. Pero, por supuesto, no se reduce a esta influencia, puesto que introdujo sus propios gustos y valores, enriqueciéndola. Así, no mostró demasiado interés en el estudio de la evolución humana hasta 1967, cuando por un hecho casual inició exploraciones en Etiopía y más tarde en Kenia.
Sin tener un proyecto científico tan marcado como el de sus padres, su espíritu aventurero le llevó a realizar importantes descubrimientos, como los cráneos KNM-ER 3733 y KNM-ER 3883 (KNM corresponde a las siglas de ‘Kenia National Museum’), pertenecientes a homínidos de la especie Homo ergaster que vivieron cerca del lago Turkana hace unos 1,6 millones de años; o el hallazgo en 1984, por un miembro del equipo que dirigía, del famoso ‘Chico de Turkana’ (KNM-WT 15000), el esqueleto casi completo de un joven de unos 11-12 años de edad de la misma época que los cráneos.
Los descubrimientos paleontológicos de Richard Leakey – tarea, por cierto, en la que su esposa, Meave (Epps) Leakey (n. 1942), fue su mejor aliada– ayudaron a demostrar que los humanos proceden de África, y aunque él no se ocupó del origen más reciente de Homo sapiens contribuyó a ello impulsando expediciones paleontológicas en las que se encontraron restos fósiles de enorme importancia para estudiar algunos de los linajes que precedieron a nuestra especie, como, por ejemplo, la forma africana de Homo erectus. Persona comprometida con la sociedad en que vivió, utilizó su fama para promover la ciencia en su nativa Kenia (nació en Nairobi), donde llegó a ser miembro del Parlamento, pero sobre todo se implicó en proyectos de conservación de la naturaleza, entre ellos la lucha contra el comercio de marfil de los colmillos de los elefantes.
Releo ahora algunas de las frases, hace mucho olvidadas, que contiene un libro de Richard Leakey y de su colega Roger Lewin que adquirí hace muchos años, Los orígenes del hombre (Aguilar, 1980): “Hace casi tres millones de años, en un campamento próximo a la orilla oriental del espectacular lago Turkana, antiguo lago Rodolfo en Kenia, un ser humano primitivo cogió una piedra alisada por el agua, y con unos hábiles golpes, la transformó en un instrumento. […] Acelera los latidos del corazón la idea de que nosotros compartimos la misma herencia genética con las manos que dieron forma al instrumento que ahora podemos tener en las nuestras, y con la mente que decidió fabricar el útil que ahora contemplan nuestras propias mentes”.
Responder a la pregunta de cuáles han sido nuestros orígenes posee un inequívoco interés científico, pero no solo, ni tan siquiera fundamentalmente científico. Y Leakey era muy consciente de ello, y así dedicó el último capítulo de su libro a ‘El futuro de la Humanidad’. Allí escribía: “Necesitamos ahora angustiosamente tomar conciencia de que, independientemente de lo especiales que seamos como animal, todavía formamos parte del gran equilibro de la Naturaleza. A menos que adquiramos esa conciencia, la respuesta a cuándo podría desaparecer la especie humana será: ‘Más bien pronto que tarde’”. Y finalizaba: “Haber llegado a esta Tierra como el producto de un accidente biológico, sólo para desaparecer merced a la arrogancia humana, sería una ironía definitiva”. Amén