Este año no se ha diferenciado demasiado de 2021 en lo que a grandes avances científicos se refiere. Al igual que escribí en mi resumen de hace un año, en 2022 no se han producido novedades “rompedoras”, esas que cambian paradigmas científicos. Claro que si se repasa la historia de la ciencia esa es la situación más frecuente, aunque lo que recordemos sobre todo sean los avances espectaculares, los asociados a nombres como los de Copérnico, Newton, Lavoisier, Darwin, Pasteur, Planck, Einstein, Heisenberg, Hubble o Watson y Crick.
Mi hito favorito en 2022 es la llegada, en julio, de las primeras imágenes obtenidas por el telescopio espacial James Webb. Este extraordinario “mirador del universo” que puede ver más lejos que cualquier otro telescopio previo, esto es, observar al universo más temprano, obtendrá a lo largo de los próximos años datos que mejorarán o cambiarán nuestra visión del cosmos.
Otro logro, también espacial, que merece ser recordado es el choque en septiembre de la sonda DART de la NASA con el asteroide Dimorphos. Al margen de lo que esta prueba significa para la futura seguridad de la Tierra –pues tarde o temprano la ruta que sigue alguno de los muy numerosos asteroides de tamaño significativo que circulan por el sistema solar se encontrará con nuestro planeta–, el que haya sido posible planear y controlar semejante choque, a la distancia que se encuentra y a la velocidad con la que viaja DART, muestra el desarrollo que han conseguido la ciencia y tecnología espaciales.
Recientemente se ha sabido que el glaciar Thwaites de la Antártida, del tamaño de Nebraska, se está derritiendo a gran celeridad
Por su significado para combatir uno de los grandes males para la salud humana, como es el cáncer, destaco también el descubrimiento de las células malignas que se desprenden del cáncer de colon, y que, viajando por el torrente sanguíneo, invaden otros órganos, como el hígado, generando tumores secundarios mortales.
En mi artículo de diciembre del año pasado terminaba recordando el fracaso de la Cumbre Climática de Glasgow. Desgraciadamente, la situación no ha mejorado en la reciente Conferencia sobre el Cambio Climático, más conocida como COP 27, que se ha celebrado en noviembre en Sharm el Sheikh (Egipto). En ella se pretendía renovar y extender los acuerdos alcanzados en París en 2015, pero los resultados han sido muy modestos y, sobre todo, poco concretos, destacando, además, la incapacidad de llegar a acuerdos sobre descarbonización, esto es, no utilizar carbón en la producción de energía, pues el dióxido de carbono que se emite en ese proceso es, recordemos, un gas de efecto invernadero.
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En París se acordó tomar medidas para que el aumento de la temperatura global no excediera los 2 ºC, preferentemente limitarla a 1,5 ºC pero el Informe sobre Medioambiente de la ONU correspondiente a 2022 señala que las políticas actualmente en curso apuntan a un aumento de 2,8 ºC al final de este siglo, y que aunque se aplicasen las recomendaciones que se están proponiendo, la disminución que se conseguiría sería pequeña, siendo el aumento de la temperatura entre 2,4 y 2,6 ºC. Y así, año tras año, se hacen patentes las consecuencias del calentamiento global: por ejemplo, este año también se ha sabido que el glaciar Thwaites de la Antártida, de un tamaño similar al estado de Nebraska, y que desemboca en el mar de Amundsen, se está derritiendo con mayor celeridad de la que se suponía.
Admiramos y creemos en la ciencia por sus descubrimientos, que tanto han contribuido a mejorar la vida de los seres humanos, pero también es su obligación alertar de los peligros que acechan a la humanidad. Lleva mucho tiempo haciéndolo con respecto al cambio climático, pero sus advertencias no han producido los efectos deseados.