En medio del desquiciante bullicio de la Gran Vía madrileña, en la cuarta planta del Espacio Fundación Telefónica, se nos invita a reducir el ritmo de nuestros pasos y nuestra mente para sumergirnos durante un rato en las profundidades marinas.
Ecos del océano es una exposición inmersiva, con entrada gratuita, que permite “experimentar en primera persona la importancia vital que tiene el sonido para los habitantes del mar, algo que hemos descubierto solo en las últimas dos décadas gracias a los avances de la tecnología”, señalan sus organizadores.
“A cientos de metros de profundidad, donde la luz solar no llega, el sonido es la luz”, afirma José Luis de Vicente, comisario de la exposición y director del Museu del Disseny de Barcelona. En esas condiciones, las ballenas y otros cetáceos se sirven de la ecolocalización para ubicarse en el espacio y detectar lo que les rodea. Lo hacen emitiendo una serie de chasquidos cortos con un ritmo constante que funcionan como el sónar de los submarinos. Según el tiempo que tarda en regresar el eco de estos sonidos y el modo en que lo hace, las ballenas pueden crearse una imagen mental del espacio circundante y la localización, tamaño y hasta textura de los objetos que hay en él.
El visitante puede hacerse una idea aproximada de cómo podrían ser estas imágenes mentales gracias a la pieza central de la exposición, formada por doce pantallas en las que se proyectan imágenes en movimiento creadas con ayuda de la inteligencia artificial a partir de sonidos reales grabados bajo la superficie del mar. El resultado son oleadas cambiantes de burbujas de distintos colores y tamaños que puntualmente dan forma a otros animales y objetos del fondo marino.
Como en casi todas las exposiciones que produce la Fundación Telefónica, ciencia, arte y tecnología se dan la mano. En este caso es fruto de un diálogo creativo entre el arte del colectivo británico Marshmallow Laser Feast y la investigación científica del Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas de la Universitat Politècnica de Catalunya en torno a la percepción de la realidad de los cetáceos. En la exposición también han participado el escritor y cineasta de historia natural Tom Mustill, un equipo de artesanos del vidrio y especialistas en acústica.
El artista Ersin Han Ersin, director del colectivo Marshmallow Laser Feast, posa en la instalación inmersiva de 'Ecos del océano'. Foto: Fundación Telefónica
Esta exposición “es una llamada de atención sobre cómo nos relacionamos con los océanos en un momento de emergencia”, así como “un canto a la fascinación por otras especies que son esenciales en la Tierra y en nuestras vidas”, opina María Brancós, jefa de exposiciones de la Fundación Telefónica.
No obstante, la exposición “huye de la narrativa antropocéntrica”, afirma Brancós. “A veces parece que para empatizar con otras especies hay que humanizarlas. En los cetáceos esa tentación es fuerte, porque tienen un lenguaje propio y cultura. Pero Marshmallow Laser Feast no nos acerca a los cetáceos desde la perspectiva humana, sino desde la perspectiva de estos animales.
"Como colectivo artístico, hacemos colisionar los hechos y la ficción para crear experiencias artísticas en diversas formas, desde videoinstalaciones a esculturas o incluso en el metaverso", explica el artista Ersin Harn Ersin, director de Marshmallow Laser Feast. "Buscamos resonancia emocional en los relatos científicos y usamos tecnologías emergentes para intentar expandir nuestro sentido del yo para incluir a otros seres, ya sean secuoyas gigantes o cachalotes".
Mientras tanto, en su día a día, el Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas de la UPC, con más de 20 años de experiencia, analiza los datos recibidos de 150 hidrófonos —boyas con micrófonos submarinos— ubicados en distintos puntos del planeta. Dos de ellos están presentes en la exposición, acompañados de grabaciones reales de focas barbudas, ballenas jorobadas, delfines y cachalotes captadas en lugares tan distantes entre sí como Canarias, Groenlandia o Hawái.
Dos modelos de hidrófono del Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas expuestos en 'Ecos del océano', en el Espacio Fundación Telefónica. Foto: F. D. Quijano
“Esto nos permite tomar el pulso de los océnanos, saber en qué estado de conservación están y aportar algunos datos para evitar o retrasar todo lo posible ese punto de ruptura que vemos que se acerca”, señala el catedrático Michel André, director del laboratorio.
Meditación guiada por cetáceos
Al comienzo de la exposición se nos advierte: “Más que una descripción científica de cómo perciben los cetáceos, esta es una invitación al asombro, una oportunidad para imaginar cómo es ver a través del sonido, saborear corrientes envolventes y sentir con todo el cuerpo como un único órganos de percepción unificado”.
La exposición comienza en una sala a oscuras con una meditación sonora basada en los sonidos de estos animales, guiada por una voz que nos invita a sincronizarnos con “los ritmos de estos seres oceánicos para dejar crecer una sensación de existencia compartida con la vida bajo las olas”.
El sonido envolvente de los altavoces, la vibración de las frecuencias subgraves (por debajo de los 20 herzios, umbral mínimo de la audición humana) en el asiento y una relajante pantalla azul logra hacernos entrar en el estado de conciencia idóneo para continuar por el resto de la exposición.
Detalle de 'Templo de plancton', instalación compuesta de 200 piezas de vidrio soplado con formas variadas de plancton. Foto: Fundación Telefónica
Además de la pieza central de la exposición compuesta por doce proyecciones y titulada Seeing Echoes in the Mind of the Whale (Viendo ecos en la mente de la ballena), otra obra creada expresamente para esta exposición es Templo de plancton. Se trata de una instalación escultórica, sonora y lumínica que recrea la migración vertical que hacen cada día la infinidad de organismos diminutos que componen el plancton desde las profundidades marinas hasta la superficie y de nuevo hasta el fondo. Está formada por 200 piezas de vidrio soplado que penden del techo y reflejan las múltiples formas que adoptan estos frágiles seres, responsables de generar la mitad del oxígeno de la atmósfera terrestre.
Tecnología para conocer y salvar a las ballenas
La exposición hace hincapié en la bioacústica y en cómo la evolución de la tecnología desde la segunda mitad del siglo XX hasta ahora ha permitido conocer cada vez mejor a los cetáceos. Hoy podemos osbervar los movimientos de las ballenas desde satélites y drones, registrar sus cantos bajo el agua gracias a los hidrófonos, mapear sus rutas gracias a tags de geolocalización que se adhieren a su piel. Todos estos avances nos permiten diseñar nuevas estrategias para proteger a estos cetáceos en un océano cada vez más ruidoso y contaminado.
Vista de la última sala de la exposición. Foto: Fundación Telefónica
La última sala muestra imágenes captadas con dron de los rorcuales que habitan en el Mediterráneo, muy cerca de la costa española. Enfrente, dos grandes paneles completan la experiencia eminentemente sensorial de la visita mostrando información sobre la física del sonido en el agua, donde este se transmite cinco veces más rápido que en el aire. También se ilustra la historia de las grabaciones submarinas, que, como Internet, tienen un origen militar, ya que en la Guerra Fría los dos bloques desarrollaron este tipo de escuchas para detectar a los submarinos del bando contrario. También se muestran diagramas de coreografías de delfines y del aparato fonador de los cetáceos, entre otra información de interés relacionada con estos animales.
Por último, se reconoce el mérito de los pioneros que empezaron a investigar los sonidos emitidos por las ballenas. En 1970, el biólogo Roger Payne produjo el disco Songs of the Humpback Whale (Canciones de la ballena jorobada), una de las grabaciones de sonidos de la naturaleza más influyentes de la historia. En aquella época, las ballenas estaban al borde de la extinción por culpa de su caza indiscriminada por parte del ser humano durante 150 años. Aquellas grabaciones alimentaron el incipiente movimiento ecologista en defensa de los cetáceos.
Como señala De Vicente, desde hace millones de años los paisajes sonoros han estado vírgenes, pero hace unos 60 años empezamos a invadirlo y en las últimas dos décadas la polución sonora del mar provocada por los humanos no ha dejado de aumentar, debido al incremento de las rutas de transporte marítimo, con el consiguiente estruendo de los motores de los buques de mercancías, así como la minería de profundidad y los parques eólicos en alta mar.
La situación no es tan grave como la "masacre sistemática" de las ballenas que cometimos durante un siglo y medio, pero sí "un problema que solo podemos entender si encontramos una manera de representarlo", y de esa necesidad surge esta exposición que podrá visitarse en el Espacio Fundación Telefónica hasta el próximo 7 de septiembre.