Cauces del RSL hallados en Marte. Foto: NASA

Admiro mucho a Stephen Hawking. Por sus contribuciones científicas y también, ¿cómo no?, por su extraordinario carácter, que le ha permitido soportar y "continuar adelante" pese a las severas limitaciones físicas que todos conocemos. Dicho esto, no comparto la opinión que en numerosas ocasiones se expresa, de que es "el más grande físico después de Einstein". No hay duda de que ha realizado magníficas aportaciones a la física teórica, pero, limitándome al siglo XX y a físicos teóricos, su obra no es comparable a la de Lorentz, Bohr, Heisenberg, Schrödinger, Dirac, Pauli, Landau, Feynman, Schwinger o Bardeen, y bastantes nombres más. Además, al considerar sus producciones más notables no se deben olvidar, al menos, dos nombres: Roger Penrose, también figura prominente en la física de los agujeros negros, y Jakob Bekenstein, responsable de algunas de las ideas que le ayudaron en lo que seguramente es su resultado más original, la evaporación de agujeros negros.



Pero no es de esto de lo que quiero hablarles hoy, sino de sus recientes declaraciones de que "la supervivencia de la raza humana dependerá de su capacidad para encontrar nuevos hogares en otros lugares del universo, pues el riesgo de que un desastre destruya la Tierra es cada vez mayor", y que por ello le "gustaría despertar el interés de la gente por los vuelos espaciales". Coinciden estas declaraciones con el anuncio por parte de la NASA de que se han encontrado evidencias de flujos de agua en algunas zonas de la superficie de Marte. De acuerdo con lo comunicado, lo que se ha detectado ahora es la presencia y posterior desaparición de unos surcos oscuros en ciertas laderas de la superficie marciana, dependiendo de si las observaciones se han realizado en la estación más cálida (23 grados centígrados bajo cero en ese lugar) o más fría, situación en que desaparecen. Los "surcos oscuros" en cuestión se deben a un tipo de sales hidratadas, llamadas "percloratos", y ya habían sido detectadas antes (por la sonda espacial Phoenix en 2008, y por el Curiosity en 2014). Los propios investigadores que se han ocupado de este asunto reconocen que no están seguros de dónde proviene el hidratamiento: si el agua se forma por absorción de vapor de agua de la atmósfera por las sales, si existen acuíferos o si aparece porque las sales derriten el hielo que pudiera haber en la superficie (al igual que las sales que se esparcen por calles y carreteras cuando hace mucho frío para evitar que se forme hielo, estos percloratos bajan el punto de congelación del líquido, haciendo que el hielo marciano se derrita a temperaturas inferiores -hasta 70 ° C bajo cero- a su punto de congelación terrestre).



Y con esto vuelvo a Hawking. Si se trata de diseminar la semilla humana por el espacio, Marte tiene la ventaja de ser, después de Venus, el planeta más cercano a la Tierra: la distancia, variable (las órbitas planetarias son, recordemos, elípticas), oscila entre, aproximadamente, 60 y 70 millones de kilómetros. Venus está más próximo, a unos 40 millones de kilómetros, pero es un destino problemático: posee una atmósfera compuesta en su mayor parte de dióxido de carbono, lo que produce un efecto invernadero que hace que la temperatura en su superficie pueda llegar a unos 450 ° C, y su presión atmosférica es 90 veces superior a la terrestre. Así que si se trata de establecer colonias extraterrestres, ¡comencemos por Marte! No digamos, si encima resulta que tiene agua. O por la Luna, pero ésta ni tiene atmósfera ni agua. En cuanto a Júpiter, que sigue a Marte en proximidad a la Tierra, se encuentra a la friolera de 590 millones de kilómetros.



No sé si Hawking en sus declaraciones piensa en Marte, en Júpiter o en planetas que no pertenecen al Sistema Solar; esto es, en alguno de los exoplanetas que cada vez con más frecuencia se descubren en torno a estrellas de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Sí sé que no está solo en semejantes ideas, como muestra el caso de Freeman Dyson, notable matemático y físico (la electrodinámica cuántica, a la manera de Feynman, le debe mucho), además de hábil divulgador. En uno de sus artículos, de 1968 (incluido posteriormente en De Eros a Gaia, 1992), Dyson escribió: "La expansión de la humanidad por el espacio nos traerá beneficios en tres aspectos principales". Se refería a que "sería socialmente deseable y económicamente ventajoso trasladar muchas de las industrias más contaminantes al espacio", donde estaría "el grueso de la industria pesada". En la Luna estarían "la mayoría de las extracciones mineras", quedando la Tierra "reservada para el goce de sus habitantes como un lugar verde y placentero". Enfrentado con el riesgo de una guerra nuclear, Dyson defendía también la "emigración de un número sustancial de personas a lugares lejanos del Sistema Solar". Se trataba de encontrar refugios espaciales en los que nuestra especie pudiera "llevar a cabo la promesa de nuestro destino". Imagino que cuando Hawking dice que "la supervivencia de la raza humana dependerá de su capacidad para encontrar nuevos hogares en otros lugares del universo", tiene en mente algo parecido, el deseo de que los homo sapiens puedan cumplir "la promesa de su destino".



Yo no comparto semejantes ideas. Ignoro cuál puede ser semejante "promesa" y no creo que la semilla de nuestra especie merezca sobrevivir si es incapaz de resolver sus problemas "en casa" y se ve forzada a buscar otros hogares, sin duda más inhóspitos. Retornemos a Marte. La composición de la atmósfera marciana consiste fundamentalmente de dióxido de carbono (95%), nitrógeno (2,7 %), argón (1,6%) y de porcentajes mucho menores de oxígeno, monóxido de carbono, vapor de agua y otros gases. En cuanto a la presión en su superficie, es comparable a la de la atmósfera terrestre a una altura de 30 kilómetros, y su temperatura media superficial es de 55 °C bajo cero. ¿Merece la pena esforzarse en soportar tales condiciones, tenga o no agua, albergue o no algún tipo de vida (bacteriana, seguramente), y tratar de ir modificando su atmósfera y superficie, algo que debería hacerse durante periodos prolongadísimos de tiempo? ¿O convertir la Luna en almacén de desechos terrestres y cuenca minera, lo que exigiría, entre otras medidas, establecer "puentes aéreos" con la Tierra? ¿No sería más sencillo cuidar, con procedimientos sostenibles (muchos ya inventados), este hogar nuestro terráqueo, además de evitar la superpoblación?



La admiración que como científicos siento por Hawking y Dyson, se desvanece cuando les escucho defender estas ideas. Su imaginación y curiosidad científicas se sobreponen a otras consideraciones. Hace tiempo, permítanme que les diga, que en Hawking domina la querencia al comentario llamativo frente a la reflexión rigurosa, y en el currículo de Dyson no escasean fantasiosas propuestas de las que, afortunadamente, no quedó nada. Una cosa es averiguar si existe vida en Marte, lo que nos enseñaría mucho acerca de una gran cuestión científica, o explorar su geología, tal vez con misiones de astronautas, y otra proponer empresas que puedan empañar, si no servir de excusa para olvidar, lo que constituye un deber mucho más importante: cuidar de que la Humanidad, la presente y, sobre todo, la venidera, disfrute, en armonía e igualdad, del hogar en el que la vida, toda la vida, incluyendo la nuestra, surgió.