Retrato de Marie Curie con utensilios de su laboratorio

Comienza José Manuel Sánchez Ron un recorrido por las huellas urbanas que la ciencia ha dejado en algunas ciudades. Esta semana, París, donde encontramos a Copérnico, Descartes, Kepler, Galileo, Newton...

Aunque pueda pasar desapercibido, la ciencia deja huellas en todo tipo de lugares: en infinidad de objetos con los que nos relacionamos continuamente, en no poco de lo que esperamos del futuro e, incluso, en los valores que conforman nuestras "visiones del mundo". Otro lugar en donde se descubre la huella de la ciencia es en las ciudades, en algunas al menos, aquellas en las que la investigación científica sobresalió en alguna época pasada y que desean honrar la memoria de ese pasado. Ocasionalmente, me ocuparé en esta página de algunas de esas huellas urbanas. He escogido comenzar hoy tal serie porque se acercan fechas en las que son frecuentes los viajes "de turismo", y escoger París porque, como suele ser habitual, será sin duda un destino muy frecuentado. Además, la capital francesa puede presumir de mantener una de las relaciones "urbanísticas" con la ciencia más intensas que conozco. Ya sólo una mirada a su callejero revela esa relación, con un elevadísimo número de rues que llevan nombres de científicos, como Copérnico, Descartes, Kepler, Galileo, Newton, Leibniz, Fermat, Euler, Lavoisier, Volta, Ampère, Buffon, Cuvier, Laplace, Pascal, Cauchy, Sophie Germain, Faraday, Galois, Lamarck, Darwin, Jenner, Becquerel, Pierre y Marie Curie, Freud o Fleming. Comparen con cualquier ciudad que conozcan, y díganme si en ella se celebra así a los científicos. Y no me he olvidado de Pasteur, al que está dedicado todo un bulevar.



Visitar París intentando no perderse ninguna huella científica, es como pretender no dejar de detenerse en todos los cuadros expuestos en el Louvre. Imposible. La oferta científica parisina es inabarcable en una única visita. Para los amantes de la naturaleza, está el Museo de Historia Natural, con sus galerías dedicadas a la evolución, mineralogía, entomología, paleobotánica, anatomía comparada y paleontología, además de un jardín que contiene 14 estatuas de distinguidos naturalistas.



Los aficionados a la astronomía gozarán con el Observatorio astronómico, el más antiguo de entre los que mantienen todavía una cierta actividad. Los que gustan de la medicina pueden visitar el Museo de Historia de la Medicina, ubicado en la histórica Facultad de Medicina, fundada en 1803, de la Universidad Descartes. De carácter más general es el Palais de la Découverte (Palacio del Descubrimiento), creado por el físico Jean Perrin cuando era subsecretario de Estado de Investigación. Diseñado para popularizar la ciencia, abrió sus puertas con ocasión de la Exposición Universal de 1937; entonces, un periódico, Le Matin, escribió: "Cierto, cuando usted abandone este templo tan ingenioso y sabio no poseerá toda la ciencia de la materia, pero habrá adquirido inteligencia". Está también el Conservatoire National des Arts et Métiers (Conservatorio Nacional de Artes y Oficios), fundado en 1794, en el que es posible atisbar algo de los deseos de los revolucionarios de 1789, para los que la ciencia no era únicamente conocimiento sino la madre de la técnica, instrumento esencial para mejorar la condición humana. Instalado en la antigua abadía de Saint-Martin-des-Champs, contiene el péndulo que el físico Léon Foucault diseñó para demostrar la rotación de la Tierra. La primera vez que lo visité estaba constituido por una sucesión de salas en las que se exponían abigarradas colecciones de objetos. Recuerdo la emoción que sentí cuando encontré los sencillos aparatos (el principal, una balanza) con los que Lavoisier construyó una nueva química. En la actualidad, después de una profunda renovación iniciada a mediados de la década de 1990, todo está mucho más ordenado, exponiéndose sólo una pequeña parte de sus fondos. Es razonable que se haya hecho esto pero, para mí, ha perdido algo de encanto.



La ciencia es, por encima de cualquier otra consideración, conocimiento objetivo y comprobable de la naturaleza. Pero sabemos muy bien la irresistible atracción que ejerce la memoria de algunos científicos. Y en París, semejante atracción se manifiesta sobre todo en dos nombres: los de Marie Curie y Louis Pasteur. Para cumplir con este tipo de mitología científica, es obligado visitar sus laboratorios-museos. El Museo Curie incluye la oficina de Marie y su laboratorio de química. Es una pequeña parte de lo que inicialmente se denominó Instituto del Radio (ahora Instituto Curie) fundado en 1909, en reconocimiento de la labor realizada por el matrimonio Curie (Pierre había fallecido en 1906). Estaba constituido por dos laboratorios, uno dedicado a la investigación física, que dirigió Marie Curie, y otro dedicado a la investigación biológica y médica (al fin y al cabo, el radio parecía ser útil para combatir el cáncer; de hecho, en la actualidad, el Instituto Curie se dedica sobre todo a la investigación y tratamiento del cáncer). Apropiadamente, este museo está situado en el número 1 de la rue Pierre et Marie Curie, en un entorno netamente científico; justo al lado está una calle mítica, la rue d'Ulm, donde está ubicada la École Normale Supérieure, uno de los centros educativos franceses de excelencia (en él estudiaron Pasteur, Bergson, Romain Rolland, Sastre, René Thom, Raymond Aron, Georges Pompidou o Jacques Derrida).



También se encuentra cerca del Panthéon, en el pasado iglesia de Sainte-Geneviève, que en 1791 la Asamblea Constituyente convirtió en un monumento destinado a "recibir a los grandes hombres de la época de la libertad francesa". Sufrió después algunos cambios, recuperando su función de lugar destinado a "los grandes hombres de la patria" en 1885, con ocasión de los funerales de Víctor Hugo. Allí, entre Voltaire, Rousseau, Zola, Dumas o Malraux, reposan los restos de algunos científicos, como Berthelot, Bichat, Cuvier, Lagrange, Laplace, Monge, Painlevé, Perrin, Langevin y Pierre y Marie Curie. Ésta fue la segunda mujer en ser enterrada allí (le antecedió la esposa de Berthelot). Su inhumación (junto con la de Pierre) en este templo laico de los grandes hombres de la patria tuvo lugar el 21 de abril de 1995, aunque había fallecido en 1934. Me hubiera gustado estar allí. Encabezó la ceremonia el presidente de la República, François Mitterrand, quien manifestó: "Al transferir las cenizas de Pierre y Marie Curie a este santuario de nuestra memoria colectiva, Francia no realiza únicamente una obra de reconocimiento, afirma también su fe en la ciencia, en la investigación, y su respeto por aquellos que consagran a éstas, como hicieron Pierre y Marie Curie, sus fuerzas y sus vidas".



Obviamente, el Panthéon debería acoger también los restos de Louis Pasteur, uno de los grandes benefactores de la humanidad gracias a sus investigaciones biomédicas, pero su viuda no lo quiso. En su lugar, reposa en una bellísima, multicolor, capilla neobizantina, situada en un sótano del Museo Pasteur, que forma parte del primer edificio del Instituto Pasteur, inaugurado en 1888. Este incluye el apartamento en el que vivió los últimos siete años de su vida, y un laboratorio en el que se pueden ver algunos de los instrumentos que utilizó en sus investigaciones. Se halla algo alejado del núcleo más turístico de París, en el número 25 de la rue Docteur Roux, pero merece la pena visitarlo.



El espacio se me acaba, y todavía existen otras cosas de las que tratar sobre el París científico. De al menos una de ellas, de los 120 medallones Arago de bronce, les hablaré otro día. Lo prometo.