Edward O. Wilson

José Manuel Sánchez Ron escribe sobre Edward O. Wilson, uno de los investigadores más interesantes del actual panorama científico. Autor de libros como El sentido de la existencia humana, el entomólogo ha firmado algunos de los más importantes tratados sobre la vida de las hormigas.

Existen algunos científicos que, además de haber realizado notables aportaciones a sus disciplinas, poseen dos atributos que les diferencian de la mayoría de sus colegas: habilidad y elegancia al escribir, e interés por todo lo humano, pertenezca o no a su especialidad. Una de esas rara avis es el entomólogo estadounidense Edward Osborne Wilson (Birmingham, Alabama, 1929), del que hace poco ha aparecido en castellano el último de sus libros, de no muchas páginas pero de profundo contenido: El sentido de la existencia humana (Gedisa). A lo largo de los años he leído con placer muchos libros de este catedrático, ahora ya emérito, de la Universidad de Harvard. Si la memoria no me falla, el primero fue Sobre la naturaleza humana (1978), por el que recibió el Premio Pulitzer. De esta obra he citado en alguna ocasión unas frases dedicadas a los científicos que se limitan a divulgar, con las que coincido plenamente: "Con raras excepciones, ellos son los científicos dóciles, los emisarios elegidos de lo que debe ser considerado por sus huéspedes como una cultura bárbara todavía no agraciada por el lenguaje escrito. Se les degrada con la etiqueta que ellos aceptan con demasiada facilidad: popularizadores. Muy pocos de los grandes escritores, aquellos que pueden perturbar y movilizar las capas más profundas de la mente, llegan a dirigirse a la ciencia verdadera en sus propios términos". Junto a Stephen Jay Gould, Carl Sagan y Oliver Sacks, de los que ya he hablado en estas páginas, Wilson, que en sus memorias (El naturalista, 1994) se presentaba a sí mismo de una forma peculiar -"Yo no veo con un ojo y no oigo los sonidos de alta frecuencia; en consecuencia, soy entomólogo"-, sabe perfectamente cómo "movilizar las capas más profundas" de nuestras conciencias.



La dimensión literaria-humanística-filosófica, por denominarla de alguna manera, de Wilson acaso sorprenda más si se tiene en cuenta cuál es su principal especialidad: la mirmecología, el estudio de las hormigas, esos pequeños insectos sociales de los que se conocen por el momento algo más de 12.000 variedades (especies). En su fascinante autobiografía, Wilson, al que el 22 de julio de 1990 The New York Times denominó El hombre hormiga, se refirió a ellas de la siguiente manera: "Están en todas partes: partículas oscuras o rojizas que caminan en zigzag por el suelo y se meten en agujeros; habitantes de una civilización extraña, que pesan un miligramo y realizan sus actividades cotidianas a escondidas de nuestros ojos. Durante más de cincuenta millones de años, las hormigas han sido los insectos abrumadoramente dominantes en todos los terrenos, exceptuando los hielos polares y alpinos. Yo calculo que en todo momento existen entre mil y diez mil billones de hormigas vivas, que pesarían en conjunto tanto como la totalidad de los seres humanos".



Escribo estas líneas en el campo, en una casa ubicada en un antiguo pinar resinero segoviano, y doy fe de la abundancia, variedad, perseverancia y exquisita organización de las hormigas. Año tras año, aquí me las encuentro, en un número tan grande que se me ocurre pensar que estoy en un fortín rodeado de hormigas, prestas a asaltarme; a veces lo intentan y hay que defenderse. Si estuviesen provistas de cerebros comparables a los nuestros, seguramente pensarían: "Nosotros estábamos aquí antes de que vosotros ni tan siquiera fueseis la sombra de una posibilidad". Y, estoy seguro de que continuarán estando aquí cuando hayamos destruido casi toda la riqueza biológica que atesora la Tierra, incluyéndonos a nosotros mismos.



"Las hormigas han sido los insectos dominantes en todos los terrenos". Edward O Wilson

Junto a otro gran mirmecólogo, Bert Hölldobler, Wilson publicó en 1990 un monumental tratado (746 páginas de gran formato) sobre las hormigas, The Ants, por el que recibió otro Premio Pulitzer. Conscientes de que se trataba de un texto demasiado exigente, los autores publicaron en 1994 una versión resumida que está disponible en español y que recomiendo vivamente: Viaje a las hormigas.



A pesar de su distinción como mirmecólogo, posiblemente Wilson sea más conocido por haber creado lo que se conoce como "sociobiología", materia a la que dedicó un voluminoso libro, Sociobiología: la nueva síntesis (1975). "La sociobiología -escribió allí- se define como el estudio sistemático de las bases biológicas de todo comportamiento social. De momento, centra su interés en sociedades animales, su población y estructuras, castas y comunicaciones […], pero esta disciplina también está interesada en el comportamiento social del hombre primitivo y en sus características de adaptación y organización dentro de las sociedades humanas contemporáneas más primitivas".



Precisamente por "estar interesada" también en el comportamiento humano, la sociobiología recibió pronto duras críticas -en las que no escasearon las derivadas de ideologías políticas; uno de sus críticos más duros fue Jay Gould-, con el argumento de que al aplicar a los humanos lo que se observa en otras especies animales se podría llegar a la conclusión de que somos meros autómatas controlados por genes, obviando que casi todos los caracteres humanos están influidos por la interacción de la herencia con el ambiente cultural. De lo absurdo que es criticar a Wilson en semejantes términos, da idea el siguiente párrafo de El sentido de la existencia humana: "La inestabilidad de nuestras emociones es un atributo que deberíamos querer conservar. Es la esencia de la personalidad humana y la fuente de nuestra creatividad. Necesitamos entendernos tanto en términos evolutivos como psicológicos si queremos planificar un futuro más racional y más resistente a las catástrofes". Aunque a continuación añade: "Debemos aprender a comportarnos, pero mejor no nos hagamos ilusiones de domesticar la naturaleza humana". En cualquier caso, todavía continúa el debate.



Supongo que si se es naturalista hay que tener el corazón muy duro y la sensibilidad esclerotizada si en algún momento no se levanta la voz ante los ataques que nuestra especie está infligiendo a la naturaleza. Wilson no es de esa clase: desde comienzos de la década de 1980 se convirtió en, utilizando sus propias palabras, "un activista medioambiental". En 1984, por ejemplo, publicó un libro titulado significativamente Biophilia, y en 1992 otro más extenso y detallado, La diversidad de la vida. En defensa de la pluralidad biológica, que acaba con estas palabras: "Una ética ambiental duradera se dedicará no sólo a conservar la salud y la libertad de nuestra especie, sino al acceso al mundo en el que nació el espíritu humano". Dando ejemplo, fundó la E. O. Wilson Biodiversity Foundation.



En una sección como esta, que se titula "Entre dos aguas", las de la ciencia y las humanidades, creo que es apropiado que hoy termine citando las frases finales de El sentido de la existencia humana: "La ciencia y las humanidades, ciertamente, son fundamentalmente distintas la una de la otra, en lo que dicen y en lo que hacen. Pero sus orígenes se complementan el uno al otro, y surgen de los mismos procesos creativos del cerebro humano. Si el poder heurístico y analítico de la ciencia pudiera sumarse a la creatividad introspectiva de las humanidades, la existencia humana ganaría un sentido infinitamente más productivo e interesante".