Vista de la exposición Una colección, un criollo erudito y un rey. Un gabinete para una monarquía ilustrada que puede verse en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. Foto: José Juez / MNCN

Sánchez Ron se adentra de lleno en el 300 aniversario del nacimiento de Carlos III recorriendo algunas de sus aportaciones a la ciencia española, en especial a la madrileña. Instituciones como el Museo de Ciencias Naturales o el Observatorio Astronómico son su legado.

Se celebra este año el 300 aniversario del nacimiento de Carlos III, rey de España desde 1759 hasta su fallecimiento en 1788. Justo ahora, cuando va a concluir el año, se están inaugurando varias exposiciones - en el Museo de Ciencias Naturales, en el Museo Arqueológico Nacional, en la Real Academia de San Fernando y en el Palacio Real; la Real Casa de la Moneda se adelantó a todas estas- que repasan algunos de los logros alcanzados durante su reinado, entre los que se encuentra la creación de diversas instituciones científicas con las que pretendía promover la ciencia y la técnica españolas. De pocas otras maneras habría podido mostrar Carlos III que era un digno hijo del esperanzador siglo en el que vivió, el de la Ilustración.



Cuando llegó a Madrid, para asumir un trono que no le estaba destinado, Carlos se encontró con una ciudad sucia y con pocos atractivos urbanísticos, carente de complejos palaciegos y de construcciones públicas como las que había ordenado edificar mientras fue rey de Nápoles. El Palacio Real de Madrid, que él fue el primero en habitar en 1764, se encontraba sin terminar; su construcción había comenzado en 1738 para reemplazar, en el mismo sitio, al Real Alcázar que había quedado destruido en 1734 por un incendio.



La zona más beneficiada por las iniciativas del nuevo rey fue la que recorre el Paseo del Prado, desde la plaza de Atocha hasta la de Cibeles, un camino por el que transcurría el arroyo Abroñigal, que había sido soterrado con la construcción del Palacio del Buen Retiro, edificado en el siglo XVII como segunda residencia real, en lo que entonces era una zona limítrofe de Madrid y donde ahora se halla el Parque del Retiro.



La primera institución que Carlos III mandó instalar en esa zona fue el Jardín Botánico, un centro que ya existía, aunque en un lugar alejado, en el denominado Huerto de Migas Calientes, junto al río Manzanares. Las obras para el Jardín del Paseo del Prado comenzaron en 1766, con diseño de Francesco Sabatini, arquitecto que Carlos había traído de Nápoles, pero en 1780, un año antes de la inauguración, se hizo cargo de la obra Juan de Villanueva. El perímetro del Jardín lindaba con el convento de los Jerónimos, el cerrillo de San Blas y el Paseo del Prado, donde se construyó la entrada principal, en la que se puede leer la inscripción (en latín), "Carlos III. Padre de la patria, instaurador de la Botánica, para la salud y recreo de sus ciudadanos. Año 1781". Hoy la entrada general está en la Plaza de Murillo, frente a una de las fachadas del Museo del Prado.



Otra de las grandes iniciativas de Carlos III para la mejora del conocimiento científico tuvo lugar en los años finales de su reinado, con la construcción de un edificio que pudiese albergar un Gabinete de Historia Natural y una Cátedra de Química. Ya existía un Real Gabinete de Historia Natural, ubicado en el segundo piso del palacio Goyeneche, en la calle de Alcalá, en el actual número 13, en la planta baja estaba ocupaba por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando; de ahí la inscripción que todavía hoy se puede leer, en latín, en la fachada: "El Rey don Carlos Tercero unió bajo un mismo techo a las Ciencias Naturales y las Artes para utilidad pública Año de 1774". Los fondos iniciales de este Gabinete procedían de la adquisición de la rica colección de objetos variados reunida por un criollo nacido en Guayaquil, Pedro Franco Dávila. Enriquecido con materiales del patrimonio real, el Real Gabinete abrió sus puertas en 1776, con gran éxito popular, hasta el punto de que en 1785 se decidió construir el nuevo edificio antes citado.



De estilo neoclásico, con dos plantas, Villanueva fue el principal responsable de su diseño. Pero el curso de la historia, con la invasión francesa, detuvo las obras, y cuando en el reinado de Fernando VII se reanudaron y se completó el edificio, éste fue destinado a Museo Real de Pintura y Escultura, hoy Museo del Prado. El arte derrotó a la ciencia. Los fondos del Real Gabinete terminaron en otros museos madrileños, entre ellos los actuales Museo Arqueológico Nacional, Museo Nacional de Antropología, Museo de América y Museo Nacional de Ciencias Naturales. Antes de que el grueso del Real Gabinete llegase, en 1910, al magno edificio del Museo de Ciencias Naturales del actual Paseo de la Castellana -edificio construido en 1881 que entonces se llamaba Palacio de la Industria y de las Artes- y tras tener que abandonar en 1895 el de Alcalá 13, el Gabinete pasó unos años en el Palacio de la Biblioteca y Museos Nacionales, en dependencias ocupadas hoy por la Biblioteca Nacional.



El eje científico ilustrado madrileño se completa con el Observatorio Astronómico, enclavado en el cerillo de San Blas, en uno de los límites del Parque del Retiro. No está claro, sin embargo, cuál fue la intervención de Carlos III. Es posible que fuese él quien encargase a Villanueva el proyecto del edificio, pero lo seguro es que fue Carlos IV quien en 1790 ordenó que comenzasen las obras, que no habían terminado cuando se produjo la invasión francesa. Aun así, el Observatorio ya contaba con uno de los mejores telescopios de la época, construido en Inglaterra por William Herschel. El telescopio, de 7,62 metros de longitud y espejo de 65 centímetros de diámetro, llegó a Madrid en abril de 1802. Pero tropas del ejército napoleónico se instalaron en diciembre de 1808 en las dependencias del Observatorio, destruyendo buena parte del telescopio. Lo poco que ha sobrevivido constituye el testigo mudo de lo que fue y de lo que pudo ser. En la actualidad se puede ver una reproducción de aquel telescopio en un edificio anejo al del Observatorio.



Y aún existe una huella carolina más, no lejos de las anteriores. En 1759, Carlos III encargó a Sabatini el proyecto de construcción de un gran hospital. Pero dificultades económicas hicieron que únicamente se completasen dos quintas partes del proyecto inicial, habiéndose cerrado solamente uno de los patios, de los siete proyectados, y construido un brazo que llegaba hasta la calle Atocha. El hospital se inauguró en agosto de 1781, bajo el nombre de Hospital General de Madrid. Con posterioridad, se utilizaron los terrenos previstos para otras edificaciones, entre ellas el que fue, apropiadamente denominado, Hospital Clínico de la Facultad de Medicina de San Carlos. Como en el caso del Gabinete Real, aquel magno y compasivo Hospital terminó convirtiéndose en otra cosa: el actual Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.