Infografía de la tabla periódica con los nuevos elementos químicos. Foto: IUPAC/SINC

Los nuevos elementos de la tabla periódica son el centro de atención de Sánchez Ron. Su descubrimiento es, para el académico, "una manifestación de la efímera naturaleza de la realidad". Analiza también el origen de los términos con los que han sido bautizados y su traducción al español.

Vivimos en océanos donde mucho pasa y poco queda, rodeados como estamos de experiencias, que pronto se convierten en recuerdos que el paso del tiempo difumina, de modas pasajeras, de amigos que van y vienen, y también, ¡ay!, de seres queridos a los que perdemos. Por si no bastase con esto, el siglo XX alumbró una época en la que las tecnologías mudan continuamente a velocidad de vértigo, y no se trata de artilugios de los que podemos prescindir, pues conforman las sociedades actuales y aún lo harán más en las futuras.



Enfrentados a semejante situación, no sería extraño que buscásemos permanencias, escenarios, por pequeños que sean, a los que podamos adjudicar algún tipo de estabilidad, pasada, presente y futura. Hoy quiero tratar de uno de esos recovecos de la realidad, con el que, de hecho, nos hallamos íntimamente ligados -nosotros y mucho de lo que nos rodea, estamos constituidos por sus componentes- y al que ya dediqué uno de mis artículos: los elementos químicos que forman la tabla periódica.



Si vuelvo a ocuparme de esa tabla es porque el 28 de noviembre de 2016 la IUPAC (siglas inglesas de Unión Internacional de Química Pura y Aplicada) anunció los nombres oficiales de los cuatro últimos elementos químicos "fabricados", que ocupan los números 113, 115, 117 y 118 de la tabla (este último es, por el momento, el de mayor número atómico de los elementos conocidos). Tres de estos elementos han recibido nombres relacionados con los lugares donde fueron descubiertos, nihonium (elemento 113, símbolo Nh), de la palabra Nihon, el término japonés para Japón, moscovium (115, Mc) por Moscú, y tennessine (117, Ts) por Tennessee, mientras que el cuarto, oganesson (118, Og) ha sido bautizado así en honor del físico ruso Yuri Oganessian, director del grupo de investigación que fue capaz de sintetizarlo. (Durante un tiempo el Ts fue denominado ununseptium, nombre formado a partir de las raíces de los nombres latinos de las cifras que componen su número atómico -uno, uno, siete- y la terminación ium, característica de los nombres de los elementos químicos en latín científico, y, por las mismas razones, el Og, ununoctium.)



Aunque la tabla periódica constituye un testimonio de la universalidad de las leyes de la naturaleza y de la realidad de sus manifestaciones, el descubrimiento-síntesis de estos elementos es también una manifestación de la, en ocasiones, "efímera naturaleza de la realidad". El isótopo (la variedad) más estable del Nh tiene una vida media de 20 segundos, mientras que las del Mc, Ts y Og son del orden de milésimas de segundo. Es evidente que semejantes elementos no se pueden encontrar en la naturaleza, algo que, por otra parte, sucede con todos los elementos a partir del que ocupa la posición 95, el americio, cuya vida media es de 7.370 años. De los inmediatamente anteriores, uranio, neptunio y plutonio, el que se puede encontrar en abundancia es el uranio (92), cuyo isótopo más estable tiene una vida media de 4.470 millones de años (recordemos que la edad de la Tierra es de unos 4.500 millones de años).



Es interesante saber cómo se han traducido al español los nombres de los nuevos elementos. No ha habido discrepancias en los casos del Nh y del Mc, denominados, respectivamente, nihonio y moscovio, pero sí con los otros dos elementos. La Real Sociedad Española de Química recomienda tennesso para el Ts y oganessón para el Og. Hace algunos días, la Comisión de Vocabulario Científico y Técnico de la Real Academia Española estudió el asunto; su recomendación es clara: teneso y oganesón. Que se desaconseje mantener en español la ss no es sino consecuencia de que la doble s no se corresponde en español con la articulación de un sonido distinto al de la s simple; emplear ss entraría en contradicción con una de las mayores virtudes de nuestra lengua, la correspondencia entre grafía y pronunciación. Tampoco se recomienda la forma téneso, con acentuación esdrújula, entre otras razones porque la adaptación etimológica al español del topónimo Tennessee es Tenesí y no Ténesi (la FUNDÉU da preferencia a téneso).



Como se observa en los casos anteriores, y al igual que sucede con muchos otros elementos, la "geografía" de los nombres de los elementos de la tabla periódica nos dice mucho acerca de la contribución de las diferentes naciones al avance de la ciencia. Si consideramos la nacionalidad de los descubridores de los diferentes elementos, tenemos que el Reino Unido encabeza la lista con 23, seguido de Estados Unidos y Alemania ambos con 19, de Suecia y Francia (18) y Rusia (7). España aparece después asociada a tres elementos: el platino, que encontró Antonio de Ulloa en 1735 en las minas de oro del río Pinto (Colombia), el wolframio, más conocido por el nombre de origen sueco, tungsteno (de tung sten, esto es, "piedra pesada"), descubierto en 1783 por los hermanos Elhuyar, y el vanadio, identificado en México (1801) por Andrés Manuel del Río.



Para una nación con la historia de España, es un pobre balance. La ciencia es universal, pero los países que más y mejor la cultivan obtienen de ella numerosos beneficios económicos y sociales. Encontramos en los idiomas huellas de ese mejor "entendimiento" con la ciencia, como bien atestigua la presencia de extranjerismos científicos en el español. Dando alas a la imaginación, podríamos pensar, por ejemplo, que si nuestros astrónomos hubieran sido lo suficientemente distinguidos -tarea en la que ahora se afanan- acaso la unidad astronómica de distancia se denominaría parseg y no parsec, término que procede de "paralaje por segundo", pero segundo en inglés (second), de ahí su "c" final y no una "g". Pero con la excepción de Santiago Ramón y Cajal, no hemos tenido grandísimos científicos, ni tampoco otros que aunque no fuesen tan excepcionales dejasen su recuerdo en el lenguaje, como sucede con Volta, Galvani, Ohm, Ampère, Watt o Joule, en cuya memoria se han construido términos como voltio, galvanizar, ohmio, amperio, vatio o julio.



Me emocionó cuando un día encontré una carta que el distinguido histólogo alemán Albert Kölliker escribió a Cajal el 29 de mayo de 1893: "En cuanto al trabajo sobre el asta de Ammon que me anuncia, estoy dispuesto a traducirlo del español al alemán, ya que he aprendido bastante bien su idioma, por la necesidad de estudiar sus memorias". Y cumplió su promesa. Pero no nos engañemos, el dominio del inglés en la ciencia ya es tan ubicuo que aunque apareciera otro Cajal, escribiría sus trabajos en inglés, como anteriormente, abandonado el latín, la mayoría lo había hecho en francés y luego en alemán.