La Vista (1617), de Brueghel el Viejo y Rubens. Foto: Museo Nacional del Prado

Sánchez Ron analiza la relación entre ciencia y arte recorriendo algunas de las obras cumbre de la pintura como la serie Los cinco sentidos, fruto de la colaboración entre Brueghel el Viejo y Rubens. El académico se detiene especialmente en 'La vista' por sus fascinantes mensajes.

Acabo de leer un libro magnífico, Velázquez desaparecido (Taurus, 2016), de Laura Cumming. Naturalmente, no voy a revelar su contenido, únicamente deseo resaltar dos aspectos destacados de él: cómo explica la autora los contenidos e historias que hay detrás de algunos cuadros de Velázquez, y cómo funde éstos con la biografía velazqueña. Hoy quiero utilizar el ejemplo del texto de Cummings para llamar la atención -es una buena forma de navegar "entre dos aguas"- sobre el hecho de que es posible encontrar en algunas obras maestras de la pintura detalles relacionados con la ciencia de la época.



Los ejemplos son muchos, demasiados, y variados, por lo que me limitaré a unos pocos. El primero es un cuadro expuesto en el Museo del Prado (¡que mejor manera de comenzar que refiriéndome a esta catedral del arte pictórico!). En una de sus salas se expone una serie de cinco cuadros debidos a la colaboración de dos grandes maestros: Brueghel el Viejo (1568-1625) y Rubens (1577-1640). La serie se titula Los cinco sentidos y está compuesta por "La Vista", "El Oído", "El Olfato", "El Tacto" y "El Gusto".



Como tantas obras de arte, este conjunto experimentó un largo peregrinaje. Se sabe que la serie perteneció al duque Wolfgang Wilhelm de Pfalz-Neuburg. Quizá fue él quien la encargó, o acaso se la regalaron los archiduques Alberto VII de Austria (1559-1621) e Isabel Clara Eugenia (1566-1633), de la familia de los Habsburgo. La corte de los archiduques se hallaba en Bruselas y en ella Brueghel y Rubens ocuparon puestos de pintores de cámara, aunque ambos vivían en Amberes, separada 45 kilómetros de Bruselas. La primera evidencia de la existencia de la serie data de 1636, cuando se incluyó en un inventario del Real Alcázar de Madrid, que en 1734 quedó destruido por un incendio. En el inventario se señalaba que en 1634 el duque de Pfalz-Neuburg había regalado las pinturas al cardenal infante Fernando, quien se había convertido en el nuevo gobernador de los Países Bajos tras los fallecimientos de Alberto e Isabel Clara Eugenia. Éste, a su vez, cedió la serie al duque de Medina-Sidonia de las Torres, quien la donó a Felipe IV. Afortunadamente, se salvaron del incendio del Alcázar y en 1741 se repartieron entre el Palacio Nuevo y el del Buen Retiro, apareciendo en el inventario del Museo del Prado a partir de 1849.



De las cinco tablas, me centraré en "La Vista", en la que se encuentran algunos instrumentos científicos, aunque en "El Tacto", que está constituido por abigarrados grupos de objetos, aparece una interesante colección de útiles médicos. Los instrumentos representados en "La Vista" son un semicírculo azimutal, una esfera armilar, un globo terrestre, una ballestilla, dos compases de Galileo, un telescopio y un gran astrolabio, sobre el que se apoya un sextante para medir la altura sobre el horizonte del Sol y de otros astros. Todos son instrumentos astronómicos, lo que no es sorprendente, especialmente en el caso del telescopio, que se convirtió en la gran novedad científica de comienzos del siglo XVII, desde que Galileo lo introdujo tanto en la observación astronómica como en la de objetos o personas que no se podían distinguir bien a simple vista.



Si se observa con cuidado la parte inferior de la pintura, al lado de la firma de Brueghel aparece la fecha en la que se completó la obra: 1617. Y si tenemos en cuenta que Galileo comenzó a utilizar el telescopio en 1609, el que se representase uno en "La Vista" muestra lo rápidamente que este instrumento se difundió, en principio entre la nobleza, algunos de cuyos miembros estaban bastante interesados en la ciencia y en sus novedades más espectaculares, una dimensión ésta presente a lo largo de toda la Revolución Científica, al igual que entre los ilustrados del siglo XVIII. Es oportuno señalar a este respecto que lo primero que hizo Galileo cuando construyó su telescopio fue ofrecérselo a su patrón, el Dux de Venecia. Algo parecido sucedió con el archiduque Alberto, a quien, a finales de marzo de 1609 un artesano holandés, Hans Lipperhey, regaló un telescopio que él mismo había construido, antes que Galileo. En el Museo de Bellas Artes de Virginia, ubicado en Richmond (Estados Unidos), se conserva un cuadro de Jan Brueghel el Viejo, "Paisaje con el castillo Mariemont", fechado entre 1608 y 1611, que se considera la primera pintura en la que aparece un telescopio, del que se cree es el que Lipperhey entregó a Alberto, que en el cuadro es el hombre que observa a través de él.



La astronomía fue un tema particularmente apreciado por los pintores del siglo XVII. Inmediatamente viene a la memoria "El astrónomo", el maravilloso cuadro de Johannes Vermeer (1632-1675) que se conserva en el Louvre, pero mi favorito es una obra que, desgraciadamente, es difícil contemplar directamente ya que pertenece a un coleccionista particular de Nueva York (no obstante, a través de internet se puede ver): un óleo conocido como "Interior de la Galería Linder", atribuido a la escuela de Amberes -seguramente intervino en él el propio Brueghel- y pintado a finales de la década de 1620 (Linder era un rico comerciante alemán que vivió en Milán a comienzos de la década de 1620). La historia de este cuadro es fascinante. Formaba parte de la colección Rothschild en Viena, y fue confiscado por los nazis al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, que lo guardaron en una mina de sal en Salzkammergut, a donde también llevaron muchas otras piezas tomadas de museos y coleccionistas. Se sabe que era uno de los destinados a formar parte del Führermuseum de Linz. Cuando sus propietarios actuales, Ron Cordover y su esposa, lo compraron no sabían prácticamente nada de su historia; lo que les atrajo fue el detalle con el que había sido pintado y el tema que trataba.



De lo que se muestra en esta obra quiero resaltar un detalle: la mesa central octogonal, en la que reposan dos libros, muy importantes, de Kepler, las Tabulae Rudolphinae (1627) y Harmonices Mundi (1619), y, apoyado sobre estos, el texto matemático Mirifici logarithmorum canonis descriptio (1614) de John Napier, en cuyo honor se habla de "logaritmos neperianos". Junto a ellos, aparece el dibujo de los tres sistemas cósmicos discutidos en la época: el sistema tolemaico, con la Tierra en el centro; el sistema copernicano, en el que el centro lo ocupa el Sol, y el sistema híbrido de Brahe, en que el Sol y la Luna orbitan alrededor de la Tierra, y el resto de los planetas giran alrededor del Sol. Debajo de estos hay una inscripción: ALY ET ALIA VIDENT, "Otros lo ven de distinto modo", un lema que sirve para muy diversas situaciones. Para, por ejemplo, no ser intransigentes y aceptar ideas diferentes a las nuestras.