Expliqué la semana pasada el origen del “Reloj del Apocalipsis” que aparece en el Bulletin of the Atomic Scientists desde 1947 y que se ideó como una forma para que los científicos atómicos pudiesen expresar su temor a que una guerra nuclear destruyese el mundo. Se puede comprender fácilmente tal temor ya que entonces estaba comenzando la Guerra Fría, que enfrentó, hasta la disolución de la antigua Unión Soviética en 1991, a ésta y a Estados Unidos: comunismo frente a capitalismo, dos ideologías que aspiraban a conquistar el mundo, mejor, que necesitaban conquistar el mundo, imponerse globalmente a la contraria para evitar desaparecer. Visto en retrospectiva, el interés de ese amenazador Reloj estriba en que constituye un buen indicador de la visión que un grupo selecto de científicos ha tenido acerca de los grandes peligros que han ido acechando al conjunto de la humanidad.

Durante bastantes décadas, los cambios que se producían en el “Reloj del Apocalipsis” tenían que ver con el mundo nuclear. Sólo dos años después de que apareciera, marcando 7 minutos antes de la medianoche, la aguja del minutero se avanzó en 4 minutos. ¿Qué había pasado? Sencillamente, que el 3 de septiembre de 1949, en una de las muestras obtenidas en el Pacífico Norte, cerca de Japón, por uno de los aviones B-29 que la Fuerza Aérea estadounidense utilizaba para analizar el aire sobre Japón, Alaska y el Polo Norte, se encontraron evidencias de que se había producido la primera explosión nuclear soviética. Efectivamente, ésta había tenido lugar cinco días antes, el 29 de agosto. Tres años después, el 1 de noviembre de 1952 se dio una nueva vuelta a la tuerca nuclear: Estados Unidos hacía explotar su primera bomba de hidrógeno, que era 1.000 veces más potente que las lanzadas sobre Japón en 1945. Consecuencia de ello fue que en 1953 el Reloj se acercó un minuto más a la medianoche, quedando a falta de sólo 2 minutos.

Nuevos desplazamientos del minutero tuvieron lugar en 1960 (se situó a 7 minutos), 1963 (12), un retraso animado en este caso por la firma de un Tratado internacional que puso fin a todas las pruebas nucleares atmosféricas (aunque no a las subterráneas), 1968 (7), momento en que Estados Unidos amplió su implicación en la guerra de Vietnam, 1969, con la firma de un Tratado de No Proliferación Nuclear, a 10 minutos, 1972 (12), 1974 (9) -India realizó sus primeras pruebas nucleares-, 1980 (7), 1981 (4), a causa de la invasión soviética de Afganistán, 1984 (3), 1988 (6), relajándose a 10 minutos en 1990, después de que el secretario general de la URSS, Mijaíl Gorbachov, renunciase a intervenir cuando el Pacto de Varsovia comenzó a desintegrarse con el abandono de la órbita soviética de Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania…, y la caída del muro de Berlín en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, un acontecimiento de tal magnitud que explica que el Reloj continuase siendo retrasado: hasta marcar 17 minutos antes de la medianoche en 1991, y 14 en 1995. Sin embargo, pronto llegó un jarro de agua fría: en 1998, se adelantó hasta los 9 minutos, cuando, con sólo tres semanas de diferencia, India y Paquistán realizaron pruebas nucleares. Y así, en 1998 el Reloj pasó a distar 9 minutos de las 12, aunque disminuyó a 7 en 2002. Conservo el ejemplar del número del Bulletin de marzo/abril de aquel año. Me estremezco todavía cuando, en la justificación del “cambio horario”, vuelvo a leer: “Las ocho potencias nucleares conocidas mantienen más de 31.000 cabezas nucleares, una disminución de únicamente 3.000 desde 1998. Noventa y cinco por ciento de esas armas pertenecen a Estados Unidos y Rusia, y más de 16.000 están disponibles para ser lanzadas”.

La historia es dinámica, cambia, con mayor o menor rapidez, constantemente y en 2007 entró en escena un factor nuevo: el cambio climático. También el que Corea del Norte realizase una prueba nuclear. Ya no se trataba sólo de amenazas nucleares, sino de realidades -incremento de inundaciones, tormentas o sequías, casquetes polares, glaciares y cumbres nevadas que disminuían- producidas por otros motivos. El Reloj pasó a situarse a 5 minutos de la medianoche. En 2010 se percibieron algunas mejoras: conversaciones entre Washington y Moscú para nuevos tratados de reducción de armamento nuclear; Barack Obama, presidente desde enero de 2010, manifestaba públicamente el deseo de librar al mundo de armas nucleares; y la Conferencia de Copenhague de 2009, en la que, a pesar de todas sus limitaciones y frustraciones, se renovó el acuerdo de tomar medidas (cuáles y cómo no estaba claro) para que la temperatura global no sufriese un aumento de 2 grados centígrados. El Reloj pasó entonces a estar a 6 minutos de las 12.

La esperanza es, no obstante, un fruto delicado, que se agosta rápidamente. Y en 2012 los responsables de controlar la marcha del Reloj lo volvieron a situar a 5 minutos del Apocalipsis. Ni la política nuclear (Irán, Corea del Norte), ni las medidas contra el cambio climático permitían vislumbrar un mundo más seguro. Y en 2015, hubo un nuevo adelanto, situándose a 3 minutos, lo que el Bulletin justificaba “debido a que los líderes internacionales están fracasando en el cumplimiento de lo que constituye su deber más importante: asegurar y conservar la salud y vitalidad de la civilización humana".

y ahora, hace nada, este año, el Reloj de Armagedón se ha vuelto a adelantar. Ya está a 2 minutos y 30 segundos de ese final, imaginado, sí, pero que aunque no marque realmente el “final”, sí anuncia terribles realidades, sufrimientos globales. El comunicado en el que el director ejecutivo del Bulletin explica las razones del adelanto, es claro: “Este año las deliberaciones sobre el Reloj fueron más urgentes de lo habitual. Uno de los grandes temas que abordó la junta fue el de que los líderes mundiales han avanzado muy poco frente a una continua turbulencia. Además de las amenazas existenciales que plantean las armas nucleares y el cambio climático, han surgido nuevas realidades globales, tales como que las fuentes fiables de información se ven atacadas, y las palabras se emplean en formas arrogantes y a menudo imprudentes”. Parece una buena manera de caracterizar el comportamiento del nuevo presidente de Estados Unidos. Por si no fuera suficiente con su manejo de esa maldita palabra de moda, posverdad, que no es sino una forma tramposa de decir “mentira” (me recuerda cuando algunos políticos españoles se afanaron en emplear el término “crecimiento negativo”), el 23 de febrero el señor Trump declaró a la agencia de noticias Reuters que “quiere asegurar que el arsenal nuclear de Estados Unidos esté en la cabeza de la manada”, ya que en su opinión, “Estados Unidos se encuentra en inferioridad en su capacidad armamentística”. Parece mentira, ¿verdad? Pero es verdad (no, posverdad).