Arturo Duperier

Sánchez Ron rescata del olvido uno de los nombres más importantes de nuestra ciencia, la del físico Arturo Duperier, cuyos trabajos sobre la radiación cósmica le pusieron, según Caballero Bonald, muy cerca del Nobel. Duperier fue uno de los talentos que expulsó al exilio la Guerra Civil.

Estoy leyendo el reciente libro de José Manuel Caballero Bonald, Examen de ingenios (Seix Barral). Enseguida me atrapó su magnífica prosa y su contenido, en el que las biografías personales se combinan con la circunstancia histórica y, casi me atrevería a decir, con lo psicológico, por supuesto desde la perspectiva del autor. Al llegar a la entrada dedicada a Adolfo Marsillach, quedé definitivamente rendido al leer: “Me costaba trabajo independizarlo de su magnífica interpretación de la figura de Ramón y Cajal, tal vez enaltecida por devoción a quien considero una de las cimas del pensamiento español de todos los tiempos”. A mí también me costaba no pensar inmediatamente en Cajal cuando veía una fotografía de Marsillach, pero lo que ganó mi corazón del libro de Caballero Bonald es que, al igual que él, considero al histólogo de Petilla de Aragón no “una de las cimas del pensamiento español”, sino su gran cima. De lejos.



En las páginas dedicadas a Rafael Sánchez Ferlosio, Caballero Bonald recuerda que en un café que había cerca de su casa de Madrid, coincidió una tarde con Ferlosio, Alfonso Sastre y Daniel Sueiro, y que Sastre le presentó a “un señor de aire adusto y circunspecto que no era otro que Arturo Duperier, el físico español considerado como una de las máximas autoridades mundiales en radiaciones cósmicas”. Y enseguida, continúa: “Duperier había sido profesor en la Universidad de Londres y disponía de un laboratorio en Kensington. Regresó a España en 1955 y se instaló en un piso modesto junto al de Alfonso Sastre, esperando en vano que la aduana permitiera la entrada de los aparatos que le habían enviado desde Inglaterra para proseguir sus investigaciones. Nunca supe si por fin consiguió que el gobierno español autorizara una importación indispensable para que aquel físico propuesto para el Premio Nobel pudiese continuar trabajando”. Y añadía: “Imposible no evocar a ese ‘intratable pueblo de cabreros' del poema de Jaime Gil”.



Adecuada, sí, es la referencia al verso del poema de Gil de Biedma Años triunfales: “Media España ocupaba España entera/ con la vulgaridad, con el desprecio/ total de que es capaz, frente al vencido,/ un intratable pueblo de cabreros.” Porque, efectivamente, Arturo Duperier (1896-1959) regresó a España y fue recibido, no sé si por media España, pero sí por muchos “con el desprecio total de que es capaz frente al vencido”.



La historia de Duperier merece ser recordada, ya que contiene elementos que le distinguen de otros casos de científicos que tuvieron que exiliarse como consecuencia de la incivil Guerra Civil española. Perteneció a una generación que pugnó por abrirse camino en el competitivo campo de la física del primer tercio del siglo XX. Afortunadamente, contó con algo hasta entonces raro en España: la posibilidad de investigar en un buen laboratorio -denominado de Investigaciones Físicas- establecido por una institución, la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, creada en 1907 bajo el amparo del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Allí, y colaborando con quien entonces era el mejor físico español, Blas Cabrera, Duperier trabajó en el campo del magnetismo, compatibilizando sus investigaciones, a partir de 1921, con su trabajo en el Servicio Meteorológico Nacional, lo que le llevó a publicar algunos artículos que versaban sobre la física atmosférica. Finalmente, en 1933 pasó a ocupar una cátedra de nueva creación, de Geofísica, en la Universidad de Madrid.



Su producción científica era interesante, pero no terriblemente distinguida. La Guerra Civil le sacó de semejante situación. Es curiosa la historia: en ocasiones el drama genera alguna consecuencia positiva. Duperier era republicano y cuando el gobierno de la República dejó Madrid, estableciéndose en Valencia, también lo hicieron otras instituciones, entre ellas la Universidad de Madrid. Duperier se instaló en Valencia en noviembre de 1936, exponiendo sus opiniones políticas en algunas publicaciones y actos culturales; incluso participó en delegaciones oficiales, como cuando fue a París en 1937 a la inauguración del Palais de la Découverte. Al regresar a España se encontró con que el gobierno republicano, presionado por los rebeldes, se había trasladado a Barcelona, hacia donde él también se dirigió. Sin embargo, la situación era tal que resultaba imposible realizar ningún tipo de investigación, de manera que pidió permiso para emigrar. En la primavera de 1938 se trasladó con su familia a Inglaterra. Allí encontró la ayuda de un físico notable, Patrick Blackett (futuro Premio Nobel), quien participaba de las ideas del movimiento fabiano, una variante del socialismo. La historia posterior se puede resumir con cierta facilidad. Primero en Manchester y luego en Londres, Duperier trabajó, a sugerencia de Blackett, en el campo de los rayos cósmicos, una poderosa y misteriosa radiación extraterrestre que había sido descubierta en 1912 por el físico austriaco Víctor Hess. Sus investigaciones, beneficiadas por la formación que había obtenido en Madrid, provocaron que, en 1945, la Physical Society de Londres le invitase a pronunciar una importante conferencia anual, la Guthrie Lecture, para la que escogió como tema “El aspecto geofísico de los rayos cósmicos”.



Aun así, obtener un puesto estable en Inglaterra era muy difícil y Duperier terminó volviendo a España. Su regreso, en 1953, como catedrático de la Facultad de Ciencias de Madrid, no fue en modo alguno fácil, y no sólo por la actitud de las autoridades, sino también por la de algunos antiguos compañeros suyos. Pero de esa parte, miserable, de la historia no me acordaré ahora. Sí de un detalle que se haría célebre. A petición de Blackett, los británicos decidieron enviar a Madrid los instrumentos con los que Duperier había trabajado en Inglaterra, para que pudiese continuar con sus investigaciones. Esos aparatos permanecieron durante años en la Aduana de Bilbao porque la Universidad de Madrid no quiso pagar los derechos de importación. Llegaron a Madrid en 1958, demasiado tarde ya que Duperier falleció el año siguiente. Hace muy pocos años vi esos instrumentos en uno de los depósitos que el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología tiene en Delicias (Madrid). Todavía estaban por desembalar. Hoy se muestran, con el cuidado que merecen, en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología de Alcobendas.



Un último comentario. Según Caballero Bonald, Duperier fue propuesto para el Premio Nobel (de Física, se entiende). Como estudiante de Físicas en la Universidad Complutense, crecí escuchando lo mismo. Cuando, ya como historiador de la ciencia, estudié las aportaciones de Duperier a los rayos cósmicos, me extrañó que se hubiese producido tal propuesta. Sus trabajos fueron competentes, valiosas contribuciones al campo, pero lejos de la originalidad e importancia que merece un Premio Nobel. Desde hace un tiempo la Fundación Nobel permite averiguar quiénes fueron los candidatos propuestos cada año para los diferentes Premios, exceptuando los últimos 50 años. Consulté la lista, y Duperier no aparece. El que se afirmase lo contrario - y, como vemos, la historia continúa repitiéndose- no es, en realidad, sino una prueba más de nuestro retraso científico, que induce a considerar aportaciones notables como extraordinarias. Y no es lo mismo.