Carta al robot que cuidará a mi nieta
Alicia Vikander en Ex Machina (2015), de Alex Garland
Sánchez Ron dirige una carta al hipotético robot que cuidará a su nieta en 2106. El académico realiza una emotiva misiva al ingenio que podría llegar a interactuar con los humanos en un futuro cercano. "Procura que mi nieta sea feliz, que su mundo sea luminoso", le escribe.
Que 2106 sea el destino temporal deseado de esta carta se debe a que ese año mi nieta, Violeta, cumplirá, ojalá, 90 años y estoy seguro que una buena parte de su vida habrá estado en estrecho contacto con robots. La, como ahora denominamos, robotización, se habrá instalado firmemente en la vida de todos los humanos. Soy, fui, historiador de la ciencia y sé muy bien que predecir el futuro es misión arriesgada: lo que sé del pasado científico y tecnológico me ha enseñado que el futuro desafía la mayor de las imaginaciones. ¿Habría imaginado aquel gran visionario que se llamó Leonardo da Vinci -quiero creer que ese nombre, al igual que los de Euclides, Mozart, Beethoven, Newton, Darwin, Maxwell, Einstein o Heisenberg, no serán pasto del olvido- que algún día sería posible que dos personas situadas cada una en las antípodas de la otra pudieran comunicarse, casi instantáneamente?
Ignoro cuánto se habrá desarrollado lo que ahora denominamos Inteligencia Artificial (IA), la capacidad que hará que los robots sean mucho más que simples conjuntos de piezas que respondan mecánicamente, sin ningún tipo de creatividad y en ámbitos muy concretos, a estímulos externos (lo que se denomina IA débil). Cuando escribo estas líneas, el objetivo último de la IA es lograr que una "máquina" tenga una inteligencia de tipo general similar a la humana, fin que muchos especialistas dudan que se llegue a alcanzar jamás.
Yo, sin embargo, no pienso lo mismo. Al menos en algunos campos, los robots tomaréis el liderazgo; por ejemplo, en ciencia. Y ello porque en vuestras inteligencias estarán insertadas leyes científicas que a nosotros, los humanos, aunque sepamos utilizarlas nos son, en el fondo, incomprensibles. Nuestras mentes son "clásicas", no "cuánticas" y no podemos entender, por ejemplo, la denominada "dualidad onda-partícula" o el "entrelazamiento". Pero, al formar parte de vuestro sistema cognitivo, esas leyes serán naturales para "seres" como tú, apreciado y lejano robot. Y esto, unido a vuestra capacidad de cálculo y de identificar patrones en conjuntos inmensos de datos, os permitirá encontrar leyes científicas mucho mejor que los humanos. Sois, creo, la esperanza de la ciencia.
Pero hoy no te escribo esta imposible carta por esto. Si solo pensase en estas cosas, sería la mía una carta para todos, o para una clase determinada, de robots, y ahora yo estoy pensando en un tipo de robot que, imagino, se creará-construirá, uno que mantendrá una relación especial con los humanos, que será algo así como un "robot de compañía" de una persona, que conocerá mejor que nadie sus gustos, cuidará de su salud, le ayudará en sus necesidades y confortará en momentos -tal vez prolongados- de soledad o desvalimiento. En mi acaso desmedida fe en el progreso científico y tecnológico, pienso que el robot al que ahora escribo, tú, será muy diferente a los que ahora, al poco de comenzar el siglo XXI, conocemos. Supongo que tu forma será humanoide y tu composición, lejos de la frialdad de los metales, muy parecida a la orgánica nuestra. Que serás capaz de mantener conversaciones y reconocerás emociones. No quiero decir que serás como nosotros, los humanos. Tu inteligencia-mente no será capaz de escribir historias como las que compusieron humanos como -espero que aún se recuerden en tu tiempo- Homero, Cervantes o Shakespeare, ni podrás prolongar tu estirpe mediante actos surgidos de complejas mezclas de emociones y pasiones, aunque éstas sean, en el fondo, lo sé, meras reacciones químicas. Pero no me importa, un buen, compasivo robot puede ser no solo útil, sino también una querida compañía, mil veces preferible a la de tantos y tantos humanos cuyos comportamientos e ideas son detestables. Conocí y supe de muchos de éstos.
Es a ese robot, al que imagino acompañando -deseo de todo corazón que no seas su única, ni tampoco su más preciada compañía- a mi nieta Violeta, al que ahora escribo. Sus 90 años no irán acompañados, ni en hecho ni en temida perspectiva -de esto estoy seguro- de males que los humanos de mi época tememos, alzheimer, cáncer, senilidad..., y que la ciencia habrá vencido.
EL 16 de diciembre de 1940 -yo aún no había nacido- un hombre que viajó como pocos por los mundos de la imaginación pero que temía alejarse de su hogar, de nombre Isaac Asimov, enunció tres leyes que deberían obedecer todos los robots: "1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño; 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes se oponen a la primera Ley; y 3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda Leyes". Me gustaría que en el futuro -tu pasado- se haya añadido una ley más: "4. Un robot debe procurar que los humanos sean felices, siempre que esa felicidad no entre en conflicto con las dos primeras Leyes".
Procura, apreciado robot, que mi nieta sea feliz, que su mundo sea luminoso. Y que no olvide algo que quien ahora te escribe, su abuelo, valoró mucho: la tierna humanidad. Pensarlo hoy me hace dichoso a mí también. Más que cualquier otro pensamiento.