Maxwell o la ciencia inmortal
Primera fotografía en color permanente mostrada por James Clerk Maxwell en 1861
Sánchez Ron pone el foco en James Clerk Maxwell, un científico que produjo una teoría que engloba en un mismo marco electricidad y magnetismo. Maxwell realizó también trabajos sobre los anillos de Saturno y sobre la teoría de los colores, incluyendo la fotografía en color.
A pesar de que la ciencia constituye uno de los motores -en mi opinión el más importante- que explican cómo ha evolucionado la humanidad, cómo están cambiando nuestras sociedades y cómo cambiarán en el futuro, el conocimiento que el conjunto de la ciudadanía tiene de científicos importantes es, efectivamente, muy limitado. Son familiares personajes como Einstein y Hawking, quiero creer que también, aunque en menor medida, Newton, Darwin y, por razones que en el fondo tienen más que ver con la religión, con la censura que la Iglesia católica ejerció sobre él, Galileo. Pero no muchos más. Una anécdota puede ilustrar algo de lo que estoy diciendo. Hace años, mi Universidad, la Autónoma de Madrid, creó una comisión para que recomendase los nombres que se deberían poner a las calles del campus de Cantoblanco. Yo formaba parte de esa comisión representando a la Facultad de Ciencias. Rápidamente nos pusimos de acuerdo: propusimos que se eligieran los nombres de personas que hubieran contribuido de manera sobresaliente a las disciplinas que se enseñaban en la Universidad.
Pero alguien señaló que existía un problema (no estoy seguro de que el problema fuese real o no, o de que ahora continúe siéndolo): que como pertenecíamos a los distritos postales de Madrid, no podíamos utilizar nombres que ya figurasen en alguna calle madrileña. Una primera investigación mostró que el problema era pequeño: Madrid, mi ciudad, en la que he nacido, una urbe moderna y con una larga historia, solo tenía, de los nombres que hubiéramos querido proponer, dos, los de Galileo y Ramón y Cajal. Y así, hoy la Autónoma tiene calles dedicadas a Erasmo, Adam Smith, Hobbes, Kant, Marx, Kelsen, Newton, Leibniz, Lavoisier, Faraday, Darwin, Einstein, Marie Curie, Pavlov, Freud, Bertrand Russell, Keynes, Watt, Confucio, sor Juana Inés de la Cruz, así como de dos profesores que honraron con sus enseñanzas y ejemplo a la Universidad: el trágicamente desaparecido (lo asesinó ETA en su despacho de la Facultad) jurista Francisco Tomás y Valiente y el físico Nicolás Cabrera.
Me siento orgulloso de pertenecer al claustro de una universidad que no es ajena a honrar a personas cuyas obras han contribuido a configurar nuestras sociedades. Ahora bien, cuando, muchos años después, repaso el callejero del campus de Cantoblanco me avergüenzo de que no se me ocurriese, o que no presionase lo suficiente (no recuerdo realmente) para que apareciese también el nombre de uno de los grandes de la ciencia de todos los tiempos: el escocés James Clerk Maxwell (1831-1879). La gran contribución de Maxwell fue, en la década de 1860, producir una teoría que engloba en un mismo marco electricidad y magnetismo; esto es, una teoría del campo electromagnético. Es cierto que una calle está dedicada a Faraday, pero siendo las aportaciones de éste al estudio de los fenómenos electromagnéticos magníficas, no llegó a la altura de las de Maxwell, quien se dio cuenta, además, de que la luz no es sino una onda electromagnética. Produjo, en definitiva, una gran unificación de electricidad, magnetismo y óptica. Y como nuestra civilización depende en gran medida del uso del electromagnetismo, somos deudores de la electrodinámica maxwelliana, una teoría, por otra parte, que impulsó, ya en el siglo XX, la creación de la Teoría de la Relatividad Especial y la física cuántica, formulaciones que revolucionaron completamente la física, y subsidiariamente -sobre la física cuántica- nuestras vidas.
Forma parte, asimismo, del cuerpo más selecto de la física otra contribución de Maxwell, la que realizó al campo de la fisica estadística. No se deben olvidar tampoco sus trabajos sobre los anillos de Saturno y sobre la teoría de los colores, incluyendo la fotografía en color: el 17 de mayo de 1861, durante una conferencia, mostró la primera fotografía en color tricromática (una estudiante conocedora de mi interés en este físico me informó hace tiempo de una estatua de Maxwell que existe en Edimburgo, y en la que se le ve con uno de los discos de colores que empleó en sus investigaciones). Y todo en una vida bastante breve: murió con 48 años víctima de un cáncer.
Sin embargo, no obstante ser uno de los más grandes científicos de todos los tiempos, he podido constatar en numerosas ocasiones que su nombre, su existencia, apenas es conocida, incluso en personas con credenciales culturales de primer orden. Tesla o Hertz, científicos notablemente inferiores a él, por poner dos ejemplos, son incomparablemente más conocidos que aquel escocés que ocupó cátedras en Aberdeen, Londres y Cambridge, donde fue el primer director del famoso Laboratorio Cavendish, en el que posteriormente se identificó (J.J. Thomson) el electrón, la primera partícula elemental, y se descubrió (J. Watson y F. Crick) la estructura del ADN, una doble hélice. ¡Y qué decir de tantas y tantas personas, en multitud de campos, que en la actualidad llenan páginas y páginas de noticias y comentarios, y cuyo recuerdo-legado se desvanecerá seguramente antes de que lo hagan ellos!
En uno de los libros de ciencia más hermosos y comprensibles que conozco, Apología de un matemático (Capitán Swing, 2017) -creo que ya lo he mencionado alguna vez en estas páginas-, su autor, el matemático G. H. Hardy, escribió: "Puede que inmortalidad sea una palabra absurda, pero es probable que sea un matemático el que tenga más probabilidades de alcanzarla, sea cual sea su significado". Sin negar nada a los matemáticos, yo incluiría también a los demás científicos. Pero el problema es que la inmortalidad es cosa de un futuro lejano, y no estaría mal que el conocimiento, el recuerdo y el agradecimiento a los científicos, como el gran Maxwell, no tenga que esperar tanto.