Robot Seguitron que puede verse en la exposición Nosotros, robots de la Fundación Telefónica

Una exposición en la Fundación Telefónica y el nuevo libro de Yuval Noah Hariri hacen reflexionar a Sánchez Ron sobre la importancia de la robótica. "No se sabe el efecto de la robotización. Sí que es imparable, que ya está aquí", señala el académico y subraya sus efectos en el empleo y la sanidad.

Desde este viernes puede verse en la Fundación Telefónica de Madrid una exposición de la que únicamente conozco su título, Nosotros, robots. Coincide esta noticia con que acabo de leer el nuevo libro del celebrado autor de Sapiens, Yuval Noah Harari: 21 lecciones para el siglo XXI (Debate). No hace falta estar muy informado para suponer que cualquier lección que se pretenda aventurar para el futuro, próximo o lejano, deberá tener en cuenta a la Inteligencia Artificial (IA) y la robotización. Así sucede con este libro, que arranca con una parte dedicada a "El desafío tecnológico", encabezada por unas frases que difícilmente pueden negarse: "La fusión de la biotecnología y la infotecnología nos enfrenta a los mayores desafíos que la humanidad ha conocido", y de la que forman parte capítulos cuyos títulos estremecen: "Cuando te hagas mayor, puede que no tengas empleo", "Los macrodatos te están observando" y "Quienes poseen los datos poseen el futuro".



No tengo duda de que no soy un robot -usted tampoco lo es, querido lector-, el problema es si lo terminaremos siendo o asemejándonos a ellos, como parecen presagiar algunos futurólogos. Yo no, soy demasiado mayor para eso, pero aun así me doy cuenta de que una de las características de los humanos, la de mantener relaciones directas, cara a cara, con todo lo que ello implica de, por ejemplo, elaboración y modificación (forzada por el propio intercambio) de argumentos o el papel de la gestualización, ese diccionario sin palabras que nos ha regalado la evolución, está siendo socavado. Y lo está no solo porque mantenemos conversaciones, ridículamente breves, a través de los mensajes que escribimos en nuestros teléfonos inteligentes, sino también porque ya no podemos estar seguros de quién, o qué, se halla al otro lado de "la línea". Recientemente tuve una experiencia al respecto que me ilustró sobre la potencia actual de la IA. Compré un libro en una muy conocida compañía de comercio electrónico, y éste no llegaba, habiendo traspasado de lejos la fecha en que se me anunció que lo recibiría. Entré en el apartado en el que se detallan mis compras y encontré una esquina en la que se decía que si clicaba allí en pocos minutos me atenderían. Así sucedió, efectivamente. Entablé entonces un "diálogo", con frases breves que, finalmente, me resolvió el problema (recibí el libro al poco tiempo). La cuestión es que estoy razonablemente seguro que mi interlocutor era un robot, un bot (programa informático sofisticado). Hubo un tiempo en el que se consideraba que una prueba del avance de la IA era el denominado "test de Turing" (lo propuso el célebre, genial y desgraciado, lógico inglés Alan Turing en 1950), según el cual una máquina es "inteligente" si cuando mantiene un diálogo con una persona, que no la podía ver, ésta no puede discernir si se trata de una máquina o un humano. La experiencia que acabo de mencionar, dista, evidentemente, de ser concluyente, pero indica por dónde van los tiros.



Sobre lo de que "Cuando te hagas mayor, puede que no tengas empleo", pocas dudas pueden existir. Hace unos días escuché las declaraciones de un experto que afirmaba que en un futuro próximo la robotización eliminará unos 70 millones de empleos, pero que creará alrededor de otros 50 millones. La verdad es que no se sabe la extensión del efecto de la robotización, sí que es imparable, que ya está aquí y que al menos una buena parte de los empleos a los que dará lugar exigirán de formación especializada, formación que habrá que ir actualizando constantemente. Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el inolvidable autor de El gatopardo, acaso lo diría con una variante de su famosa frase ("Es necesario que todo cambie si queremos que todo siga igual"), diciendo: "Para que todo siga igual (tener trabajo), deberás cambiar continuamente".



Una cuestión que surge inevitable es la de si nos estamos preparando para ese futuro inminente, un futuro en el que primará la interdisciplinariedad. Creo que no, no desde luego en España. Hace no mucho tuve la oportunidad de preguntar, en ocasiones diferentes, a dos políticos españoles que ocupan puestos muy importantes (uno ya no) qué medidas estaban diseñando para ese futuro. No me miraron como a un alienígena (estas personas tienen tablas), pero la vaciedad de sus respuestas mostraba con claridad que ni se les había pasado por la cabeza. Y las escuelas y universidades tampoco ofrecen demasiado al respecto.



En cuanto a los macrodatos, los big data, es evidente que aliados con la IA nos observan constantemente, y van condicionando nuestras existencias con una rapidez y penetración que raya en la ubicuidad. Por supuesto que hay aspectos positivos en ello. Uno de los ejemplos que cita Harari es el de cómo intervendrán en el control de nuestra salud. "Dentro de unas pocas décadas", escribe, "algoritmos de macrodatos alimentados por un flujo constante de datos biométricos podrán controlar nuestra salud a todas horas y todos los días de la semana". "La gente", añade, "gozará de la mejor atención sanitaria de la historia, pero justo por eso es probable que esté enferma todo el tiempo. Siempre hay algo que está mal en algún lugar del cuerpo". No quiero imaginarme el aumento de hipocondríacos a lo que semejante riada de información dará lugar, ni a lo que esto representará para los sistemas públicos de salud: una carga insoportable, que afectará al conjunto del sistema, a la vez que abrirá otra brecha -a la ya anunciada de las consecuencias de la medicina genética- entre los que se puedan permitir atención privada y los que no.



Terminaré con otra cita de Harari, quien después de señalar que "los humanos están acostumbrados a pensar en la existencia como un drama de toma de decisiones", se pregunta "¿Qué pasará con esta forma de entender la vida si cada vez confiamos más en la IA para que tome las decisiones por nosotros?". Es una buena pregunta, que atañe tanto a cada uno de nosotros como a los mejores sistemas -léase "democracia"- que hemos inventado para regular nuestras vidas en comunidad.