Aurora y Cheyenne (cría de orangután y madre adoptiva) fotografiadas por Joel Sartore. Puede verse en la muestra Photo Ark organizada por National Geographic en el Museo Nacional de Ciencias Naturales

El Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid acoge hasta el 27 de febrero la exposición Photo Ark. Promovida por National Geographic España y dirigida por el fotógrafo Joel Sartore, esta exposición forma parte de un conmovedor proyecto: fotografiar y documentar todas las especies que viven en zoos y en santuarios de fauna salvaje. Se estima que cuando finalice el proyecto se habrán reunido algo más de 12.000 imágenes de especies de animales: peces, aves, mamíferos, reptiles, anfibios e invertebrados. En Madrid se exponen 52 de las 8.485 que Sartore ha fotografiado hasta ahora. Cincuenta y dos imágenes no son muchas, pero sí suficientes para apreciar el inmenso tesoro de la vida sobre nuestro planeta. Fotografías como la de un koala con sus crías, tomada en el hospital para fauna silvestre del zoo de Australia; la de Aurora, una cría de orangután de Borneo, en el zoo de Houston, abrazada a su madre adoptiva, Cheyenne, cruce entre orangután de Borneo y de Sumatra; la de un tigre malayo del zoo Henry Doorly, de Omaha; o la de un loris lento pigmeo, también de este último zoo. Impresionan el tierno abrazo de Aurora y Cheyenne, la mirada entre triste y preocupada de ésta, el semblante inundado de seria dignidad resignada (a, supongo, vivir en cautividad) del imponente tigre, las caras alegres de los koalitas, ignorantes aún del innatural y limitado destino que les aguarda, o el temor que se desprende en la acurrucada disposición del loris.



Algunas -no sé cuántas- de las especies objeto de este catálogo fotográfico se encuentran en peligro de extinción. Por consiguiente, es muy posible que en el futuro el único conocimiento que la humanidad tenga de estos animales sea por recuerdos como estos: imágenes que por mucho que nos despierten sentimientos similares a los mencionados no dejarán de ser fríos e inanimados fantasmas de un pasado que fue. En el mejor de los casos, quedarán algunos ejemplares en zoológicos o reservas, pero en escenarios como estos el equilibrio reproductivo es muy precario. Además, esos "museos biológicos" únicamente dan cabida a un número muy reducido de especies. Es preciso recordar, una y otra vez, que nos hallamos inmersos en una gran extinción de especies de animales y plantas, la "sexta gran extinción" se la denomina, la mayor que se ha producido desde que, hace 65 millones de años, un asteroide de unos diez kilómetros de diámetro chocase con la Tierra en lo que ahora es el golfo de México, extinción que acabó con la mayor parte de especies de dinosaurios (las aves fueron sus únicos descendientes que sobrevivieron). Las extinciones anteriores tuvieron lugar durante el Ordovícico (hace 440 millones de años), Devónico (365 millones), Pérmico (245) y Triásico (210).



Existe un ritmo natural de desaparición de especies, debido a todo tipo de causas ajenas a la intervención humana, pero de acuerdo con algunas estimaciones el ritmo actual es entre 100 y 1.000 veces superior al natural; se teme, de hecho, que en el futuro esa cifra llegue a 10.000 y que hacia el 2030 haya desaparecido un 20 por 100 de las especies que viven en la actualidad. Por supuesto, estos números son aproximados, inciertos; ni siquiera se sabe cuántas especies existen en el presente, pero ya nadie puede dudar del "ataque" que el homo sapiens está llevando a cabo contra las otras formas de vida.



Ya nadie puede dudar del "ataque" que el

La mayor parte de los humanos viven actualmente en ciudades, de mayor o menor tamaño, sin apenas poder entrar en contacto con "la naturaleza", una privación que nos empobrece dramáticamente. Un hermoso libro publicado recientemente, El diario de un naturalista (Errata Naturae), de Nathaniel Wheelwright y Bernd Heinrich, planeado, según señalan sus autores, "para todo aquel que sienta curiosidad por la naturaleza o desee reforzar un vínculo concreto con ella", muestra cuánto se pierde con semejante extrañamiento. Ojalá que sean muchos los lectores que utilicen esta guía, tan bellamente ilustrada, para salir de los cascarones de hormigón, acero, cristal y asfalto en los que vivimos. Muy diferente es otro libro también reciente: la autobiografía de David Attenborough, Aventuras de un joven naturalista (Ediciones del Viento), pero al sumergirnos en las vivencias de este famoso científico y divulgador inglés, difícilmente no surgirá en sus lectores el deseo de disfrutar aquello de lo que él gozó, de la naturaleza. Un deseo que bien puede confundirse con la frustración de acceder a la naturaleza virtualmente, es decir, a través de libros, o de documentales, éstos más dinámicos y completos que aquéllos pero desprovistos necesariamente de sensaciones que conforman otra naturaleza, más íntima, más personal.



En un libro publicado en 1992 -para los frenéticos ritmos actuales hace ya bastante tiempo-, y cuyo título lo dice todo: La diversidad de la vida (Crítica), subtitulado 'En defensa de la pluralidad biológica', el autor, Edward Wilson, no se limitó a defender que la conservación de la vida terrestre es algo así como un imperativo moral, sino que señalaba que al destruir el legado biológico que nos fue dado perdemos una oportunidad que nunca se podrá recuperar: "La verde Tierra prehumana", escribió, "es el misterio que fuimos escogidos para resolver, una guía al lugar de nacimiento de nuestro espíritu, pero se está escabullendo. El camino de retorno parece más difícil cada año. Si hay peligro en la trayectoria humana, éste no reside tanto en la supervivencia de nuestra propia especie como en la realización de la última ironía de la evolución orgánica: que en el instante de alcanzar el conocimiento de sí misma a través de la mente del hombre, la vida ha sentenciado a sus creaciones más hermosas. Y de este modo la humanidad cierra la puerta a su pasado".



Photo Ark nos recuerda todo esto.