Image: Traspasar los límites

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Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Traspasar los límites

18 enero, 2019 01:00

La conquista de los polos (Nórdica), de Jesús Marchamalo y Agustín Comotto

Sánchez Ron explora los límites geográficos y personales del ser humano a través de tres libros que tratan sobre la conquista de los polos y la aventura espacial. "Es importante resaltar la capacidad de resistencia de los humanos y su inventiva científica y tecnológica", señala el académico.

En el transitar permanente en el que vivimos, recordando el pasado y preparándonos para el futuro mientras que el presente no es más que un evanescente instante, me encuentro con tres libros que aunque muy diferentes -dos están instalados en el pasado, el tercero en el futuro- tratan de lo mismo: de traspasar los límites, humanos y geográficos. Los primeros son, La conquista de los polos. Nansen, Amundsen y el Fram (Nórdica, 2018), de Jesús Marchamalo, con ilustraciones de Agustín Comotto, y Yo, el Fram (Fórcola, 2018), de Javier Cacho Gómez. Ambos tratan de los esfuerzos titánicos por alcanzar los Polos, el Norte y el Sur. No puede sino sorprender y maravillar la resistencia y el empeño que desde finales del siglo XVIII mostraron los exploradores polares. Las penalidades que tuvieron que soportar, penalidades a las que en no pocas ocasiones acompañó la muerte. Si como muestra sirve un botón, recordaré que el Fram, el buque diseñado y comandado por el explorador noruego Fridtjof Nansen, zarpó de Oslo el 24 de junio de 1893 con la intención de alcanzar el Polo Norte, y que el 4 de septiembre quedó atrapado en el hielo durante casi tres años, viéndose arrastrado cientos de kilómetros hacia el noroeste, lo que le acercaba al Polo (la idea del viaje era, precisamente, aprovechar esa deriva). Llegaron a estar a 800 kilómetros del Polo, pero les quedó claro que así no alcanzarían su meta, de manera que Nansen decidió intentarlo por tierra (por el hielo más bien), acompañado de otro miembro de la tripulación, Hjamar Johansen, en trineos tirados por perros. Partieron el 14 de marzo de 1895. No lograron su objetivo, pero se las ingeniaron para regresar al barco y finalmente a Noruega. La vida del Fram, que era propiedad del gobierno, no terminó entonces, sino que fue utilizado por otro noruego, Roald Amundsen. Con él como soporte base fue capaz de alcanzar el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911.

De estas exploraciones, y de diversas cosas más, tratan los mencionados libros, y también muchos otros además de páginas de internet, pero lo que me interesa resaltar son dos cosas: la capacidad de resistencia de los humanos, y su inventiva científica y tecnológica, pues de ambas necesitaron, y mucho, las expediciones polares. Viene esto a cuento porque el asunto central del tercer libro, El futuro de la humanidad (Debate, 2018), del físico y divulgador estadounidense Michio Kaku, es el la exploración y colonización de sistemas estelares por nuestra especie. Incluso más: de la "inmortalidad". No ya de vencer al envejecimiento, algo que a pesar de todo lo que algunos han escrito, con más demagogia que otra cosa ("¡La muerte de la muerte!"), no creo personalmente que signifique más que alargar la vida (si llegásemos a ser realmente inmortales, ¿tendría sentido tener hijos?, ¿llenar la Tierra de humanos hasta que ya no cupiesen en ella?). A lo que Kaku se refiere, con independencia de la lucha en la que está empeñada la ciencia por retrasar el envejecimiento, es a lo que él denomina "inmortalidad digital". Así escribe: "Además de la inmortalidad biológica, existe un segundo tipo, la llamada ‘inmortalidad digital', que plantea algunas cuestiones filosóficas interesantes. A largo plazo, la inmortalidad digital puede ser el método más eficiente para explorar estrellas. Si nuestros frágiles cuerpos biológicos no pueden soportar las presiones del viaje interestelar, existe la posibilidad de enviar nuestras conciencias al espacio profundo […] en la actualidad dejamos una enorme huella digital […] Con toda esta información es posible crear una imagen holográfica que hable y actúe como uno mismo, con las mismas peculiaridades y recuerdos". Otra idea que maneja es la de enviar al espacio embriones con nuestro ADN, "con la esperanza de poder revivirlos algún día en algún destino lejano", para así, en definitiva, "colonizar la galaxia". Les dejo a ustedes, amables lectores, que reflexionen sobre la cuestión de si a eso se le puede llamar supervivencia personal ilimitada.

Kaku también aborda la posibilidad de viajes interestelares de personas reales, viajes que durarían cientos o miles de años, salvo que encontremos en las "cercanías" terrestres alguno de esos hipotéticos agujeros de gusano, cuya posible existencia sugiere la Teoría de la Relatividad General, que acortasen los tránsitos. Lo que puede facilitar la ciencia y la tecnología del futuro hace que tal posibilidad no sea inimaginable. Naturalmente, retrasos del envejecimiento aparte, obligaría bien a someter a hibernación a los viajeros o a que se reproduzcan durante el viaje. En otras ocasiones he manifestado en estas páginas que no creo en las virtudes, o en la necesidad, de esparcir nuestra simiente por el Universo, pero si hay algo que caracteriza a nuestra especie es el deseo de ir más allá de los aparentes límites, el superar fronteras.

No puedo olvidar que dos productos humanos, las sondas espaciales de la NASA, Voyager 1 y Voyager 2, han traspasado un límite nunca antes rebasado por un ingenio humano: la heliosfera, la zona de nuestra galaxia que se extiende más allá de la influencia del Sol, de su campo magnético y del viento solar. Han entrado, en definitiva, en el espacio interestelar. La primera sonda lo logró hace ya algunos años, en agosto de 2012; la Voyager 2 lo hizo el pasado mes de diciembre, después de haber pasado por las cercanías de Urano y de Plutón. Había partido de la Tierra el 20 de agosto de 1977. Ha tardado, por consiguiente, 41 años en alcanzar esta, por el momento, "última frontera". Y todavía continúa enviando información útil; por ejemplo, ha detectado un incremento en la intensidad de los aún bastante misteriosos (en cuanto a su origen) rayos cósmicos al superar la heliosfera.

¿Qué más fronteras derribarán en el futuro próximo los humanos? No lo sabemos, pero las podemos imaginar, como hace Kaku, ya que traspasar límites parece que constituye uno de los retos que nuestra especie no puede dejar de plantearse.