Vista de satélite del delta del rio Paraná (Argentina). De cielo y tierra (Phaidon)
Sánchez Ron realiza un mapa del agua dulce en su segunda entrega sobre su función en el desarrollo de la vida. El académico incluye en su análisis la desalinización del agua del mar y explica las ventajas y los inconvenientes de un proceso que puede llegar a ser dañino.
Es tan evidente la necesidad que tenemos los humanos de disponer de agua dulce que el acceso a ella constituye uno de los indicadores de bienestar. Y como la pobreza afortunadamente va disminuyendo algo, la demanda de consumo de agua aumenta constantemente: se estima que entre 2000 y 2050 puede aumentar en un 55 %.
Pero, como ya señalé la semana pasada, el agua dulce es un bien escaso. Recordemos que alrededor del 96 % del agua que existe en la Tierra es salada, con solo un 3,5 % de agua dulce, y que ésta se encuentra en depósitos muy diferentes, algunos de los cuales hacen imposible, al menos por el momento, su utilización, como es el caso del hielo de los casquetes polares, que almacenan en torno al 1,7 % del agua dulce. En este caso cabría pensar que un posible efecto beneficioso del temido calentamiento global podría ser la "liberación" de esa agua dulce, pero no nos hagamos demasiadas ilusiones porque se mezclaría con la salada de los océanos. Y aunque así no fuera, semejante "bendición" irá (si no hacemos algo, y posiblemente ya sea tarde) acompañada de su correspondiente "maldición", la de que al elevarse el nivel de mares y océanos muchas zonas terrestres desaparecerán, sumergidas en el agua. A veces pienso cómo serán los mapamundi que se estudiarán dentro de, digamos, uno o dos siglos, periodo que no es sino un pestañeo en la historia de la Tierra. Sabemos cuánto cambió en el pasado ese mapamundi, debido a la deriva de los continentes: hace 300 millones de años la mayor parte de la tierra no sumergida estaba reunida en un gran supercontinente, Pangea, pero ahora vamos camino de intervenir, aunque no sea a semejante escala, en la geografía terrestre muchísimo más rápidamente.
Y si pensamos en otra de las fuentes tradicionales de agua dulce, la procedente de los ríos, es bien sabido lo contaminados que están muchos de ellos. Salvo en países muy respetuosos con el medio ambiente, hay que alejarse mucho de la civilización para atreverse a beber del agua de un río.
Habida cuenta de la creciente necesidad que la humanidad tiene de agua dulce, y de que los métodos convencionales de obtenerla son ya insuficientes, ¿qué hacer? Y si a esta necesidad le añadimos la abundancia de agua salada en los mares y océanos, una respuesta parece inmediata: la desalinización, extraer las sales de las aguas marinas para convertirla en agua potable. Se trata de una solución que se emplea desde hace mucho. El problema es lo que se produce, además de agua potable, al utilizar semejante proceso, esto es, los "desechos". Según un estudio reciente, accesible on line desde el 7 de diciembre de 2018 en la revista Science of the Total Environment, cada día se obtienen mediante desalinización aproximadamente 95 millones de metros cúbicos de agua dulce. Semejante producción procede, según el mencionado estudio, de las 15.906 plantas desalinizadoras (o desaladoras) que existen actualmente en el mundo, de las que el 48 % se encuentran en Oriente Medio y África del norte, con Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Qatar acaparando el 55 % de la producción global total de ese agua. En España existen en la actualidad 900 plantas (la primera se instaló en 1964 en Lanzarote); es el quinto país del mundo en número de desaladoras.Cada día se obtienen por desalinización 95 millones de metros cúbicos de agua dulce. España es el quinto país del mundo en desaladoras
Ahora bien, a la vez que se produce agua dulce también se generan diariamente alrededor de 141 millones de metros cúbicos de agua extremadamente salada, lo que se conoce como "agua de salmuera", una cantidad que supera en un 50 % las estimaciones que se habían realizado hasta ahora. La desalinización se puede realizar mediante procedimientos diversos, como la evaporación relámpago, la destilación o mediante ósmosis, utilizando membranas especiales que permiten separar el agua pura de una corriente de agua salada. Se producen así, por consiguiente, dos corrientes: una que pueden utilizar los humanos y otra que contiene una densidad muy alta de sales, y que se devuelve al medio marino del que se tomó inicialmente en cantidades muy elevadas, ya que por cada litro de agua dulce que se produce se genera de media litro y medio de agua de salmuera. Y aquí surge el problema, porque ese agua que retorna contiene, además de elevadas cantidades de sal, metales y antiincrustantes (compuestos químicos que impiden que las sales se depositen en superficies como pueden ser conducciones o depósitos), que envenenan a los organismos marinos que viven en los alrededores de las plantas desalinizadoras. Es cierto que existen tecnologías que consiguen disminuir la producción de agua de salmuera, y que otras nuevas están en desarrollo -por ejemplo, mediante óxido de grafeno, ese compuesto de carbono puro del que tanto se espera-, pero parece que no se están usando ampliamente en Oriente Medio, que es donde se practica más la desalinización.
Como en tantas facetas de la vida, es posible que la tecnología nos salve, o que reduzca los problemas que acarrea la desalinización, pero también puede suceder que la dificultad de acceder al agua potable termine siendo un factor para algo muy deseable: que la población humana deje de aumentar. Nuestro maravilloso planeta va teniendo problemas para soportar tanta carga, especialmente en cuanto a la capacidad para contaminar que tienen los humanos. Ese credo político-económico que es el crecimiento continuo es, digámoslo claramente, una barbaridad.