La literatura, especialmente la narrativa, tiene muchas virtudes. Dejando aparte la espinosa cuestión del “estilo”, está el contenido de la obra. Si ésta únicamente entretiene, absorbiendo la atención durante su lectura, no hay nada que reprochar, pues entretener constituye una saludable función social. Pero la literatura también sirve para otras cosas; por ejemplo, para enfrentarnos con las prácticamente infinitas situaciones con que nos podemos encontrar a lo largo de la vida. Y al ilustrarnos acerca de esa enmarañada pluralidad vital, al enfrentarnos imaginativamente con ella, nos hace reflexionar, vivir vidas virtuales que nos preparan para situaciones que están por llegar.
En el caso de la novela realista, a lo anterior hay que añadir que ayuda a comprender la historia, lejana o próxima. Maestro consumado de este género, con temática no muy alejada del tiempo que le tocó vivir, fue Benito Pérez Galdós. Para sumarme al recuerdo que El Cultural le dedica en este número, he buscado en su obra situaciones que tengan que ver con la ciencia, y he elegido su novela de 1876, Doña Perfecta, la historia de las relaciones de una maquiavélica, beata y retrógrada mujer, y las del canónigo de su no menos reaccionario imaginario pueblo, Orbajosa, con el sobrino de la primera, José Rey, un ingeniero de ideas avanzadas.
Para doña Perfecta Rey de Polentinos, la ciencia era uno de sus enemigos naturales, de ella y del mundo que deseaba. “La ciencia, tal como la estudian y la propagan los modernos”, pone Galdós en sus labios, “es la muerte del sentimiento y de las dulces ilusiones […] La ciencia dice que todo es mentira, y todo quiere ponerlo en guarismos y rayas […] Los admirables sueños del alma, su arrobamiento místico, la inspiración misma de los poetas, mentira”. Palabras a las que se suma el sacerdote: “Vamos, ¿me negará el señor don José que la ciencia, tal y como se enseña y se propaga va derecha a hacer del mundo y del género humano una gran máquina?”. Ante lo cual el ingeniero responde: “No es culpa nuestra que la ciencia esté derribando a martillazos un día y otro tanto ídolo vano, la superstición, el sofisma, las mil mentiras de lo pasado, bellas las unas, ridículas las otras, pues de todo hay en la viña del Señor. El mundo de las ilusiones, que es como si dijéramos un segundo mundo, se viene abajo con estrépito. El misticismo en religión, la rutina en la ciencia, el amaneramiento en las artes, caen como cayeron los dioses paganos, entre burlas”. Y añade lapidariamente: “Todos los milagros posibles se reducen a lo que yo hago en mi gabinete, cuando se me antoja, con una pila de Bunsen, un hilo inductor y una aguja imanada”.
Galdós incluyó en su novela uno de los enfrentamientos que sacudieron a la sociedad española, tanto en lo que se refiere a la ciencia en general como a la teoría de Darwin
Estas eran opiniones sobre la ciencia en general, pero en el último tercio del siglo XIX no podía dejar de aparecer la Teoría de la Evolución de Charles Darwin. Así, preguntaba el cura: “Dígame el señor don José, ¿qué piensa del darwinismo?”. Y aunque el ingeniero es prudente y responde que no puede “pensar nada de las doctrinas de Darwin, porque apenas las conozco”, el canónigo insiste: “Ya. Todo se reduce a que descendemos de los monos”. Idea esta que comparte doña Perfecta, quien acusa a su sobrino: “Tú has perdido el juicio. Las lecturas de esos libracos en que se dice que tenemos por abuelos a los monos o a las cotorras te han trastornado la cabeza”.
Con estos elementos que incluyó en su novela, Galdós reflejaba bien uno de los enfrentamientos que sacudieron a la sociedad española, tanto en lo que se refiere a la ciencia en general como a la Teoría de la Evolución que Charles Darwin había presentado en El origen de las especies (1859).
En lo que atañe a la ciencia, baste recordar el papel que desempeñó durante el Sexenio Revolucionario (1868-1874). Ejemplo magnífico son las manifestaciones que realizó el 26 de abril de 1869 en las Cortes Constituyentes, que habían de dar a España una nueva Constitución, el médico catalán y revolucionario (fue ministro de Ultramar durante la Primera República) Francisco Suñer y Capdevila: “Cuando el Gobierno provisional se presentó aquí por primera vez, nos dijo que la idea nueva venía a sustituir en España la idea caduca […] Ni el Gobierno ni la Comisión han comprendido lo que es la idea nueva, y yo voy a decírselo. La idea caduca es la fe, el cielo, Dios. La idea nueva es la ciencia, la tierra, el hombre”. De los enfrentamientos sobre el darwinismo en la sociedad, los ejemplos posibles son particularmente abundantes. Mencionaré uno, el protagonizado por el dominico Ceferino González, filósofo, miembro de la Real Academia de la Historia y electo de la Española, además de senador del Reino, quien en un artículo titulado El darwinismo que apareció en sus Estudios religiosos, filosóficos, científicos y sociales (1873) manifestaba: “Creemos innecesario demostrar que el darwinismo encierra doctrinas y tendencias esencialmente anticristianas. Haciendo caso omiso de otras, la teoría darwiniana sobre el origen del hombre es incompatible con el dogma católico que nos enseña que nuestros primeros padres, Adán y Eva, fueron producidos por Dios inmediatamente”.
Parece evidente que Galdós utilizaba a Darwin para ridiculizar a doña Perfecta y la sociedad que representaba, pero otros grandes literatos de su tiempo no pensaban igual. Uno de ellos fue Emilia Pardo Bazán, con quien don Benito mantuvo, como es sabido, relaciones amorosas. En un artículo que doña Emilia publicó en 1877 en la revista La Ciencia Cristiana escribía: “Una teoría científica de la magnitud y carácter del darwinismo, suele aparecer coloso ante la imaginación, gigante para el ánimo ofuscado, pero vienen los hechos y, cual menudas piedrezuelas, hiérenle el pie de arcilla y dan con él en tierra al primer embate”.
Así era la España de la segunda mitad del siglo XIX.