Ahora, no sé si todos los días, pero sí muchos, están dedicados a algo, para así ayudar a darle importancia. También se aprovechan los años para dedicarlos a algún asunto. Parece que para 2020 no existe un acuerdo generalizado. Por un lado, la Asamblea General de las Organización de Naciones Unidas aprobó, a instancias de la Convención Internacional de Protección Fitosanitaria, una resolución proclamando 2020 el Año Internacional de la Sanidad Vegetal. Por su parte, el Consejo Ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud decidió declararlo Año Internacional de la Enfermería, o de las Enfermeras y Matronas. La, digamos, “excusa” ha sido que el próximo 12 de mayo se cumplen los 200 años del nacimiento de una mujer singular, Florence Nightingale (1820-1910), la más famosa enfermera del siglo XIX, y seguramente de la historia.
Cualquiera que se dedique a la profesión de Nightingale tiene como centro de su trabajo el cuidado de los enfermos, y ella cumplió con semejante requisito, pero lo hizo además introduciendo métodos de análisis estadístico para mejorar el control de la salud y de la higiene. Cuando nos referimos a “métodos de análisis estadístico”, la reacción natural es pensar que estos se han aprendido siguiendo cursos en, por ejemplo, facultades de Matemáticas. No fue este el caso de Nightingale, quien, a pesar de mostrar desde joven que estaba dotada para las matemáticas, estudió en una escuela de enfermería en Alemania. Y lo hizo no porque considerase esa profesión como especialmente adecuada para una mujer, ni por carecer de recursos (pertenecía a una familia británica acomodada), sino por ayudar a los demás. Tal vez si hubiese vivido cuando se permitió a las mujeres estudiar Medicina, habría elegido otro camino para ayudar a los enfermos.
Nightingale introdujo métodos de análisis estadísticos para mejorar el control de la salud y de la higiene
Aunque la lucha de las mujeres por acceder a la profesión médica estaba más que justificada por la equiparación de derechos entre sexos, existían además otras razones: muchos médicos no tenían un conocimiento adecuado de la fisiología femenina, y a muchas mujeres les resultaba violento someterse a un examen médico por un hombre. En mayo de 1856 el administrador encargado de las admisiones de la Universidad de Londres recibía la siguiente carta, firmada por Jessie Meriton White: “Señor: ¿Puede una mujer llegar a ser candidata para un diploma en Medicina, si, al presentarse al examen aporta todos los requisitos de carácter, capacidad y estudio certificados por una de las instituciones reconocidas por la Universidad de Londres?” La Universidad pidió consejo legal ante la pregunta, tras la cual contestó que no se consideraba capacitada para admitir mujeres como candidatas a los títulos que otorgaba. No tuvo, pues, Jessie White la fortuna de abrir un nuevo capítulo en la historia de la universidad londinense, pero no hay duda de que debía ser una mujer de carácter. Se casó con un conde italiano, y durante la revolución italiana se hizo famosa como Madame Mario; fue líder de un grupo de mujeres que actuaron de enfermeras en los hospitales de Nápoles.
En 1862 se repitió la situación, en aquella ocasión con Elizabeth Garret, que también aspiraba a graduarse en Medicina. Por un solo voto, el Senado de la Universidad londinense decidió mantener su decisión anterior. No fue hasta 1866 cuando la Asamblea de graduados (Senado) de la Universidad logró que se instituyeran exámenes especiales para mujeres. Sin embargo, no se trataba todavía de un acceso a los títulos más prestigiosos ofrecidos por la Universidad, sino unos ‘Certificados de Suficiencia’. Hacia mediados de la década de 1870 se hicieron más intensas las presiones encaminadas a lograr la igualdad plena entre sexos. En 1876 una ley del Parlamento permitía –aunque no obligaba– que los tribunales que examinaban en Medicina admitiesen a mujeres. No obstante, el Colegio Real de Médicos y el Colegio Real de Cirujanos no utilizaron este permiso hasta 1908 y 1909, respectivamente. La Universidad de Londres no tardó tanto: a comienzos de 1877 el Senado universitario aprobó que se confiriesen títulos en Medicina a mujeres. Aun así, 230 graduados (hombres) en Medicina por la Universidad firmaron una petición en la que argumentaban que semejante paso iría “en detrimento de los intereses de la Universidad”. Pero el proceso iniciado era irreversible y antes de que finalizase 1877, el Senado votaba en favor de la admisión plena de las mujeres, con iguales derechos a los hombres y en todas las facultades. En 1878, el University College de Londres se convertía en el primer centro universitario coeducacional de Inglaterra.
Pero volvamos a Florence Nightingale. Lo que hizo de ella una innovadora fueron sus propuestas sobre organización sanitaria, control de infecciones y efectos de la dieta en la recuperación de enfermedades, para las que se basó en su experiencia. En 1854, dirigió a un grupo de enfermeras para ayudar a los soldados británicos heridos durante la Guerra de Crimea (1853-1856). Las muy insatisfactorias condiciones higiénicas en que se encontraban aquellos hombres la condujeron a establecer un severo régimen de limpieza y un nuevo diseño de salas hospitalarias. El resultado fue que se redujo el número de soldados que fallecían. Por esto, cuando regresó a Inglaterra era famosa, lo que aprovechó para abrir su propia escuela de enfermería y profundizar en aplicar los métodos estadísticos a la medicina, que influyeron especialmente en el desarrollo de la epidemiología. Lamentablemente, con 38 de edad, una enfermedad contraída durante el conflicto la obligó a permanecer una gran parte de su tiempo en cama, pero aun así continuó durante décadas trabajando e informando a los gobiernos de varios países acerca de cuáles eran los métodos más adecuados para mejorar las políticas sanitarias. Se la llamó “La Dama de la Lámpara” porque por la noche atendía a los enfermos acompañada de un farolillo turco. Murió el 13 de agosto de 1910 a los noventa años.