Alfonso X, un legado científico
El octavo centenario de su nacimiento nos recuerda la importancia del Rey Sabio en áreas como la astronomía
En este tiempo en el que la política está cada vez más desprestigiada –gracias a sus profesionales, los políticos–; un tiempo en el que el Parlamento español no es sino escuela de malos modales, de descalificaciones continuas, de preguntas sin respuesta, un ágora en el que reinan las ovaciones cerriles y enfervorizadas; en un tiempo como este, decía, conforta y consuela recordar a un rey al que terminó denominándosele, cuando él ya no se contaba entre los vivos, “el Sabio”.
'Las tablas alfonsíes' se convirtieron en el texto académico para la enseñanza de la astronomía en las universidades españolas y europeas
Consuela, porque fue, sí, un político, pero su mundo no se limitó a este oficio –que cuando se ejerce con dignidad y buen criterio es, además de necesario, noble– pues cultivó, enriqueciéndolas, la ciencia, la historia, la jurisprudencia, la literatura y la música.
Ayuda a tal recordatorio la celebración del octavo centenario del nacimiento de aquel rey sabio, Alfonso X (1221-1284), plasmada en una espléndida exposición, Alfonso X. El legado de un rey precursor, inaugurada hace pocos días en el Museo de Santa Cruz de Toledo, la ciudad en la que nació, la ciudad de “las tres culturas”, la árabe, la judía y la cristiana.
La capitulación de Toledo ante Alfonso VI de Castilla en 1085 puso a disposición de este rey las bibliotecas de la ciudad. Y la noticia movilizó a buen número de estudiosos que llegaron de todas partes de Europa, dando lugar a lo que se conoce como Escuela de Traductores de Toledo, de cuyo carácter internacional dan idea los nombres por los que fueron conocidos algunos de los que trabajaron allí: Platón de Tívoli, Adelardo de Bath, Robert de Chester, Hermann el Dálmata, Mosé Sefardí de Huesca –el judío converso que al ser bautizado tomó el nombre de Pedro Alfonso–, Rodolfo de Brujas, Juan de Sevilla y Gerardo de Cremona.
No es posible entender la recuperación de la ciencia greco-romana y árabe –un paso imprescindible para que siglos después se produjera la Revolución Científica, la de Galileo y Newton– sin tener en cuenta las tareas de aquella Escuela.
Mucho se ha escrito sobre el Rey Sabio, sobre los avatares políticos que tuvo que afrontar, sobre su obra jurídica, en la que destaca el Fuero Real, compuesto para unificar el derecho local de Castilla y León, sobre su Estoria de España y sobre lo mucho que aportó al establecimiento del castellano, pero su nombre también ha quedado con letras perdurables en la historia universal de la astronomía.
En el Toledo de la segunda mitad del siglo XIII puso en marcha un grupo de estudiosos árabes, judíos y cristianos que, recogiendo la tradición existente en esa ciudad, buscaron y recuperaron los textos árabes más importantes e influyentes, que actualizaron y tradujeron, al latín primero y al romance después.
Las obras científicas que se asocian con el rey fueron, es cierto, resultado del trabajo de aquel grupo que reunió en torno suyo; el mismo rey reconoció en la General Estoria cual fue su papel: “El rey faze un libro non por quel escriua con sus manos, mas porque compone las razones d'él e las emienda e yegua e enderesça, e muestra la manera de como se deuen fazer, e desi escriue las qui el manda, pero dezimos por esta razón que el rey faze el libro. Otrossi quando dezimos el rey faze un palacio o alguna obra, non es dicho por que lo el fiziesse con sus manos, mas por quel mando fazer e dio las cosas que fueron mester para ello”.
Dos son las obras astronómicas escritas durante su reinado y patronazgo cuya influencia posterior fue muy importante y cuyo recuerdo perdura en la historia. La primera y más influyente son las Tablas Alfonsíes.
Elaboradas en Toledo entre 1252 y 1272 bajo la dirección de dos judíos, Judah ben Moses ha-Cohen e Isaac ben Sid, a los que el rey ordenó que construyeran instrumentos para observar la trayectoria del Sol y corregir los errores que contenían tablas anteriores, las Tablas Alfonsíes actualizaron las tablas astronómicas de Azarquiel (c. 1029-1100), el mejor astrónomo de la historia de al-Ándalus, a las que terminaron desplazando. Únicamente se ha conservado de su texto original los cánones o reglas para su utilización; las tablas alfonsinas que existen son copias en las que aparecen añadidos, lo que impide conocer exactamente cómo fueron las originales.
Al estar escritas en castellano, no se realizaron demasiadas copias manuscritas, pero con la llegada de la imprenta de tipos móviles proliferaron las ediciones impresas en latín (la edición príncipe se publicó en 1483 en Venecia a partir de una versión castellana que no se conserva).
Desde entonces, y sobre todo a lo largo del siglo XVI, vieron la luz más de una docena de ediciones, convirtiéndose en el texto académico para la enseñanza de la astronomía en las universidades españolas y europeas, solo desbancadas definitivamente, en el siglo XVII, por las Tablas Rudolfinas, elaboradas por Kepler a partir de las observaciones de Tycho Brahe. Antes, un joven estudiante polaco de nombre Nicolás Copérnico compró un ejemplar de las Tablas Alfonsíes que acababa de ser publicado en 1490 y que utilizó con frecuencia, como se deduce del estado de las hojas del libro, que aún se conserva.
La otra gran obra astronómica impulsada por Alfonso X es el Libro del saber de Astrología (recuérdese que astronomía y astrología estaban entonces estrechamente relacionadas: para realizar predicciones astrológicas era necesario no solo interpretar la disposición de las estrellas en el cielo sino también calcular sus posiciones utilizando los instrumentos astronómicos adecuados). Un ejemplar de esta obra, que data de 1276-1278 –es una auténtica joya–, conservado en la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla de la Universidad Complutense, se expone en la muestra toledana.
Que la exposición Alfonso X. El legado de un rey precursor haya sido patrocinada por instituciones públicas, por el Ayuntamiento y la Diputación de Toledo, el Ministerio de Cultura y Deporte, Acción Cultural Española y la Junta de Castilla-La Mancha, alivia en parte el sentimiento de desgarramiento –el mío al menos– ante la presente (¿in?)cultura política.