Remedios Varo, la ciencia del surrealismo recorre el mundo
La publicación de 'El tejido de los sueños' y una exposición actualizan la obra de la pintora, donde habitan músicos místicos, científicos excéntricos, artilugios curiosos...
Es una pregunta típica, que si no te la formula alguien uno mismo se ha hecho alguna vez: “¿Si pudiera elegir un cuadro, cual escogería?” En lo que a mí respecta, y dejando de lado por imposible siquiera imaginar el poseer alguna de las obras que yo querría –El jardín de las delicias, de El Bosco, Las meninas, de Velázquez, El astrónomo, de Vermeer, o La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp, de Rembrandt–, mi respuesta sería: alguna de Remedios Varo (1908-1961), la pintora surrealista catalana que terminó sus días en México, a donde había llegado en 1942 exiliada, como tantos otros españoles, por causa de la incivil Guerra Civil española.
He vuelto a recordarla al saber que el Art Institute de Chicago ha organizado una exposición de su obra, la primera en Estados Unidos desde el 2000: Remedios Varo: Science Fictions. Una exposición en la que, se anuncia, se muestran cuadros de músicos místicos, científicos excéntricos, viajeros en curiosos artilugios, pinturas creadas mezclando nociones de campos de conocimiento muy dispares. Inaugurada el pasado 29 de julio permanecerá abierta hasta el 27 de noviembre.
No puedo olvidarme de Dalí, que, fascinado por la relatividad, cosmología, física cuántica y biología molecular, las plasmó en sus cuadros
Los cuadros de Varo, si estuvieran disponibles en el mercado, serían, claro, más “asequibles” que los antes mencionados, pero aun así abismalmente lejos de mi capacidad económica. Sin embargo, existen formas de consolarse. La mía fue conseguir que la portada de dos de mis libros la ocupasen dos de sus cuadros: para El Siglo de la Ciencia (Taurus, 2000) elegí el titulado Fenómeno de ingravidez (1963), y para Los mundos de la ciencia (Espasa, 2002), Planta insumisa (1961).
En un libro recientemente publicado, Remedios Varo. El tejido de los sueños. Obra escrita (Renacimiento, 2023), he podido leer lo que la propia artista dejó escrito sobreestas dos obras. De la primera: “La tierra se escapa de su eje y su centro de gravedad, al grandísimo asombro del astrónomo que trata de conservar su equilibrio encontrándose con el pie izquierdo en una dimensión y con el derecho en otra”. Y de la segunda: “Este científico experimenta con plantas y vegetales diversos. Está perplejo porque hay una planta rebelde. Todas están ya echando sus ramas en forma de figuras y fórmulas matemáticas, menos una que insiste en dar una flor, y la única ramita matemática que echó al principio y que cae sobre la mesa era muy débil y mustia y además equivocada pues dice: ‘dos y dos son casi cuatro’. Cada pelo del científico es una fórmula matemática”.
Cuando las seleccioné no conocía estas explicaciones, pero se ajustan bien a lo que, de alguna manera, se hallaba en “la trastienda” de mi pensamiento, ese que a veces aflora cuando estamos dormidos, pero que fue la vigilia de los surrealistas. Y no puedo olvidarme en este punto de Salvador Dalí, que fascinado por la relatividad, cosmología, física cuántica y biología molecular, las plasmó en algunos de sus cuadros: los relojes deformados, que recuerdan lo que es el tiempo en la teoría de la relatividad general, o las dobles hélices de ADN.
Uno de mis recuerdos inolvidables es mi participación en un encuentro, “Cultura y ciencia: determinismo y libertad”, que se organizó en 1985 en el Museo Dalí de Figueres, al que asistieron, entre otros, Ilya Prigogine, René Thom y Ramón Margalef. Dalí, ya bastante enfermo, siguió la reunión por circuito cerrado de televisión, con el que al final se comunicó con los asistentes. Un mundo, unas personas, ya lejanas. Pero vuelvo a Remedios Varo. En el Epílogo que cerraba El siglo de la ciencia –se trataba del siglo XX– escribí que sentía perderme la posibilidad de recapitular, al finalizar el siglo XXI, sobre los avances que se habrían producido, “por la curiosidad, inevitablemente insatisfecha, de no poder observar cuáles serán las novedades científicas venideras, y cómo estas afectarán a las vidas de nuestros descendientes”.
Cuando miro ahora la cubierta, y tras haber conocido los avances científicos de la segunda mitad del siglo XX, que rivalizan con la ciencia ficción más imaginativa –entrelazamiento cuántico, células madre, agujeros negros, vida transgénica– me pregunto por qué no podrían hacerse realidad en el futuro sueños surrealistas como los de Remedios Varo.
He mencionado la “vida transgénica” y, ahí el otro cuadro, Planta insumisa, puede representar una cierta alegoría de las posibilidades que ha abierto la biología molecular y de la matemática como expresión de las leyes que obedece la naturaleza. También como aviso de que no sería imposible que esa biología produjera monstruos. Como avisó Goya, “el sueño de la razón produce monstruos”.
Me alegró encontrar que la página web que anuncia la exposición de Chicago reproduce, justo después de su cartel, el cuadro Ciencia inútil o El alquimista (1955), que yo incluí en otro de mis libros, Albert Einstein. Su vida y su obra (Crítica, 2015), pero esta vez no como cubierta. En él se observa a una mujer sentada, con un vestido de cuadros negros y blancos que “emana” del suelo, que posee la misma composición y colorido. Mujer y suelo, como si fueran también metáforas de “contenido” y “espacio” confundiéndose, formando parte de una misma realidad dinámica. Un símil de la teoría de la relatividad general, en la que la geometría del espacio-tiempo depende de su contenido energético-material: la mujer del cuadro, que con su masa deforma el espacio, representado ahí por el suelo.
[Remedios Varo, la pintora ante su espejo]
En una carta que Varo escribió desde México el 11 de noviembre de 1959 a un científico no identificado, se encuentran pasajes que reflejan su personalidad: “Espero que, si se dedica usted a la experimentación química, no le pase lo que a mí. Creo que se lo puedo contar: yo hacía experimentos para encontrar un producto que, por extraño que parezca, no era ni un elixir para la eterna juventud, ni el medio de transformar en oro todos los sólidos de mi alrededor. Quería encontrar una sustancia que reblandeciese y redujese a una película impalpable la piel de las judías, que me gustan mucho pero que me perjudican el estómago a causa del hollejo. Estaba convencida de que los grandes descubrimientos son resultado del azar (el azar objetivo), quizás, pero en el que la objetividad no puede intervenir en las variaciones y combinaciones matemáticas, para establecer una relación de causa-efecto.” Surrealismo puro.