Aunque la ciencia la hacen las personas, y pese a lo mucho que se debe a individuos, especialmente a los “grandes”, los Galileo, Newton, Lavoisier, Darwin, Gauss, Einstein y similares, los centros y las sociedades dedicadas a promover la investigación son fundamentales para su avance.
La famosa Academia que Platón fundó en Atenas, hacia el 387 a. C., puede considerarse un ejemplo temprano, primitivo en la medida en que entonces no existía la “ciencia” tal como se entendería en el futuro.
Pero, obviando algunas iniciativas muy limitadas que tuvieron lugar en Italia a comienzos del siglo XVII, la creación de instituciones dedicadas al fomento de la ciencia solo se produjo cuando se fundaron la Royal Society (Londres, 1660) y la Académie des Sciences (París, 1666), diferentes en sus orígenes y composición, y que todavía existen hoy.
El CERN situó a Europa en un lugar de élite. El proyectó mostró un posible camino para una ciencia hecha completamente en Europa
El presente año se cumplen setenta de la creación de una institución innovadora: el CERN. La primera resolución para su establecimiento se adoptó en una reunión intergubernamental organizada por la UNESCO (United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization) en París, en diciembre de 1951, en la que se acordó la creación de un Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire (de ahí el acrónimo de CERN que se mantiene hoy en día).
A finales de junio de 1953 se aprobó la “Convención para el Establecimiento de una Organización para la Investigación Nuclear” estableciendo la contribución financiera de cada país y la sede del Laboratorio en Ginebra, documento que sería ratificado el 29 de septiembre de 1954 por doce naciones: Bélgica, Dinamarca, Francia, Grecia, Italia, Holanda, Noruega, Reino Unido, República Federal Alemana, Suecia, Suiza y Yugoslavia (Austria se uniría en julio de 1959 y España en enero de 1961, aunque abandonó la organización en 1969 para volver a unirse a ella en 1983).
En la actualidad son 23 los Estados miembros y 10 los asociados, participando en sus investigaciones alrededor de 17.000 científicos y técnicos de más de 110 nacionalidades.
Los logros del CERN en el dominio de la física de altas energías –también conocida impropiamente como de “partículas elementales”, ya que la “elementalidad” de los componentes de la materia es algo cuestionable–, más fundamental que la física nuclear, han sido numerosos a lo largo de esos setenta años; un ejemplo particularmente conocido –y publicitado– fue el descubrimiento en 2012 del bosón de Higgs.
Pero no es de esos éxitos científicos de los que quiero ocuparme ahora, sino de su creación, en la que la situación política internacional desempeñó un papel central, una manifestación más de que la ciencia no es ajena a su entorno sociopolítico.
Los ecos de los estallidos de las bombas atómicas lanzadas sobre Japón en agosto de 1945, el poder que daba la nueva fuente de energía, se oyeron con rapidez en Europa, cuya ciencia ya no estaba en la vanguardia.
El 18 de octubre de 1945 los franceses creaban un Comisariado para la Energía Atómica, y once días más tarde, los británicos anunciaban su decisión de crear un Establecimiento para la Investigación Atómica.
Pero para explicar hechos como estos no basta con considerar el prestigio que la física nuclear alcanzó tras el final de la Segunda Guerra Mundial, es preciso tener también en cuenta los movimientos europeístas que surgieron. En los primeros meses de 1948 nació la Organización para la Cooperación Económica Europea.
En mayo del mismo año, tenía lugar en La Haya un Congreso de Europa, que contribuyó a que un año después se fundara el Consejo de Europa. Por último, recordemos que a partir de 1950 se crearon los primeros organismos comunitarios europeos, comenzando con la Comunidad del Carbón y del Acero. Fueron los “antepasados” de lo que terminaría siendo la Unión Europea.
En semejante escenario, con una física nuclear prestigiosa, los movimientos europeístas y la constatación del rápido avance de Estados Unidos en la investigación nuclear, no es sorprendente que surgieran en el Viejo Continente propuestas encaminadas a promover ese mismo campo científico.
A finales de 1949 diversas personas relacionadas con los temas nucleares en Europa comenzaron a pensar seriamente en las posibilidades de una cooperación multinacional; multinacional porque la investigación en esa área era demasiado cara para que la afrontase un solo país.
En la Conferencia Cultural Europea celebrada en Suiza en diciembre de 1949 se pasó una resolución que recomendaba que se procediera a estudiar la posibilidad de crear un instituto europeo para la ciencia nuclear.
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Seis meses después el físico de la Universidad de Columbia (Nueva York), Isidor Rabi, de origen polaco y premio Nobel en 1944, presentaba una resolución en la Quinta Asamblea General de UNESCO, celebrada en Florencia, proponiendo la creación de laboratorios europeos, incluyendo uno de física nuclear y otro de biología molecular.
La propuesta fue adoptada por la Asamblea General de UNESCO en junio de 1950. Seis meses después se celebró la primera reunión de científicos y administradores dedicada al tema, que condujo a la propuesta de que se articulase la forma de que en Europa se construyese el mayor acelerador de partículas del mundo.
Con la participación activa de la UNESCO las doce naciones antes mencionadas acordaban incorporarse al proyecto, que finalmente se puso en marcha dieciocho meses después.
Es evidente que los promotores del CERN se aprovecharon de la ansiedad producida por el comienzo de la Guerra Fría y por el deseo de reconstruir Europa. Pero es cierto también que estos argumentos no afectaban por igual a todas las naciones involucradas.
Explicar la génesis del CERN implica efectuar un delicado ejercicio en el que ciencia, política y diplomacia se combinan: para Alemania, por ejemplo, formar parte del CERN significaba una manera de evitar la prohibición que le habían impuesto los aliados después de la Segunda Guerra Mundial de investigar en física nuclear.
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Fruto de todo ello fue un centro de investigación en cuyos aceleradores y departamentos teóricos se han llevado a cabo avances de primer orden en física de altas energías, adelantándose en ocasiones a Estados Unidos.
El CERN, aunque oneroso, situó a Europa en un lugar de élite en una rama de la ciencia que se significó especialmente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, mostrando un posible camino para una ciencia de élite hecha completamente en Europa.